domingo, 30 de septiembre de 2018

Anuncios de USIT-EP

Reproducimos este anuncio por ser de interés para nuestro colectivo:

Estimadas/os compañeras/os:

1. Un nuevo ejemplar de la revista digital de USIT-EPZONA SINDICAL, que se presenta con una serie de artículos de gran utilidad en nuestro ámbito. http://usitep.es/revista/zona-sindical-55/zona-sindical-55.pdf 

2. Una gran noticia, como ya os hemos comentado, el que los empleados públicos de la Comunidad de Madrid, vamos a percibir íntegras nuestras retribuciones fijas salariales desde el primer día de incapacidad temporal, una vez aprobado por el Consejo de Gobierno y publicado en el BOCM. Os tendremos informados.  http://usitep.es/comunicados-usit-ep/percepciones-IT.html 

3. También podéis encontrar en nuestra WEB (http://usitep.es) el calendario de fiestas de la Comunidad de Madrid.

4. Por último, pero no menos importante, recordaros que nuestros compañeros, los funcionarios docentes, han percibido en septiembre el incremento porcentual de los sexenios. El profesorado de Religión NO. Es un derecho que USIT-EP ganó en los Tribunales, pero la Comunidad de Madrid, con la que otros presumen de hacerse fotos, pero no se atreven a incomodarla para defendernos, ha recurrido la sentencia al Tribunal Supremo, lo que demuestra su falta de disposición. Habrá que esperar para, esperamos y deseamos, obtener el mismo incremento.

Un saludo,

                        USIT-EP

jueves, 27 de septiembre de 2018

5 virtudes que pueden vivir tus hijos en las redes sociales

Navegar por el mundo digital de una manera más humana y real

Nuestros hijos son nativos digitales. La tecnología, a la que nosotros nos hemos ido acostumbrando poco a poco, es parte de su vida desde que nacieron. Hay que comprender que, al estar rodeados desde temprana edad por las nuevas tecnologías, redes y medios de comunicación masiva, han desarrollado otra manera de pensar, un lenguaje distinto y una novedosa manera de conocer el mundo.
Lejos de escandalizarnos ante esta realidad, o tratar de evitarla, debemos aceptarla y ayudar a nuestros hijos a navegar este mundo digital en el que se desenvuelven de una manera más humana y real.
Aquí hay cinco virtudes que podemos enseñar a nuestros hijos a desarrollar también en las redes sociales
ZF_St/ Shutterstock.com
1.- Prudencia: 
Todo lo que se dice en redes sociales queda allí para siempre. Es importante que nuestros hijos sean capaces de pensar antes de publicar alguna opinión o comentario. Las redes sociales no se pueden convertir en un diario en el que vacían todas sus intimidades y opiniones. Es bueno enseñarles a medir las consecuencias de lo que escriben y publican antes de hacerlo para que luego no tengan que sufrir las consecuencias.
© auremar/SHUTTERSTOCK
2.- Lealtad: 
No solo con sus amigos, también con su escuela, su universidad, sus maestros, sus compañeros o su familia. Muchas veces los jóvenes no se dan cuenta que un comentario sarcástico o hiriente puede herir a las personas que tenemos cerca, o incluso dañar a las instituciones de las que formamos parte. Debemos hacerles entender que los problemas con las personas cercanas deben ser resueltos cara a cara y no ventilarlos en una red social a la vista de todo el mundo.
Shutterstock / speedkingz
3.- Coherencia: 
Los jóvenes de hoy en día deben saber que su identidad digital es parte de cómo son vistos en el mundo de hoy. Es perjudicial usar su nombre en las redes para hacer lo que nunca harían en persona, o para decir las cosas que tienen miedo a decir cara a cara. Su identidad es una dentro y fuera de las redes y así debe ser reconocido por ellos y por los demás.
Carolyn Lagattuta/Stocksy United
4.- Caridad:
Hay muchas maneras de hacer el bien con las nuevas tecnologías. Tratemos de enseñarles a aprovechar las redes y su gran alcance para desarrollar ideas grandes que sirvan para ayudar a los demás. Así como mucha gente usa las redes para compartir contenidos inapropiados, nuestros hijos pueden ser algunos de los que las usan para hacer el bien, para ayudar a los más necesitados, para alertar a otras personas de injusticias o simplemente para alegrar la vida a unos cuantos.
© DR
5.- Autenticidad: 
Para ser auténticos nuestros hijos deben conocerse y saber que, aunque en este mundo digital los likes y los seguidores pueden parecer lo más importante, más importante es ser auténtico y no traicionar nuestra identidad o nuestros valores por tener mayor impacto en las redes. La autenticidad también implica entender que la vida hay que vivirla, no solo publicarla, que un like de un amigo no sustituye una visita o una llamada y que a pesar de que las redes nos ofrecen una nueva manera de socializar, nunca pueden sustituir el valor de la cercanía real de las personas que queremos.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Neuroeducación en las aulas: cómo despertar la emoción por aprender

