Peligro: escuela en reformas
Todo indica que España se encamina a una nueva ley de Educación. Aunque puede que haya perdido la cuenta y me da pereza buscarlo en Wikipedia, creo que será la ley de Educación número ocho, desde la de 1970. La reforma del Gobierno de Mariano Rajoy casi no ha empezado a aplicarse, y ya es papel mojado. Las Comunidades Autónomas y todos los partidos políticos, incluido el PP, la dan por desactivada. Es el segundo desguace de una ley de Educación del PP. Está visto que en España solo puede haber leyes de Educación cuando las aprueba la izquierda. El nuevo señuelo se llama “pacto por la Educación”. Todos los partidos hablan del pacto por la Educación. Todos dicen quererlo. Todos lo señalan como una prioridad del Gobierno que se formará un año de estos. En la democracia española, un pacto por la Educación significa esencialmente que el PP se pliega a lo que la izquierda diga que hay que hacer con la enseñanza. Es curioso que los políticos de todos los partidos hablen tanto del pacto por la Educación y luego, cuando tienen la oportunidad de explicarlo, como en el reciente debate de investidura en el Parlamento, casi ni lo mencionen. El pacto por la Educación es como los programas culturales de televisión: todo el mundo dice echarlos en falta, pero nadie se pierde un capítulo de Hombres, mujeres y viceversa. Cuando los políticos hablan de la necesidad de reformar la escuela, suele ser para politizarla aún más. Dentro de cada diputado o ministro hay un pedagogo, un sindicalista, un innovador, del mismo modo que dentro de cada español hay un seleccionador de fútbol. Rara vez hay un padre o una madre, un maestro, un niño.
Una ley “llave en mano”
Solo hay una cosa más peligrosa que dejar la educación de tus hijos en manos de los políticos, y es dejarla en manos de los pedagogos. La tribu está excitada con el pacto por la Educación. Se ven a sí mismos en la pomada de lo que está por venir. Van a poder meter cuchara. Van a ser importantes. Van tan lanzados, que ya están marcando el terreno. El “filósofo” José Antonio Marina propuso este lunes encargar la reforma educativa en España a un “equipo de gestión” formado por “una pequeña cantidad de personas cualificadas”, según describe la agencia Efe en uno de sus despachos de ayer. El señor Marina dice que el equipo de gestión se comprometería a llevar al Parlamento, en un plazo de seis meses, “el esquema” del pacto por la Educación. Vamos, que se lo entregarían a los políticos “llave en mano”, como los pisos y los coches. Al lado de esta forma de democracia, los hombres de negro de la Comisión Europea parecen una asamblea vecinal. La tecnocracia, contraria a la soberanía nacional cuando la practican los financieros, parece ser una bendición cuando la ejercen los pedagogos progresistas.
El reparto de “Papeles”
La idea forma parte de un documento titulado “Papeles para un pacto educativo”, que Marina ha elaborado junto a Carmen Pellicer y Jesús Manso, bajo el auspicio de la Universidad Nebrija, la Fundación Trilema y la Fundación Up. El grupo de expertos –del que, se supone, el señor Marina y sus dos colegas serán los primeros miembros fijos– tendrá plenos poderes para “intentar acuerdos sectoriales o negociar con los equipos de los partidos”. También podrá “convocar a los agentes sociales relacionados con la educación”, según una curiosa fórmula de ponderación: a los sindicatos de maestros, se les escuchará solo en lo que tenga que ver con las condiciones laborales; las autoridades eclesiásticas, “en asuntos de su competencia”, y así sucesivamente. Será un diálogo con tabiques: los expertos podrán hablar con todos, pero los “agentes sociales” solo podrán hablar cuando los expertos decidan que es de su incumbencia. ¿Qué pasará con las familias? ¿Cuándo les tocará hablar ante el sanedrín? ¿Lo harán directamente, o bajo la ley del (h)ampa de los sindicatos de padres? ¿Será de su incumbencia la formación religiosa, la calidad y la retribución de los maestros, el contenido de los talleres de educación sexual, o solo se les llamará a consultas cuando se aborde la cuestión del número de lonchas de choped en el bocadillo del recreo?
La pócima de los pedagogos
Un saber pintoresco, el de los pedagogos. Su tribu rinde culto a una de las deidades de mayor éxito del chamanismo académico: la transformación de la escuela. Un pedagogo, un innovador de la enseñanza, es ante todo un maniaco de las metamorfosis. Para esta clase de curanderos, el colegio es un acelerador atómico y los niños son las partículas chocando. Siempre hay que estar haciendo pruebas, a ver qué pasa con las partículas. Su trabajo consiste en sacar niños mutantes del acelerador de partículas. Están tan confiados, se sienten tan seguros frente a esta generación de políticos, que no se cortan un pelo. Quieren que los diputados y los ministros se aparten de la gestión del pacto por la Educación. ¿De dónde sacan, para tanto como destacan? Le han tomado la medida al PP. Neutralizado en sus dos intentonas de reforma educativa, el partido del señor Rajoy no sabe ahora por dónde tirar. Ofrece un pacto por la Educación como hacían los jugadores de la selección española de fútbol en los tiempos de Javier Clemente: patapúm pa’lante.
Desgüaces Méndez
Mariano Rajoy pasó de puntillas sobre la cuestión, en el discurso de su investidura fallida de hace unos días. No debe extrañarte. La Educación es un campo que tiene que ver con los principios y valores, y a Mariano no le gusta el campo, a no ser para sus largas caminatas a paso ligero. Lo primero que hizo Rodríguez Zapatero al llegar al Gobierno en 2004 fue derogar la Ley de Calidad de la Enseñanza aprobada hacia el final del segundo mandato de José María Aznar. El señor Rajoy estuvo en todos los gobiernos del señor Aznar. Pasó por varios ministerios, entre ellos, el del ramo. Era la primera ley de Educación no socialista de la democracia; la primera que representaba una crítica, aunque fuese tímida, a la ideología de la comprensividad, el modelo progresista que obliga a los todos los niños a terminar la Educación Secundaria –sin distinguir entre los que quieren seguir y los que preferirían aprender un oficio, los que tienen aptitudes y los que no–, y resigna a los mejores a seguir el ritmo de los peores. Lo bueno de Mariano Rajoy es que aprende rápido a capitular en las batallas culturales. Su propia ley de Educación, la LOMCE en la que mandó inmolarse al ministro José Ignacio Wert, a cambio de una embajada nupcial en París –la ciudad de los enamorados–, ha durado lo que duró su mayoría absoluta. Cuando las perspectivas electorales ya eran funestas para el PP, a principios de 2015, nombró un nuevo ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, con el encargo de desguazar una ley vetada desde el principio por la izquierda. La tarjeta de visita del ministro Méndez es como la del Señor Lobo de Pulp Fiction, que pone: “Soluciono problemas”. Un tipo competente, ideal para el cargo. Ya se sabe que, al presidente Rajoy, los problemas le gustan casi tan poco como los principios.
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