miércoles, 20 de septiembre de 2017

¿Cómo interpretar el color azul en el arte cristiano?

Un color despreciado por griegos y romanos, que pasó a usarse como signo de divinidad

Los griegos veían el mar verde, los romanos veían el cielo amarillo… Pero los antiguos italianos comenzaron a cambiar estos códigos, llegando incluso a aplicar al manto de la Virgen un color casi inexistente, incluso poco valorado: el azul.
Los historiadores del siglo XIX pensaban que los griegos no veían el azul. Pero no era un problema de visión, sino uno de vocabulario y de sociedad. El color azul desempeñaba un papel tan mínimo que no existía ninguna palabra griega o latina para designarlo. Esta marginalidad es tal que durante la formación de las lenguas romances, se utiliza un vocabulario de las culturas germánicas o árabes para crear palabras como ‘azul’ y ‘bleu’.
Para los romanos, este color estaba asociado a los bárbaros: tener ojos azules era algo desdeñable y nadie llevaba ropa de este color hasta que llegó el siglo III. Sin embargo, poco a poco el azul pasará de ser el color de los bárbaros a convertirse en el color de la divinidad.
Luz divina y luz terrenal
Los siglos XII y XIII marcaron una “revolución del azul”. Esta revolución nace de la teología. Dios es un dios de luz y esto se manifiesta de dos maneras: luz divina (lux) y luz terrenal (lumen). Para diferenciarlos, era necesario encontrar una técnica en las imágenes: así es como el cielo — la capa atmosférica— se tornó azul, mientras que el dorado se usó para representar la luz divina y el Cielo como paraíso celestial.
Un grupo de pintores italianos del Trecento, liderados entre otros por Giotto, quisieron introducir estos nuevos principios al arte, anunciando de esta forma el Renacimiento. Los personajes asumen actitudes cada vez más humanas en entornos reales, más cercanos a la realidad cotidiana.
La bóveda de la capilla Scovegni de Padua, pintada por Giotto, ilustra las dos luces diferentes, colocando a los santos en medallones con fondos dorados, separados del cielo estrellado, azul.

Azul mariano

En el arte religioso, la Virgen casi siempre es representada con un manto azul. Las razones de esta elección son más bien una cuestión de devoción que de teología. En la Edad Media, el culto mariano estaba de hecho en plena expansión. En ese momento, se decidió revestir a la Virgen con un color de pigmentos caros. El lapislázuli era tan precioso que costaba tanto como el oro, si no más. Por eso estos pigmentos se reservaban para las representaciones de la Virgen María.
En el arte bizantino, la Virgen era representada a menudo con un abrigo color negro, señal de luto por la muerte de su hijo. Más tarde, el azul se convirtió en su color y los reyes usarían el mismo. Felipe II de Francia y luego san Luis se pusieron una capa azul, y esta costumbre se extendió entonces en las cortes europeas.

San Pedro: dorado y azul

El azul, color que simboliza la fidelidad y la fe, es uno de los dos colores que generalmente se utilizan para representar a san Pedro. Los colores pueden ayudar a identificar caracteres cuando los atributos no están representados. Por lo tanto, sin las llaves, a san Pedro se le reconoce por su vestidura azul y amarilla. El azul simboliza la divinidad, la fidelidad y la fe del primer papa. Su vestidura amarilla, en su caso, simboliza la traición por la que negó a Cristo tres veces. Estos dos colores son opuestos en su simbolismo pero complementarios en pintura, adaptándose de la mejor manera a la figura de san Pedro.

Salvado por los protestantes

El siglo XVI marcó la época de la Reforma protestante y, por lo tanto, la moralización de los colores. De un lado están los colores llamados “deshonestos”: demasiado brillantes, como el rojo, amarillo o verde. Por otro lado, se encuentran los colores “honestos”, como el marrón, el gris, el negro y también el azul.
Esta “moralidad” de los colores influyó en la vida cotidiana y en el modo de vestir. También tuvo consecuencias para el arte. La “paleta católica” con sus colores tornasolados es utilizada por Rubens, mientras que la “paleta protestante” da más importancia a la luz que al color. Rembrandt y Vermeer utilizaron el color azul, pero sin referirse a la vestimenta de la Virgen, sino como símbolo de fe y fidelidad.

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