domingo, 31 de agosto de 2008

El arte de la educación según Edith Stein

Entrevista con el autor de un libro sobre el tema, Eric de Rus

"La educación para Edith Stein es el supremo arte cuyo maestro es el Espíritu Santo y en el que el hombre es el humilde colaborador", dice Eric de Rus, profesor asociado de filosofía, que acaba de publicar en francés un segundo volumen dedicado a esta santa titulado "El arte de la educación según Edith Stein. Antropología, educación y vida espiritual "(Cerf, Ed del Carmelo, Ad-Solem).  

En una entrevista publicada por la edición francesa de Zenit, Eric de Rus explica que la dimensión educativa “es una dimensión esencial de su mensaje”.

Edith Stein manifestó su preocupación por la educación ya en su etapa universitaria de Breslavia (1911-1913). “El interés persiste en los años posteriores durante sus estudios en la Universidad de Göttigen. Después de su conversión, y antes de ingresar en el Carmelo de Colonia, mantendrá un doble compromiso como profesora y conferenciante”, añade De Rus. 

Ya carmelita, “destaca la pedagogía de la santa reformadora Teresa de Ávila. Sus propios textos espirituales dan testimonio de este interés por la educación que profundiza la importancia de revelar la dimensión mística”

La investigación que De Rus está desarrollando sobre Edith Stein, muestra, explica el propio autor, “la unidad del enfoque existencial, filosófico y espiritual de esta autora, demostrando que existe una relación vital entre la antropología, la educación y la vida espiritual”.

Así, "el pensamiento sobre la educación" aparece en Edith Stein como "el punto focal donde se unifican su antropología, la tradición mística y espiritual, de San Agustín a Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, y su experiencia personal de los caminos de Dios".  

La filósofa alemana, “desde el momento en que ve la educación como 'la formación del ser humano en su totalidad, en todas sus fortalezas y capacidades con el fin de que sea lo que debe ser', entonces implica ya una cierta idea del hombre”, explica De Rus.

“Como Edith Stein escribe: Toda la labor educativa que se centra en educar a los hombres viene acompañada de una idea precisa de qué es el hombre,  su lugar en el mundo y su misión en la vida, así como de las oportunidades prácticas ofrecidas para formarlo”. 

Edith Stein, explica, “considera al hombre como una unidad de cuerpo, alma y espíritu y demuestra que el hombre tiene un interior inviolable que es el fundamento de su dignidad, el espacio sagrado de encuentro con Dios y inseparablemente, el lugar de la conciencia de que pueden elevarse decisiones libres y un verdadero diálogo con el mundo”.  

“Formar al hombre significa tener el coraje para servir a esta interioridad. Edith Stein da una formulación muy luminosa de este vínculo entre el interior y la educación cuando escribe: Es la vida interior el fundamento último: la formación se lleva a cabo desde el interior hacia el exterior", añade.

Precisamente, señala De Rus, la insistencia de Benedicto XVI en la educación, como el reciente documento de la Congregación para la Educación Católica titulado "Educar en una escuela católica. Misión compartida por las personas consagradas y los  laicos" (septiembre de 2007) “no es una coincidencia”.  

“El desafío hoy es realmente un desafío antropológico: ¿Quién es el hombre, qué es vivir auténticamente en el sentido de su ser? Pero esto nos pone precisamente al corazón de la misión educativa que sirve a lo mejor de la persona”.

“Educar es acompañar el despliegue completo de una humanidad en el cumplimiento de su vocación natural y sobrenatural. Esta es la única forma en que la sed de sentido que caracteriza a la persona humana, puede satisfacerse”.

