Hay algunos que en cuanto oyen hablar de clase de religión en la escuela desenfundan y disparan: “¡adoctrinamiento”. No conciben que pueda haber una reflexión racional sobre las creencias religiosas, ni que se pueda pedir a los alumnos el estudio sistemático de la interpretación que la tradición cristiana ha hecho de su fe. Para ellos, todo esto se reduce a “catequesis”, que implica el menosprecio de la razón y un intento de adueñarse de las mentes infantiles. La escuela debería mantener a los alumnos alejados de estas visiones particularistas.
Cabría esperar que los que defienden esta postura rechazaran también cualquier otro intento de influir en las mentes de los alumnos. Pero ya se sabe que, en las polémicas sobre valores en la escuela, inculcar unos principios es “adoctrinamiento” si son los valores que no me gustan y “formación” si son los míos. Así, los que descalifican la enseñanza de la religión como adoctrinamiento, no dudan en pedir un espacio escolar para la difusión de sus propias convicciones.
En el Reino Unido, según el nuevo currículum que empezará a aplicarse el próximo curso, en la clase de religión los alumnos tendrán que estudiar a fondo dos religiones, elegidas entre un abanico de siete. Si los padres no quieren que sus hijos cursen la asignatura, quedan exentos.
Pero tres familias han acudido a los tribunales para pleitear contra la decisión del gobierno de no incluir en las clases de religión la enseñanza del punto de vista no religioso, bautizado como humanista. Kate Bielby, que lleva la voz cantante con apoyo de la British Humanist Association, aduce la falta de paridad entre las creencias religiosas y no religiosas en el currículum, “lo que puede hacer pensar a los niños que la religión, en cualquiera de sus formas, tiene el monopolio de la verdad y de la moralidad”. Cabría plantear si, al presentarse como humanistas, no están ellos monopolizando un término común, como si no hubiera un humanismo cristiano.
Más allá de la confrontación de ideas, lo interesante aquí es la pretensión de utilizar la escuela para difundir su ideario particular. Sería más comprensible que pidieran que la visión atea del mundo se incluyera en las clases de filosofía (donde nunca ha dejado de estar). Pero al pretender ocupar un espacio dedicado a las creencias religiosas, vienen a reconocer que el “humanismo” no es más que una religión sin Dios, algo comprensible en una sociedad donde es de buen tono declararse “espiritual sin religión”.
Pero, contra lo que podría parecer, las alternativas a la clase de religión no encuentran público fácilmente. En la Bélgica francófona, los alumnos pueden elegir entre clases de religión o de moral laica. Sin embargo, hay quien no quiere ni una ni otra, y la reclamación de unos padres acabó en el Tribunal Constitucional, que obligó a diseñar una tercera posibilidad que trata de inculcar valores de ciudadanía y democracia. Su perfil no está muy claro, hasta el punto de que coloquialmente es conocida como “curso de nada”. Por el momento solo ha atraído al 2,6% de los escolares, así que no ha habido necesidad de desdoblar clases.
Al final, resulta que el adoctrinamiento laico tiene menos gancho que el religioso. Pero siempre queda la solución de transformarlo en asignatura obligatoria, y decir que es indispensable para todos.
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