En Barcelona pasé algunos años antes de afincarme, de forma definitiva, en Madrid, por otro lado mi tierra natal. Siempre percibí esa ciudad como un crisol de culturas y de anhelos de una periferia desventajada; siempre fui recibido —tal vez porque frecuentaba círculos bohemios—como uno más, sin tener problemas ni con la lengua ni con su singular idiosincrasia.
No es el momento de entrar en otras consideraciones respecto a la «cultureta» que se ha ido desarrollando en las últimas décadas.
No es el momento de entrar en otras consideraciones respecto a la «cultureta» que se ha ido desarrollando en las últimas décadas.
Me gusta Barcelona; he crecido en muchos aspectos en Barcelona; la siento tan mía como los nacidos, ya sea por suerte, por circunstancias varias o por necesidad, en ese suelo y terruño privilegiado, aunque desgraciadamente, hace años que no la visito.
He sentido el dolor, como la mayoría de la ciudadanía patria y allende nuestras fronteras, al ver que la sinrazón y la barbarie destrozaban y truncaban la vida de muchas personas que, simplemente, paseaban en familia por la Rambla o estaban en las inmediaciones de su puesto de trabajo en el mercado de la Boquería. Hemos sentido como nuestros el sufrimiento de aquellos cuerpos, heridos o fenecidos, que habían sido derribados a la fuerza por unos malnacidos, aunque mantienen la dignidad que a los asesinos les falta.
Hoy es hora de recogimiento y pésame, de acompañamiento y unidad, pero también es hora de actuar. No podemos seguir como si estas acciones fuesen el resultado inevitable de unos asesinos. No podemos seguir manteniendo la cantinela de que la seguridad al cien por cien no existe, porque lo único que esconde es la inoperancia, no de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sino de unos políticos que han corrompido, hasta la médula, sus funciones y responsabilidades. Todos quieren ser tan progres que cierran los ojos antes realidades bien palpables y que tienen algunas soluciones. Pero para ello hay que tener «dos cojones», desvestirse de estupideces pseudoprogres y enfundarse el mono de trabajo de la racionalidad y el sentido común.
Sí a la libertad religiosa; sí al Islam de concordia y paz; pero a su vez se debe actuar con la máxima dureza contra los movimientos y tipejos que, desde el Islam, quieren subvertir los valores y formas de vida occidentales. También asistir en lo posible, en sus países de origen, a las ramas islámicas moderadas que son exterminadas.
Todos conocemos que existe un Islam sunita, que a su vez tiene distintas ramas, no todas extremistas, pero entre la que se encuentra la «salafista», que considera que el Islam ha perdido su esencia primigenia debido a la contaminación con otros pueblos, y que propugna la vuelta a la época del profeta siguiendo lo establecido en el Corán, los Hadith (los dichos y las acciones del profeta) y la Sunna (la tradición). Para ello son partidarios de una yihad contra el infiel. No una yihad como lucha interior en una búsqueda espiritual de Alá, sino como la derrota, militar, ideológica y religiosa, de todos aquellos que no comparten sus particulares creencias. Eso provoca perseguir a los musulmanes de la rama de los chiitas o a cualesquiera otras tendencias del Islam. Es decir, todos somos infieles: cristianos, judíos y musulmanes no pertenecientes a esa rama extremista, pero también los ateos o los agnósticos. El «salafismo» considera que los elementos como la democracia, el modernismo, el capitalismo o los modernos sistemas sociales, son agentes nocivos para el Islam.
Es una necesidad absoluta prohibir estas manifestaciones «salafistas» en todo occidente y considerarlas, no solo como incitación al odio, sino como configuradoras de grupo terrorista. Toda mezquita y todo imán que predique esta tendencia, deberían ser cerradas y sus imanes detenidos por pertenencia a banda armada y/o por realizar actos preparatorios para cometer un delito. En su caso, debería ser deportado sin posibilidad alguna de volver a pisar, jamás, suelo español.
Pero claro, el problema es que el principal valedor de este movimiento es el reino de Arabia Saudí, cuyo gobierno es una monarquía absoluta que promueve en todo el mundo al movimiento islámico conocido como «wahabismo», versión sunita incluso más extremista que la «salafista». Al mismo tiempo la monarquía saudí es un aliado vital, tanto militar como por su petróleo de la Unión Europea, Japón y, especialmente, Estados Unidos.
Debemos elegir: O seguimos con una actitud pasiva y pseudoprogre o enfrentamos la realidad con las mejores armas del Estado de Derecho. Hay que actuar.
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