Para Edith Stein, explica, la educación “es el supremo arte en el cual el Espíritu Santo es el maestro y en el cual el hombre es el humilde colaborador”

“Edith Stein nos recuerda que el hombre no se convierte en plenamente humano a menos que corra el riesgo de una gran aventura: la santidad que es la obra del Espíritu Santo. Quien se abandona a la acción educativa del Espíritu y se deja configurar a Cristo participa misteriosamente en su obra de salvación consagrando el mundo a Dios”, concluye.


miércoles, 27 de agosto de 2008

La hegemonía cultural de la izquierda


Invitado: Horacio Vázquez-Rial

Creo que ya va siendo hora de hablar del marxismo. Como el psicoanálisis, forma parte de lo que somos como herederos del siglo XX, al que Bernard-Henri Lévy bautizó como "el siglo de Sartre". Hablamos en marxiano, como hablamos en freudiano. ¿Quién no tiene un complejo, sea de Edipo, de superioridad o de inferioridad? ¿Quién se enfada si escribo que Vallecas es un barrio obrero?

Y es que vengo descubriendo en estos días que la hegemonía cultural de la izquierda no es sólo una cuestión de poder, sino de producción, por una parte, y de propaganda muy prolongada, por otra.

Leo ¿Qué es Occidente? de Philippe Nemo y lo primero que me encuentro es una cita de Moses Finley, el ilustre autor, marxista, de La economía antigua y otras obras mayores sobre la Antigüedad clásica. Es natural: Nemo tiene dos años menos que yo, de modo que ambos nos formamos en el mismo tipo de universidad. ¿Y cómo conseguíamos aprender algo sobre la Antigüedad? Pues con Finley, Cornford, Thompson, Mondolfo o Bianchi Bandinelli. También, desde luego, con Jaeger y Toynbee. Pero los historiadores marxistas predominaban. Y la razón no está en una elección por parte del profesorado, sino en que su obra era la única realmente existente.

¿Produjo acaso la no-izquierda (e involucro en esta definición tanto a la derecha clásica como al liberalismo) en volumen y calidad comparables? (Hablo únicamente de la academia, no del universo del arte, donde desde Picasso hasta Orozco el Partido Comunista se llevó el gato al agua: eso es puro agit-prop.) La respuesta es no. Y los aportes más recientes y más críticos con la izquierda académica tradicional vienen de personas como Martin Bernal (Atenea negra. Las raíces afroasiáticas de la civilización clásica, publicado en castellano, aunque únicamente el primer volumen, por Crítica), hijo nada menos que del autor de laHistoria social de la ciencia que nutrió a mi generación como cumbre del pensamiento marxista. Bernal hijo no siguió exactamente los pasos de su padre, pero acabó por confluir en su idea del Medievo griego con ese gran filólogo marxista (sobre todo filólogo, aunque se le recuerde más como cineasta o como poeta) que fue Pier Paolo Pasolini.

Se me dirá que hay un amplio pensamiento católico, y otro, igualmente amplio, liberal. Pero los clásicos de la historia y de la ciencia el siglo XX son mayoritariamente marxistas o hegelianos de izquierdas. Pasaron todos sigilosamente por encima de la tumba de Kant, que cometió la imprudencia de no sistematizar los ciclos de la historia (cosa que, desde una perspectiva ni marxista ni hegeliana, intenta igualmente Toynbee, el historiador más próximo al liberalismo).

Portada de la edición española del libro Mercaderes y banqueros de la Edad MediaSólo ahora empieza a aparecer una producción importante al margen del pensamiento dominante. Citaré aquí el caso de Jean Sévillia, publicado por Ciudadela hace dos años, y que trae un bagaje crítico realmente revitalizante desde un punto de vista católico. Está, desde luego, la experiencia singular del medievalista francés Jacques LeGoff, cuyoMercaderes y banqueros en la Edad Media es un clásico en la materia, elaborado desde el marxismo y que, en edad avanzada, al trabajar en la biografía de Luis XI, rey de Francia (obra que sigue faltando en español) , encontró el camino al catolicismo. Pero, aun en una época de abundantes conversiones como es la nuestra, se cuentan con los dedos de una mano las derivas de ese tipo.

