A colación de las elecciones municipales y autonómicas, que nos han dejado un panorama muy abierto y dispar, debemos preguntarnos el por qué y el para qué de la representación o, lo que es lo mismo, de la democracia representativa,entendida como la forma de gobierno en la que el soberano (el pueblo) no ejerce el poder político por sí mismo, sino por medio de representantes. Pero el objeto de la representación no es el pueblo. Los representantes nos representan, pero no somos nosotros. El pueblo y la nación no son órganos del Estado, aunque sí lo son los Parlamentos y, por lo tanto, el cuerpo de representantes.
La representación, tal y como sostiene el Diccionario Crítico de Ciencias Sociales, junto a otros aspectos relativos a la redistribución de la renta, el pluralismo político, elecciones libres, la primacía y universalidad de las leyes, la defensa de los propios intereses a través de representantes y la división de poderes, es el que está contenido en la expresión “Estado social y democrático de derecho” (García Cotarelo, 1981).
Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005, distingue la representación en jurídica, sociológica y política, que a la postre se subsumen en la representación parlamentaria en sus distintas vertientes. Este mismo autor sostiene en su obra La política: lógica y método de las ciencias sociales, respecto al lenguaje, que no es sólo que el pensamiento requiera al lenguaje, sino que “las palabras, con su fuerza alusiva semántica, estampan su sello en el pensar”, citando que la luna para los griegos servía para contar, denominándola de esta manera; por el contrario, para los latinos la luna servía para ver de noche, y así la denominaron. Ambos conceptos denotan a la luna, pero no la connotan.
Por ello, las Comunidades Autónomas, con competencias educativas, para gobernar dependerán de pactos entre las fuerzas políticas. Pactos que esperemos se forjen con responsabilidad y en los que la educación deje de ser la cenicienta de las Administraciones públicas y sea de verdad considerada como pilar de futuro. Pactos, por tanto, que debieran denotar y connotar el verdadero compromiso con el presente y el futuro.
Por eso, la teoría de juegos intuye que los juegos políticos no deberían ser de suma cero (unos ganan –ricos- y otros pierden –pobres-), sino que deben ser juegos de suma mayor a cero o positiva, es decir, que una vez elegidos los representantes, estos deben debatir, negociar e intentar llegar a soluciones de compromiso, lo que significa que, en busca del interés general, debemos generar una economía de suma positiva, que sólo se consigue con la redistribución de la riqueza.
Pero ello sólo es posible si la representación de los ciudadanos se rige por el beneficio de los mismos, y la riqueza o abundancia, sea esta cual sea, busca y sirve al “bien común”.
Bill Clinton, en una entrevista en Wired, en diciembre de 2000, sostiene que:
“Cuanto más complejas se vuelven las sociedades, y más complejas son las redes de interdependencia dentro y fuera de los límites de las comunidades y las naciones, un mayor número de gente estará interesada en encontrar soluciones de suma positiva. Esto es, soluciones ganancia-ganancia en lugar de soluciones ganancia-pérdida... Porque descubrimos que cuanto más crece nuestra interdependencia, generalmente prosperamos cuando los demás también prosperan”.
También el Papa Francisco, en su habitual homilía en Santa Marta, interpela con contundencia, no sólo a los representantes, sino también a los representados, pues aquellos no son más que una muestra de la sociedad:
“El apego a las riquezas es el comienzo de todo tipo de corrupción, por todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, incluso la pequeña corrupción comercial (…), corrupción política, corrupción en la educación... ¿por qué? Porque aquellos que viven aferrados al propio poder, a las propias riquezas, se creen en el Paraíso. Están encerrados, se les ha cerrado el horizonte, no tienen esperanza. Al final tendrán que dejarlo todo”.
Definitivamente, la economía no tiene por qué ser un juego de suma cero, en el que siempre ganen y pierdan los mismos.
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