Para garantizar el éxito de los procesos de enseñanza y aprendizaje, es necesario que vayan acompañados de una actitud básica: la pasión o emoción por aprender. Esto se puede conseguir teniendo en cuenta los últimos avances que ofrece la neurociencia. Te explicamos en qué consiste y cómo la están aplicando algunos centros.
La neuroeducación es una disciplina que estudia el papel que juega el cerebro en el proceso de enseñanza y aprendizaje de los estudiantes. En este sentido, las principales áreas sobre las cuales se asienta son dos: de un lado, las ciencias de la educación y, de otro, la neurociencia, que permite estudiar los fenómenos educativos desde varios enfoques.

Conocimiento y emoción

La principal conclusión de los científicos es que el cerebro asimila mejor los conocimientos si existe sorpresa, curiosidad e implicación emocional: “El cerebro sólo aprende si hay emoción”,afirma Francisco Mora, doctor en Neurociencia y catedrático de Fisiología Humana. Mora, que en su trayectoria se ha centrado sobre todo en cómo funciona el cerebro, cómo aprendemos y la influencia que tienen las emociones en este proceso, recuerda cómo la curiosidad lleva al ser humano a una búsqueda del conocimiento que no sólo es general sino que también se produce en otros contextos como “el colegio, las universidades o en la investigación científica”.
conociimiento emoción
La escritora y psicóloga Begoña Ibarrola afirma que “educar en las emociones es clave para favorecer el aprendizaje” y que, por tanto, los docentes necesitan comprender que “su función como educadores va mucho más allá que la de meros transmisores de información o conocimientos”.
En este sentido, Anna Forés, profesora en la Facultad de Educación de la Universitat de Barcelona, hace hincapié en la necesidad de fomentar la ilusión y las ganas de ir al colegio de los alumnos a los que hay que proponer retos y aventuras de aprendizaje que resulten completamente nuevos para ellos. “Si realmente sabemos cómo aprendemos, podremos mejorar nuestra función y servir de ayuda para ser más efectivos y eficientes”.

Neuroeducación en las aulas

¿A qué edad se aconseja que la neuroeducación sea llevada a las aulas? Forés es contundente: “Cuanto antes mejor. La neurociencia ratifica la importancia de los primeros años de nuestra vida y esto implica una buena formación por parte de los maestros de los más pequeños, además de una más alta consideración por su labor educativa”. Para esta especialista, la neuroeducación es un “conocimiento de fondo que nos ayuda a pensar, repensar y tener una actitud crítica sobre la manera de enseñar y aprender de los alumnos”.
aulas y neuroeducación
La aplicación de la neurociencia en el ámbito de la enseñanza puede realizarse de distintas formas, pero siempre atendiendo a la diversidad y a la singularidad de cada estudiante para trabajar con toda la riqueza que permita el aula. Forés lo explica de esta manera: “Cada cerebro es único y si un alumno sabe cómo aprende las investigaciones afirman que mejorará su rendimiento. Por eso, si las clases están diseñadas desde los principios de la neuroeducación, también mejorará su aprendizaje”.
Por ejemplo, estudiantes del Colegio Alborada (Alcalá de Henarés, Madrid) y del CEIP El Torreón(Arroyomolinos, Madrid) estudian matemáticas con el método JUMP Math. En concreto, este modelo de enseñanza-aprendizaje (basado en los últimos avances producidos en el ámbito de la neurociencia) “proporciona al docente una buena secuenciación de los contenidos y le ayuda a profundizar en los conceptos matemáticos que se tratan en el aula”, comenta Menchu Garralón, docente de Primaria y coordinadora de Innovación Pedagógica en el Colegio Alborada. Conoce suexperiencia.
experiencia en neuroeducación
Desde el CEIP El Torreón, su directora Elvira Flores y Elisa Lucena (profesora de 3º), nos relataron como JUMP Math les permite combinar el trabajo individual, por parejas y grupal, favoreciendo el trabajo cooperativo y la figura de los ‘alumnos ayudantes’ que ayudan a sus compañeros a comprender mejor los contenidos.
Por su parte, el Colegio Base de Madrid cuenta con un proyecto basado en una de las ramas de la neuroeducación: la neurodidáctica. En concreto, dicho proyecto está formado por diferentes experiencias entre las que se incluyen ‘Ecobase’ dedicada a la educación medioambiental y concienciación ecológica y ‘Biblioteca de las Emociones’.
La neuroeducación está también presente en el Colegio María Reina Salesianas de Madrid y su aplicación ha permitido la introducción de metodologías activas de pensamiento; la creación de nuevos espacios y experiencias de aprendizaje; y la modificación paulatina del sistema de evaluación.

