La reciente adhesión de la Santa Sede a los tratados internacionales que buscan proteger la capa de ozono del planeta es una muestra más de la preocupación por la ecología y el medio ambiente que, en numerosas ocasiones, ha mostrado Benedicto XVI, siguiendo la estela de Juan Pablo II y Pablo VI. Llamadas como la que dirigió a las nuevas generaciones durante su estancia en Loreto, el pasado septiembre, donde insistió en “pronunciar un sí decidido a la defensa de la creación y un compromiso intenso para invertir esas tendencias que corren el riesgo de provocar situaciones de degradación irreversible”, han ido conformando una nueva responsabilidad que el cristiano debe asumir como parte inherente a su propias creencias.
Sin embargo, basta con echar un vistazo al panorama general de España para ver que todavía son pocas, y muy puntuales, las iniciativas que se llevan a cabo en diócesis y parroquias destinadas a promover el respeto por la Tierra y el uso prudente y racional de los recursos naturales. ¿Hay entre nosotros verdadero interés pastoral para asumir un reto en el que cada vez se implican más fieles a título personal?
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