« El que escucha mis palabras y las pone en práctica, se parece al hombre prudente, que edifica su casa sobre roca. » (Mt 7,24)
Construir una casa, o una tienda, es un símil afortunado respecto a lo que significa construir la propia vida. Por eso mismo, lo importante es dónde colocamos “los cimientos”, dónde ponemos la tienda. No es cuestión de técnica constructiva o de resistencia, sino de auténtica sabiduría que mira, no a unos cálculos, sino al fin de la vida que está siempre más allá. En esta construcción de su propia “tienda”, cada joven contempla dos polos indisociables:
• El don recibido y acogido en la «escucha», las palabras del maestro que le acompaña y le ayuda a encontrar los fundamentos de su vida.
• La tarea de «ponerlo en práctica». Lo recibido como verdadera enseñanza ha de convertirse en “fuente de vida” y puede permitirle sacar de ella una vida abundante. Ha de prepararse para entregar algún día ese don recibido.
• La tarea de «ponerlo en práctica». Lo recibido como verdadera enseñanza ha de convertirse en “fuente de vida” y puede permitirle sacar de ella una vida abundante. Ha de prepararse para entregar algún día ese don recibido.
A cada persona se le confía, en palabras de san Juan Pablo II, «la tarea de ser artifice de la propia vida; en cierto, modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra»[1].
El Directorio de Pastoral Familiar señala esta necesidad: “En el proceso catequético, durante los dis.ntos momentos que afectan a esta etapa, estará presente una catequesis completa y profunda sobre la sexualidad en sus distintas dimensiones: antropológica, moral, espiritual, social, psicológica, etc. Debe ser presentada sin reticencias. Más todavía si se considera el clima de impudor reinante en tantos ambientes y medios de comunicación social, que puede causar grave daño a los niños y adolescentes.” (DPF, 92).
¿Por qué introducir un programa y/o una unidades didácticas específicas de educación afectivo-sexual en los Colegios Católicos?
Es absolutamente necesario que todos lo apliquen, siempre como complemento y ayuda a la tarea de los padres. Ha de ser una enseñanza que tenga en cuenta los dis.ntos momentos de la construcción de la personalidad en relación con la configuración de la “identidad sexual” o asunción madura de la propia sexualidad, con momentos diferenciados según los sexos. Se ofrecerá -de un modo integrado y partiendo de la experiencia de los jóvenes- los fundamentos humanos de la sexualidad y el afecto, su valor moral en relación con la construcción de la persona y su sentido en el plan de Dios. (cfr. DPF, 93; VAH, 124).
La educación afectivo-sexual, acorde con la dignidad del ser humano, no puede reducirse a una información biológica de la sexualidad humana. Tampoco debe consis.r en unas orientaciones generales de comportamiento, a merced de las estadís.cas del momento. Sobre la base de una “antropología adecuada”, como subrayaba san Juan Pablo II (cfr. CAH XXIII, 3-6, 02-04-1980), la educación afectivo-sexual “debe consistir en la iluminación de las experiencias básicas que todo hombre vive y en las que encuentra el sen.do de su existencia. Así se evitará el subjetivismo que conduce a nuestros jóvenes a juzgar sus actos tan solo por el sentimiento que despiertan, lo que les hace poco menos que incapaces para construir una vida en la solidez de las virtudes.” (VAH, 124).
Todo este programa y los materiales que aporta son la respuesta a la propuesta de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española expresada en VAH, 126.
[1] JUAN PABLO II, Carta a los artistas, n.2 (4-IV-1999).
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