Más allá de las aulas

Los centros escolares tienen, por otro lado, la posibilidad de que la neuroeducación se pueda aplicar en las visitas culturales que los estudiantes realizan gracias a propuestas como la ofrecida por la página web de Aprendeaver. Su metodología potencia no sólo el aprendizaje sino también el entretenimiento, despertando la pasión y la emoción por aprender. Para ello, se les plantea a los chavales unas series de preguntas y retos que deberán deducir a partir de unos cuadernos especiales que se les entregan o la información que dé el guía.
Aprenderaver y neuroeducación
A la hora de valorar la llegada de la neuroeducación a la enseñanza hay que pensar de manera detenida tanto en el cómo como en el por qué, al igual que ya sucediese con la introducción de los primeros portátiles o pizarras digitales. ¿La razón? “Tenemos muchas experiencias previas que nos demuestran que sólo por introducir un elemento en la educación ésta no va mejorar unilateralmente si no la acompañamos de buenas estrategias. Hay que tener claras las intenciones educativas y los recursos de acompañamiento al profesorado”, concluye Forés.

martes, 18 de septiembre de 2018

Marion y Macron: Voces de reivindicación del Cristianismo en una sociedad post-secular

El filósofo católico francés Jean Luc Marion, muy conocido por una vasta obra centrada en la fenomenología del don, ha escrito un breve libro para confortar a los católicos franceses en un momento de turbación y desánimo (Brève apologie pour un moment catholique [1], Grasset, 2017). Un poco más tarde, el presidente del gobierno francés, Emmanuel Macron, ha pronunciado un discurso inaudito en el Collège des Bernardins, un antiguo monasterio cisterciense, donde se había reunido la Conferencia Episcopal Francesa, en el que reconoce la contribución indispensable que prestan los católicos a la sociedad francesa e invita a deponer una larga historia de desconfianza y rivalidad mutua entre la Iglesia y el Estado en un momento que define como “un momento de gran fragilidad social, cuando el tejido mismo de la nación corre riesgo de rasgarse” (publicado en este mismo número de Humanitas). Ninguno de ellos ignora el largo proceso de decadencia del catolicismo francés conocido a través del síndrome de las “iglesias vacías” que contiene una caída dramática de las vocaciones sacerdotales (que alguna vez alimentaron las iglesias del mundo entero) y de la feligresía que asiste a la misa dominical. Ambos, sin embargo, encuentran que la verdadera decadencia no se encuentra tanto en el catolicismo, sino en la misma sociedad francesa, que ha perdido su capacidad de vivir en comunidad y que no encuentra ya los motivos para interesarse por el bien común.
¿De dónde proviene esta crisis? Según Marion, debe descontarse el impacto que tuvo Vichy y la derrota francesa en la Segunda Guerra Mundial, un trauma del que Francia nunca se ha recuperado y “que la dejó fuera de los constructores de la democracia moderna”. La crisis de la sociedad francesa se encuentra sobre todo en las consecuencias imprevistas del laicismo, que constituye la forma específicamente francesa de construir esa democracia, y que ha conducido a la sociedad francesa a un impasse singular. El laicismo francés —cuya acta de nacimiento es la Ley de 1905 [2]— debe entenderse como hostilidad del Estado hacia la religión y el esfuerzo específico por eliminar la religión del espacio público, principalmente a través del control estatal de la educación y la eliminación de las asociaciones religiosas. Esta hostilidad está fundada en dos convicciones muy profundas: la primera es que la religión está destinada a desaparecer en manos de nuevas formas de conciencia modeladas por la ciencia positiva y el humanismo secular. La segunda es que el Estado puede batírsela por sí mismo en la tarea de construir una verdadera comunidad política, aunque Rousseau sabía que sin religión el Estado no alcanzaba a constituir una comunidad de espíritu y, por ello mismo, inventó una religión cívica.
