Estamos ante unos momentos de emergencia, entendida la misma como acontecimiento y proyección de cambio a través de los representantes sindicales en las empresas y de nuestros representantes en las Cortes Generales: Diputados y Senadores.
Con harta frecuencia, el acto de elegir a nuestros representantes se basa, exclusivamente, en filias o fobias del todo ajenas al hacer o no de quienes pretenden representarnos, lo que supone una fortísima irresponsabilidad.
Por eso, no es baladí apelar a la responsabilidad individual de todos y cada uno de nosotros a la hora de tomar una decisión tan personal y libre como es la de depositar la confianza a través de un voto en unas siglas, sindicales o políticas, o cualesquiera otras, que supone confiar en un programa verdadero, en un equipo compacto, en una línea sin fisuras y en un trabajo arduo.
La vida de todos y cada uno de nosotros, como sabemos, son decisiones, pequeñas o grandes, pero decisiones al fin y al cabo, que suponen la forma en que afrontamos los retos que nos impone la cotidianidad, pero también suponen la asunción de las consecuencias de nuestras acciones.
Esto nos lleva a un importante concepto de las democracias, esto es, la participación, abierta de manera especial a ámbitos como el mundo del trabajo, la vida social y la política;
participación que es y debe ser característica de la subsidiaridad, es decir, el criterio que pretende reducir la acción del Estado a lo que la sociedad civil no puede alcanzar por sí misma y, por extensión, al hacer del individuo en la manera de sus posibilidades, sin delegaciones cómodas e interesadas.
participación que es y debe ser característica de la subsidiaridad, es decir, el criterio que pretende reducir la acción del Estado a lo que la sociedad civil no puede alcanzar por sí misma y, por extensión, al hacer del individuo en la manera de sus posibilidades, sin delegaciones cómodas e interesadas.
La participación, como expresaba Pablo VIen la Octogesima adveniens, se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes,contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos debemos cumplir conscientemente, de modo responsable y con vistas al bien común. Nuestro interés o desinterés no puede ir contra el citado bien común, pues a la postre todo repercute en el cuerpo social. Por tanto, no es sólo un mero papel cívico, sino un ejercicio de responsabilidad, también para con los demás, desde los más cercanos, como podrían ser familiares, a los cuerpos intermedios en los que nos integramos, hasta repercutir en la sociedad en su conjunto.
Por ello, y a mi entender, es del mayor de los intereses la profundización que ha realizado la doctrina social en las formas insuficientes e incorrectas de participación, denunciando el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et spes, y Juan Pablo II, en laCentesimus annus, los intentos de los ciudadanos de “contratar” con las instituciones las condiciones más ventajosas para sí mismos, casi como si éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la praxis de limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aun en muchos casos, a abstenerse.
A tenor de lo anterior, y respecto de los sindicatos, la función fundamental desarrollada por los mismos, es defender los intereses vitales de los trabajadores, sobre la base de la lucha frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción o, en su caso, la Administración, pero con el fin específico de buscar el bien común, construyendo el orden social y la solidaridad.
El sindicato, siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, es también sujeto de representación y solidaridad, teniendo como misión el redescubrimiento del valor subjetivo del trabajo: “Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive”. Por ello, “son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo”, como ya sostenía de manera magistral Juan Pablo II en la Laborem exercens. También deben asumir mayores responsabilidades en relación a la producción de la riqueza y a la creación de condiciones sociales, políticas y culturales que permitan a todos aquellos que pueden y desean trabajar, ejercer su derecho al trabajo, en el respeto pleno de su dignidad de trabajadores.
En definitiva, y volviendo sobre la cuestión precedente: Somos responsables de las elecciones que hacemos y ello repercute, seamos consciente o no, en nuestro entorno y proximidad.
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