El intento de suprimir la asignatura de Religión por parte de la Consellería de Educación de la Comunidad Valenciana, que ha autorizado a los directores de los institutos a suprimir la asignatura de Religión en 1º de Bachillerato ya a partir de septiembre, me parece lamentable por diversos aspectos.
En primer lugar, porque es un intento de saltarse la legalidad, recogida en la LOMCE, que obliga a ofrecer esta asignatura como optativa, a nadie se obliga.
En segundo lugar, porque todos coincidimos en que la educación tiene muchos problemas, relacionados con la calidad y el absentismo escolar, pero sólo desde un prisma sectario se puede considerar que es prioritario, urgente, analizar la conveniencia o no de la asignatura de Religión.
Es insólito, antidemocrático y una crueldad con los profesores y con los alumnos plantear esa posibilidad a estas alturas, pensando que el calor veraniego tiene dormida a la sociedad. Los horarios y profesorado del próximo curso ya están aprobados, y se pone en riesgo el trabajo de 1.500 profesores de Religión.
Suprimir la Religión es para Vicent Marzà, conseller de Educación, una prioridad, interpretando a su manera el “Acuerdo del Botánico”, suscrito el 11 de junio por PSPV, Compromís y Podemos, en el que se aprobó: “Acordar con la comunidad educativa las medidas necesarias para paliar los efectos negativos que tendrá la aplicación de la LOMCE, hasta que se consiga su derogación”.
Sorpresa para ingenuos, previsible otros muchos el intento de acabar con la Religión.
La anti-Religión como prioridad me preocupa, al igual que la insensatez con que se ha urdido esta maniobra. Se juega con la comunidad educativa y se le ignora, en vez de tenerla en cuenta. La peculiar versión de la democracia del conseller de Educación y del tripartito valenciano se merecería un particular análisis.
¿Para qué los Consejos Escolares, las AMPAS, los deseos del alumnado? Máxime cuando es probable que la mayoría de los ciudadanos, como revela una encuesta del periódico valenciano “Levante” – el más difundido en la Comunidad Valenciana - que está circulando en estos días, desea que no desaparezca la Religión como asignatura: en concreto, un 77%. Algunas AMPAS ya han avisado: denunciarán a los directivos que la supriman.
El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, intentó sensatamente calmar a la opinión pública, diciendo que la Religión forma parte del currículum escolar, y que hay cuestiones muchos más urgentes en la educación, como el fracaso escolar. Pero la descoordinación o el sectarismo de la Consellería ha quedado de manifiesto, en una prueba más de que una cosa es lo que expresa el presidente y otra lo que se dice por otros cargos de la Generalitat.
De paso, Ximo Puig ha dicho que la religión le parece que compete al ámbito privado. No estoy de acuerdo: es algo personal, patrimonio cultural, con dimensiones privadas y públicas, como algo que pertenece al ámbito de la razón y de la libertad de creencias. Con estas ideas, Puig avisa también, aunque sea partidario de respetar la legalidad todavía vigente.
Como a la mayoría de los ciudadanos, me parece que la Religión debe seguir en el ámbito escolar. Lo que me preocupa de verdad es que católicos practicantes asistan pasivos a esta maniobra veraniega, o que incluso les parezca mejor que la Religión desaparezca de la enseñanza. Los abusos, con frecuencia, se producen por la aberración de unos pocos y el silencio cómplice de la mayoría.
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