¿En qué consiste entonces el momento católico de Marion, es decir, el momento en que los católicos pueden dejar de lamentarse y cobrar conciencia de su importancia social? Marion observa que el catolicismo sigue siendo una comunidad portadora de dos atributos que la distinguen de cualquier otra comunidad religiosa. En primer lugar, define el cristianismo como el “pueblo de la separación”, es decir, como aquella comunidad que ha delimitado rigurosamente la frontera entre la religión y el Estado. Esta trayectoria puede trazarse, desde el comienzo, en el rechazo que los primeros cristianos hicieron del “culto al Emperador” hasta ahora, en la aceptación de la Ley de 1905 que consagra la separación moderna entre la Iglesia y el Estado que, como en todas partes, mereció el reproche de algunos en la primera hora, pero que fue muy rápidamente aceptada por todos. Entre medio de esta vasta trayectoria debe contarse la lucha de la Iglesia contra la pretensión del Emperador de arrogarse competencias teológicas en la época de los Padres de la Iglesia, la defensa del derecho de la Iglesia de nombrar sus obispos y el combate contra la simonía en la Edad Media y la lucha contra la pretensión revolucionaria de fundar iglesias nacionales que se conoce con el nombre de galicanismo, justamente porque arreció en suelo francés en la época moderna. Los cristianos acep-tan de buena gana el carácter laico del Estado, lo que significa que este renuncia a la pretensión de establecer una religión, cualquiera sea, incluso la propia, y “acepta por consiguiente el derecho de creer en una religión, de cambiar de religión y de no creer en ninguna”, para repetir los mismos términos que utiliza el Presidente Macron en su reciente discurso ante la Conferencia Episcopal Francesa. No han sido siempre los católicos, sino el Estado el que ha abandonado esta posición laicista en variadas oportunidades, particularmente el estado francés, con su hostilidad específica hacia diversas formas de libertad religiosa. Dice Macron: “En calidad de jefe de Estado, soy garante de la libertad de creer y no creer, pero no soy ni el inventor ni el promotor de una religión del Estado que sustituya la trascendencia divina con un credo republicano”.
La pretensión de sustituir la religión, o más exactamente de incapacitarla públicamente y relegarla al dominio privado, ha sido la tentación histórica del laicismo desde que Rousseau concibiera el republicanismo como una religión civil. Pero son los católicos, según Marion, quienes tienen muchas veces el “verdadero sentido del bien común” y quienes pueden “reestablecer el sentido de lo universal” en una comunidad política exhausta y desacreditada como la que prevalece actualmente. Desde el comienzo los cristianos rechazaron el “culto al Emperador”, pero fueron buenos ciudadanos, no solo no desafiaron la autoridad y se conformaron con ella como aconsejaba San Pablo, sino que construyeron relaciones inéditas de fraternidad, completamente desconocidas hasta entonces, como en el trato fraternal que brindaron a niños, mujeres y siervos. Todavía hoy Macron —el presidente francés— no duda en celebrar el “vínculo indestructible entre el catolicismo y la nación francesa” y la generosidad con que los católicos han servido al país que ha incluido el heroísmo y el martirio (por ejemplo, durante la Resistencia francesa a Vichy), pero sobre todo la santidad de religiosos y laicos que han dejado su vida en el servicio inmoderado a los demás. Macron no duda en infringir la regla básica del laicismo cuando atribuye esa capacidad pública de los católicos a su vocación religiosa: “Si los católicos quisieron servir a Francia y engrandecerla, si aceptaron morir, no es puramente en nombre de ideales humanistas. No es en nombre de una moral judeocristiana secularizada. Es también porque estaban impulsados por su fe en Dios y su práctica religiosa”. Este es también —y exactamente— el meollo del discurso de Marion. La Fraternidad es la palabra vacía del republicanismo francés, no la Libertad y la Igualdad en la que el Estado ha realizado progresos innegables en la sociedad actual. Marion recurre a la distinción entre intereses generales (en el sentido de la voluntad de todos que se expresa en la regla de la mayoría, lo que todos quieren o al menos lo que la mayor parte de una determinada comunidad desea), bienes comunes (en el sentido de la voluntad general de Rousseau, aquello que hace bien a la comunidad, independientemente de los intereses de cada cual) y comunión, que consiste en el bien que resulta de vivir juntos. Esta última fase del bien común solo se alcanza a través de la capacidad que cada cual tiene de donarse inmoderadamente a otros, es decir de un modo que sobrepasa las exigencias de la ley o de la prudencia. La primera forma de concebir el bien común —la aceptación de la regla de la mayoría y del principio formal de legalidad— puede tener una fundación secular, e incluso la segunda que implica reconocer el bien público como algo más que la agregación de intereses particulares, pero la tercera solo puede tener una fundación religiosa en la referencia cristiana al Dios del amor, que ha sido el soporte de tanta entrega desmedida al bien común.