Apelo a mi memoria, que procede de dos campos especializados, la historia del pensamiento antiguo y el medievalismo, y no consigo recordar obras principales al margen del marxismo. Ni siquiera Braudel, ni siquiera Sarraihl, y, desde luego, no Bataillon (padre: el hijo parece más discípulo de Eduardo Galeano que del gran historiador que fue don Marcelo). Por supuesto, cargamos en su día con Tuñón de Lara, un prestigio de agit-prop, pero cuando entramos en nuestros clásicos, y me refiero a Carande, Domínguez Ortiz o Artola, y no a los precedentes Pidal, Sánchez Albornoz o Castro (historiador finalmente buenista a pesar de sus aparentes fierezas, que estaría con Smiley en la alianza de civilizaciones), encuentra materialismo histórico por todas partes, no porque ellos se lo hubieran propuesto, sino porque estaba (y está) en el aire de los tiempos.

Cuando Federico Engels escribió ese librito sencillo que es El origen de la familiala propiedad privada y el Estado, sembró la sistematización de los modelos que alimentarían toda la centuria siguiente: los modos de producción sucesivos, el antiguo o esclavista, el feudal, el capitalista. Y no nos podemos librar de eso. Sin embargo, hay que empezar a hacer el esfuerzo, porque no habrá textos liberales mientras esa etapa no haya sido superada. Es cierto que el del feudalismo, nudo de todos los demás, es un modelo eficaz en términos didácticos, que permite construir sobre su lomo casi todo. Pero no deja de ser un modelo que sólo se realizó al completo, como bien explica el historiador marxista Perry Anderson, en algunos sitios de la Île de France, y tiene que ser sustituido en el desarrollo de los acontecimientos que cimentaron el Antiguo Régimen.

Henri Pirenne abrió en su día muchísimas puertas por las que nadie ha pasado ni parece querer pasar. Por ejemplo, su tratamiento de la irrupción del islam en el siglo VII, en Mahoma y Carlomagno, propone una lectura de Europa que sólo unos pocos han seguido, y brinda una posibilidad de interpretar las Cruzadas como lo que fueron: una lucha por la supervivencia de Occidente, con la Cristiandad a la cabeza. Lo hemos leído en la universidad, pero es cierto que el resto lo dejó semienterrado: ¿qué hacer si la bibliografía de una asignatura incluye el Mahomade Pirenne y el Al-Andalus de Guichard? Leer los dos. Pero Guichard está sostenido por una red didáctica (en España, por los americocastristas) y Pirenne, pobrecito, aunque su obra sea monumental, está solo.

Me parece que seguiremos con estas reflexiones, ampliando y profundizando, en espera de los comentarios de los lectores.

 
vazquezrial@gmail.com


martes, 19 de agosto de 2008

CON OCASIÓN DE LAS OLIMPIADAS: La larga marcha de los católicos chinos

Imagen de Nta. Sra. de China
Invitado: José Luis Restán


"Por supuesto que sí". Es la respuesta que ofrece el cardenal Joseph Zen, perplejo ante la duda de su interlocutor, cuando le preguntan si se puede verdaderamente ser cristiano hoy en China. Con ocasión de la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, este valiente testigo de la fe y luchador por las libertades contempla con algo de ironía la fascinación occidental frente a su inmenso país.

El régimen de Hu Jintao se ha planteado las Olimpiadas como una gigantesca operación de marketing que debe proyectar la imagen de un país lanzado hacia el liderazgo del futuro en todos los campos. Claro que para eso es preciso correr una cortina de silencio sobre demasiadas cosas. Para empezar, sobre las tremendas contradicciones de un sistema que ha abierto algunos sectores de su economía al libre mercado mientras mantiene un férreo cerrojo a las libertades y los derechos humanos. El resultado ha sido una franja costera con un desarrollo fulgurante y una nueva clase de ricos (unos doscientos millones de personas) frente a un interior rural y subdesarrollado en el que una población de más de trescientos cincuenta millones de personas se hunde cada vez más en la pobreza.

Por otra parte, hoy apenas queda rastro de la épica revolución de los estudiantes en Tiananmen, ahogada en sangre por orden de los mandarines del PCCh. Parece como si la sed de libertad que puso en jaque a la mayor dictadura de la historia hubiera sido tragada la tierra: unos se han entregado al disfrute de las nuevas posibilidades ofrecidas por el crecimiento económico, otros simplemente han decaído en la resignación. Culturalmente hablando, el pueblo chino está sufriendo la superposición de la tradición confuciana, del maoísmo y de un capitalismo sin raíces: es difícil definir el sabor de este extraño cóctel y predecir su evolución futura.

