miércoles, 21 de septiembre de 2016

Desafíos, trastornos y redes sociales


 Hace algunos días, me pidieron desde Informativos Telecinco (mi participación es un breve en el min. 24:30) que comentase brevemente acerca de los casos de supuestas obsesiones estéticas, como el ab crack, el thigh gap, elcollar bone, el desafío A4, el belly button challenge o el diastema, cuya popularidad crece debido a su circulación a través de las redes sociales, y que marcan cánones estéticos que suelen coincidir con prácticas poco saludables – cuando no abiertamente aberrantes.
 Mi intención, como prácticamente siempre en estos casos, fue la de tratar de situar la responsabilidad en el lugar adecuado y evitar demonizaciones gratuitas: las redes sociales no son buenas ni malas, obviamente. Los fenómenos de imitación y gregarismo en torno a cánones estéticos han sucedido siempre a lo largo de la historia de la humanidad por todos los medios posibles en menor o mayor escala, y por mucho que el uso de las redes sociales pueda intensificar su circulación, hablamos de un problema vinculado a la naturaleza humana. Entre otras variables, debido a cuestiones relacionadas con la comunicación y la educación.
Tratar de borrar las redes sociales de la ecuación no es una solución. Ni es ni realista, ni lógico, ni recomendable, ni siquiera posible, y seguramente, intentarlo provocaría efectos aún más peligrosos. Las redes sociales son solo un ámbito más de las complejas relaciones entre los adolescentes y sus padres, y la paternidad no funciona como “estar ahí salvo cuando se meten en la red”. Pensar en las redes sociales o en internet como en un lugar donde resulta imposible plantearse estar con nuestros hijos es sencillamente absurdo, una dejación de responsabilidad.
  Por supuesto, esto no es sencillo. Si intentamos convertirnos en controladores de la actividad de nuestros hijos, nuestra actitud generará rechazo, y terminará convirtiéndose en una invitación a mantener algún tipo de doble vida, de perfiles “para mis padres” y “para mis amigos”. Si pretendemos “ser colegas” y estar presentes haciendo Likes y comentando, puede llegar a ser aún peor. Como todo, es una cuestión de equilibrio: estar por genuino interés, como parte lógica de una relación, dejando el debido espacio, pero no estando ausentes. Estar porque realmente es algo que nos interesa entender, sin convertirnos en una presencia agobiante, pero sí intentando educar en el sentido común. No es fácil obtener frente a nuestros hijos una postura de autoridad moral en este ámbito basada en el conocimiento, pero sin duda se convierte en imposible si desde el primer momento renunciamos a ello y nos reconocemos como completos ignorantes.  Desde una posición de conocimiento e interés en el fenómeno podemos aspirar a convencer a nuestros hijos de que “ser youtuber o instagrammer” no es un plan de vida muy razonable o muy realista, o inculcarles qué cosas corresponden al ámbito de lo público y cuáles al de lo privado. Pero si tener esa conversación y ser convincente resulta complicado desde una base de entendimiento, intentar tenerla desde posiciones de ridiculización y tremendismo resulta imposible, y solo desencadena un patético “mis padres no se enteran de nada”. No, no es fácil, pero pocas cosas en este ámbito lo son.
 Hoy mismo, un estudio de ANAR trataba de perfilar el ciberacoso, un problema en el que de nuevo, en muchos casos, sorprende una actitud ausente de los padres, una dejación de responsabilidad, un “¿cómo íbamos a suponer…” No, ni el acoso es algo nuevo, ni las redes sociales no son distintas de otros ámbitos: del mismo modo que intentamos – o deberíamos – saber con quién y por dónde andan nuestros hijos cuando salen, deberíamos igualmente saber qué hacen en la red, qué fenómenos les llaman la atención, a quiénes siguen o idolatran, y cómo les influye. Si unos padres no intuyen que su hijo o hija tiene un problema de acoso, los que tienen un problema – de relación – son ellos.
 No hay ninguna ley escrita que impida la comunicación en torno a estos temas, y de hecho, una relación natural entre padres e hijos debe contener una dosis lógica y razonable de información bidireccional sobre las cosas que se hacen en la red, las aplicaciones y redes que se usan, las personas con las que se comunican o los temas que se tratan. Entre planteárselo, intentarlo y conseguirlo, por supuesto, hay un trecho. Y se recorre con paciencia, conocimientos y comunicación.

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