¿Por qué los católicos son tan importantes en la vida en común? Esta respuesta debe analizarse en el ambiente nihilista del mundo actual. El nihilismo es el desvanecimiento de los valores superiores que pierden su objetividad, es decir, dejan de ser estimados por sí mismos y comienzan a depender de una evaluación que remite a la voluntad de quien evalúa (que por lo demás puede cambiar fácilmente). El nihilismo descubre que la verdadera medida de las cosas es la voluntad que lucha sutil o abiertamente por imponerse y prevalecer. ¿Cómo se puede enfrentar al nihilismo? Una manera de hacerlo es la que adquiere el budismo y diversas formas de espiritualidad contemporáneas, que aniquilan la voluntad e intentan apagar la llama del deseo en el retiro místico del mundo, en el contacto panteísta con la naturaleza, en la valorización creciente de lo no humano y en el aislamiento social. Casi toda esta espiritualidad es dulce y pacífica, pero esencialmente incívica e incapaz de fundar la vida en común.
La respuesta católica ha sido algo diferente: no se trata de aniquilar la voluntad, sino de orientarla hacia algo que está dado fuera de sí misma, tal como se dice en el Evangelio mismo: “Señor, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Esta capacidad de conformarse con la voluntad de otro esconde, desde luego, la posibilidad de la sumisión religiosa y del abuso de poder, pero también ofrece la posibilidad de crear propiamente una comunidad cuyo fundamento ha sido siempre la disposición a hacer lo que otros quieren que se haga, antes que seguir el propio deseo. Marion entrega una respuesta propia de un fenomenólogo a la cuestión decisiva de dónde depositar la voluntad propia. En este caso, en efecto, no se trata de conformar la voluntad con la razón, ni con una ley escrita de antemano, sino solo con Aquel que te ama y que puede conducir buenamente tu vida incluso por senderos inescrutables. Los católicos son gente común y corriente —dice Marion—, “pero creen en Cristo y saben que lo único que cuenta es el amor”. Cualquiera que sepa realmente esto, puede entregar su voluntad con entera confianza y donarse sin tasa ni medida.
Macron, por su parte, habla de los dones que pueden ofrecer los católicos a la nación francesa en términos muy similares. Los resume de esta manera: primero, el don de la sabiduría, que define como la capacidad de ofrecer un sentido de lo Absoluto, un horizonte de salvación y una perspectiva que vaya más allá de lo efectuable. Al igual que en el texto de Marion, Macron coloca esta capacidad en la perspectiva del relativismo y del nihilismo contemporáneos que hace sentir a todo el mundo que “nada vale realmente la pena” e incapacita para actuar en el mundo público. Este sentido de lo Absoluto es el motor del compromiso —el segundo don que aportan los católicos—, que nace justamente de la esperanza de que existe algo mayor y que la medida de las cosas no es finalmente uno mismo. Macron celebra el catolicismo francés como “esa parte de la Nación que ha decidido ocuparse de la otra parte” y que se expresa en el compromiso con los enfermos, los ais-lados, los vulnerables, los abandonados, los discapacitados y los prisioneros, cualquiera sea su pertenencia religiosa, que son los nombres que adoptan hoy, al mismo tiempo, los niños que están por nacer y los refugiados que atraviesan el Mediterráneo en sus frágiles embarcaciones, perdiendo muchas veces la vida en ello. La Iglesia tiene la obligación de entregar aquello que sabe dar. Esta única capacidad, Marion la define como “la capacidad de producir santidad, es decir, vida en el Espíritu”. Marion cita los tres órdenes de Pascal: el orden de los cuerpos (el único orden donde el Estado puede ser eficaz), el orden del espíritu (que incluye la educación, las artes, la filosofía, donde el Estado ya tiene poco que hacer) y el orden de la santidad (donde el Estado no tiene definitivamente nada que hacer). Este último orden de realidad constituye la capacidad propia de la Iglesia, aquella que el Estado reclama a su favor porque no tiene cómo alcanzarla.
