lunes, 21 de septiembre de 2015

Una Iglesia que resistió el ateísmo de Estado

En Cuba hay personas bautizadas hasta tres veces. Todas de forma secreta. Durante décadas, ser católico suponía un lastre social: te impedía formar parte del Partido Comunista, entrar en las mejores escuelas o incluso cursar algunos estudios universitarios. Quedabas, en definitiva, marginado, fuera de la clase dirigente y con una continua sospecha encima.

«Hasta 1992, el Gobierno y el Estado cubano eran oficialmente ateos, aunque el pueblo mantenía su religiosidad. Por eso, durante años, a los niños que nacían los bautizaban las abuelas de forma clandestina. No le decían a nadie que lo habían hecho porque había miedo. Luego el tío cogía a ese mismo niño y también lo bautizaba sin decírselo a nadie. Y más tarde lo hacía uno de los padres u otro familiar. Años después hemos visto que hay muchas personas en esta situación. Muestra que, hasta en los momentos más difíciles, los cubanos seguían teniendo a Dios en su corazón», cuenta Yosvany Carbajal, rector del centro cultural Padre Félix Varela y párroco de la catedral de La Habana.

Hoy la situación de la Iglesia es bien distinta. Aunque sólo alrededor del 5% de la población va regularmente a misa, la comunidad cristiana ha ganado espacio en la sociedad. «Todavía nos queda camino por recorrer, pero podemos celebrar procesiones, hacer la catequesis...», dice Carbajal. Para que la libertad religiosa sea completa y no se limite a una libertad de culto, espera que los católicos puedan participar activamente en la vida del país en todos los ámbitos, incluyendo el acceso a los medios de comunicación o al sector educativo.

Sergio Lázaro Cabarrouy, responsable de la red informática del episcopado cubano, ha vivido en primera persona los cambios por los que ha pasado la comunidad cristiana en las últimas décadas. Durante su niñez vivió en San Diego de los Barrios, una pequeña población de la zona occidental de la isla. Allí sólo dos familias vivían públicamente la fe: mantenían abierta la iglesia y rezaban el Rosario juntos. Lo hacían sin presencia de un sacerdote, quien sólo podía visitarles una vez a la semana o incluso una vez al mes.

«Durante la educación primaria y secundaria no pude acceder a las escuelas de élite a las que tenía derecho por mis notas debido a mi fe. Luego en la universidad tampoco me dejaron cursar estudios de humanidades, porque estaban vetados a los católicos», cuenta Cabarrouy. Muchos de los fieles que afrontaron estas dificultades en aquellos años emigraron, principalmente a Estados Unidos. «Fue un periodo duro, luego la situación mejoró en los años 90 y hubo gente que entró a la Iglesia de adulta sin haberse sentido antes parte de ella, como le ocurrió a mi esposa».

Momento de fiesta

Sean «cristianos viejos» o feligreses más recientes, los católicos cubanos muestran una igual ilusión por la visita de Francisco. «Es un momento de fiesta», asegura Carbajal, quien reconoce que todos los preparativos le han dejado agotado. «La gente siente una gran empatía por este Papa latinoamericano. Tiene muchas ganas de escuchar lo que tiene que decirle a los cubanos. Bergoglio es capaz de hablar al corazón de las personas, presenta sin miedo el mensaje de Jesucristo porque sabe que el ser humano necesita que le hablen de Dios».
Un avance de lo que va a decir durante su vista a Cuba lo adelantó Francisco en su videomensaje a los cubanos. Los católicos se sorprendieron al verlo emitido una y otra vez en la televisión estatal, donde habitualmente hay poco espacio para la información religiosa.

El Pontífice destacó en su alocución la ternura de Dios. «Francisco sabe bien el momento en que se encuentra el país y que la Iglesia debe mostrar esa ternura para sembrar reconciliación y diálogo. No sólo con Estados Unidos, también entre los propios cubanos. Seguro que esta visita va a servir para alcanzar ese objetivo», concluye el párroco de la catedral de La Habana.

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