Abortado (parece que definitivamente) cualquier conato de disidencia política, la represión se ceba hoy en el campo de la libertad religiosa. Más allá de las buenas palabras que se gastan en las oceánicas asambleas del comunismo chino, los aparatos de control se han perfeccionado para impedir cualquier vía de agua que proceda de un ámbito que desde siempre ha inquietado a los jerarcas del régimen chino. En este sentido las Olimpiadas juegan un auténtico papel de máscara: por un lado se abren espacios (bajo estricta vigilancia) para que las delegaciones extranjeras puedan ejercer la libertad religiosa, mientras se impermeabilizan las comunidades religiosas locales para impedir todo contacto con los visitantes, y se acentúa la represión preventiva para evitar cualquier manifestación visible durante el desarrollo de los Juegos.

El cardenal Zen reconoce que la paciencia, una virtud tan china, no es su fuerte. Aun así, se niega a enjuiciar la situación en términos de optimismo-pesimismo. Se ha cumplido un año de la histórica carta de Benedicto XVI a los católicos chinos, el movimiento de mayor trascendencia que ha realizado la Santa Sede desde que en 1952 Mao expulsara de Pekín al Nuncio y comenzara una persecución en toda regla. Los frutos de esa preciosa carta son difíciles de evaluar: para las comunidades católicas (unos doce millones dispersos desde la antigua Manchuria a Shangai) ha supuesto una inyección de esperanza y una señal luminosa de la preferencia del Papa; para los burócratas de la Asociación de Católicos Patrióticos, un serio peligro de perder sus estúpidas prebendas; y para el régimen, un documento difícil de clasificar que ha descolocado sus estrategias diplomáticas.

Lo cierto es que poco o nada se ha movido en la dirección de una mayor libertad para los católicos chinos, e incluso las esperanzas suscitadas por algunos nombramientos episcopales concordados con Roma sotto voce parecen ahora más lejanas. "Quizás yo soy demasiado impaciente", concede el cardenal Zen; aun así, insiste, "la baza más importante con la que contamos es la carta del Papa (...). Hay que dejar que el tiempo pase, a la larga producirá resultados". También los analistas occidentales somos impacientes y aplicamos una lógica muy distante de la mentalidad china. Mientras el régimen recela de las intenciones de Roma y sigue viendo a la pobre comunidad católica como un peligro potencial (curioso este pavor que ya alentaba el propio Mao, como relata Jung Chang en su monumental biografía del tirano), las preocupaciones principales para los responsables de la Iglesia en China son de otro orden.

La cuestión esencial es cómo responder al desierto espiritual y moral que se abre paso a caballo de la tecnología impostada sobre las ruinas del maoísmo. Un gran conocedor del mundo chino, el padre Bernardo Cervellera, ha explicado que "particularmente en la clase media, formada por estudiantes y licenciados, y en el mundo académico, crece la búsqueda de un sentido de la vida, del deseo de Dios; una búsqueda que se aleja cada vez más de los mitos y tradiciones basadas en el confucianismo".

La feroz persecución del maoísmo no ha podido arrancar la planta de la fe del suelo chino, pero quién sabe si el desafío es ahora mayor, entre el campo sumido en la frustración y las ciudades enloquecidas por una riqueza sobrevenida y sin alma. "¡Por supuesto que se puede ser cristiano hoy en China!", repite el cardenal Zen. Y recuerda que la historia de la Iglesia en su país está llena de testigos que han dado su vida por vivir y comunicar la fe. "Mirarlos a ellos, a los que están más lejanos en el tiempo y a los más recientes, constituye la fuerza de nuestra comunidad". Por cierto, los lectores españoles gozan ya de una magnífica obra sobre una de las páginas más hermosas y desconocidas del cristianismo en el siglo XX: El libro rojo de los mártires chinos, recientemente publicado por Ediciones Encuentro. Una buena lectura para estas vacaciones, especialmente para los católicos españoles tentados por la queja y el pesimismo.