domingo, 30 de diciembre de 2012

Jesucristo, Señor del tiempo y de la historia


Hay un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar
y un tiempo para arrancar lo plantado,
un tiempo para destruir
y un tiempo para edificar,
un tiempo para buscar
y un tiempo para perder... (Ecles. 3)
Pasan los días, los años y la erosión del tiempo pareciera cubrir nuestra vida del polvo de la rutina. Los hombres caemos así en una concepción triste y desesperanzada del devenir humano. La eterna rotación del acontecer levanta su estandarte de monotonía: siempre lo mismo, “no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecles. 1,9). Hay quienes, por el contrario, se aferran al presente y sentencian: “carpe diem”, aprovecha el día porque después de esta vida nada hay.
El modo de concebir el tiempo y la finalidad de la historia tiene gran impacto sobre la manera de afrontar el presente. ¿Será lo mismo transitar esta vida si al final del camino nada nos espera, que caminar sabiendo que en la meta hay una Presencia y un abrazo? (Cfr. Jesucristo Señor de la Historia, Conferencia Episcopal Argentina, 2000).
Vivimos hoy una realidad agnóstica y atea, es decir, descristianizada. La falta de sentido hunde al hombre en un abismo de relativismos y atropellos contra su propia dignidad, contra el valor de la vida. De ahí la urgente necesidad de reaccionar contra la mentalidad ordinaria para alimentar nuestro pensamiento y nuestra acción con una inspiración auténticamente cristiana (Marrou, Teología de la Historia, Madrid, Rialp 1978, p.27). ¿No es una Vida con mayúscula y no con minúscula la que estamos llamados a vivir?
La respuesta a esta situación de incertidumbre, pesadumbre, falta de valores y sentido que encubre la realidad de hoy nos la da el misterio de la Encarnación. Dios ha salvado al hombre en el tiempo y en la historia. Es en el corazón de la vida, en medio de sus circunstancias concretas: vínculos, conflictos y dolores; sentimientos, experiencias y acontecimientos; personas y comunidades donde Jesús nos ofrece la salvación. Jesús, hecho un niño en Belén e indefenso también en la cruz quiso someterse a los límites de esta historia (Jesucristo... , p.21). Quiere depender de nuestra libertad porque quiere que la opción libre del hombre en el tiempo repercuta en la eternidad.
Construyamos entonces con “andamiajes temporales la casa permanente” (San Agustín, Sermones 362 7 PL 38). Con Jesucristo la eternidad entra en la historia, la grandeza en lo pequeño, la redención en la vida de cada día. Contemplando el rostro de Cristo, el hoy del hombre tiene una perenne novedad: el Reino de los Cielos está aquí, puso su morada en el tiempo, en la historia de cada hombre. Si el presente tiene semillas de eternidad hay un fruto eterno que en el tiempo ya podemos saborear.

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