Los textos de Macron y de Marion deben observarse, asimismo, en una perspectiva más general como textos propios de lo que algunos han llamado una “sociedad post-secular”. Esta sociedad aparece tras un proceso de acomodación entre creyentes y no creyentes que en algún momento dejan de verse mutuamente como enemigos y rivales. Tal como recuerda Marion, los católicos han aceptado ampliamente la separación entre la Iglesia y el Estado, conceden el mismo valor que cualquiera a la libertad política y a la tolerancia religiosa, y no constituyen ningún riesgo de ingreso en la vida pública a través de una propuesta integrista (una inquietud que solo pervive, e incluso moderadamente, respecto del islam). Los no creyentes, por su parte, toman conciencia de que la religión no se va a acabar ni está destinada a desaparecer y, más aún, que la conciencia religiosa es portadora de motivos completamente únicos y especiales que promueven y alientan el desarrollo de bienes públicos, en particular ciertas formas de generosidad y de solidaridad que van mucho más allá de lo que el Estado puede hacer, incluso con un sistema eficiente de educación pública, de bienestar social y de democracia política. En este mismo sentido, deben recordarse las observaciones de Habermas [3] en su diálogo con el Papa Benedicto XVI el año 2004 en la Academia Católica de Baviera en Múnich [4], que inaugura esta nueva forma de observar la controversia entre Estado y religión. Habermas establece claramente que la constitución del Estado liberal puede satisfacer por sí misma su necesidad de legitimación con entera independencia de argumentos religiosos o metafísicos, pero una cosa son los presupuestos normativos en que descansa la democracia constitucional y otra las motivaciones que tienen los ciudadanos para participar en ella. Todo lo que el Estado puede esperar es que los ciudadanos no transgredan la ley, pero a la hora de solicitar un esfuerzo y un sacrificio adicional (incluso tan simple como participar en las elecciones con voto voluntario) aparecen las limitaciones. El stock de argumentos puede estar más en un lado, pero el stock de motivos está más en el otro, en una dirección que favorece ampliamente a la religión.
La sociedad secularizada se caracteriza por un declive sistemático de la religión en la sociedad en el marco de un clima de turbación y desánimo entre los católicos y las personas religiosas, y de indiferencia, y muchas veces de abierta animadversión, en la sociedad general. Este clima oscuro tiende, sin embargo, a disiparse, tal como lo expresan los textos de Marion y Macron. Marion reprocha a los católicos revolverse tanto tiempo en su propio sentimiento de decadencia y los exhorta a volver a la Iglesia con la frente en alto. Macron interrumpe sorpresivamente cien años o más de hostilidad religiosa del Estado y se detiene por vez primera a considerar las bondades de la religión, a riesgo de no encontrar a nadie dispuesto a escucharlo en las propias filas del catolicismo, lo que constituye precisamente el temor de Marion.
La formación de actitudes post-seculares en la Iglesia y en la sociedad constituye un desafío importante para el futuro de los católicos. Los católicos pueden retomar su misión en una sociedad definitivamente no religiosa a condición de volver a aquello que le es enteramente propio: su mensaje y testimonio de amor fraternal, tal como sucedió en los primeros tiempos, su inaudita capacidad de amar al prójimo que dejó atónita a la sociedad pagana de la época. Ante todo, se trata de la fraternidad entre los cristianos (“mirad cómo se aman unos a otros”), que se funda en la unidad que procede de la común participación en el Cuerpo de Cristo, no solamente como comunidad de creencia contenida en la advocación a un Padre nuestro, sino sobre todo como comunidad eucarística que exige volver al templo, como reclama Marion, y sobre todo abandonar las luchas de partidos y facciones que emponzoñan a las iglesias mayoritarias y las cúpulas religiosas. Pero la comunidad fraternal cristiana cumple su verdadera misión en el servicio a todos, tal como lo recuerda Ratzinger-Benedicto XVI a propósito del llamado de San Pablo para que el “amor servicial se ofrezca por completo a cualquiera que se acerque al cristiano y necesite de él; también cuando se recomienda que se ore por todos los hombres, que se respete totalmente a las autoridades no cristianas, y que se manifieste de manera plena que los cristianos hacen el bien a todo el mundo” [5].

Notas

[1] En español: Breve apología por un momento católico.
[2] Ley de separación de la Iglesia y el Estado.
[3] Habermas es un filósofo y sociólogo alemán, reconocido en todo el mundo por sus trabajos en filosofía práctica.
[4] Recogido en Dialéctica de la Secularización. Sobre la razón y la religión. Ediciones Encuentro, 2012.
[5] Joseph Ratzinger. La Fraternidad de los Cristianos. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005:92.