Invitado: Xavier Gisbert
España es el único país en el que se define un tramo educativo por exclusión de otro (enseñanza no universitaria) y los intentos por corregir esta situación - incluida la Ley de Calidad en 2002, que denominó enseñanzas escolares a las etapas educativas anteriores a la universidad - no han conseguido dar resultados. Quizás esto proceda de algún aspecto negativo de nuestro acervo que nos hace ver la botella medio vacía. Lo mismo ocurre con el fracaso escolar, término al que nos hemos acostumbrado desde hace ya bastantes años. Pero en realidad ¿qué es el fracaso escolar? ¿Es un concepto que compartimos con otros países de nuestro entorno?
El fracaso escolar viene determinado por el porcentaje de alumnos que no obtiene el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria, es decir, los alumnos que no alcanzan el nivel académico establecido. Ese dato lo reflejan las tasas brutas de titulados en Educación Secundaria Obligatoria que, de acuerdo con los datos que publica el Ministerio de Educación, en el año 2013, han sido del 75,4%. Eso significa que cada año, al final de la escolaridad obligatoria, uno de cada cuatro estudiantes es expulsado del sistema educativo sin ninguna titulación ni cualificación. Y ese porcentaje de “fracasados escolares” incide directamente y condiciona el indicador europeo de “Abandono Educativo Temprano”, jóvenes de 18 a 24 años que han alcanzado como máximo la educación secundaria obligatoria y no continúan estudiando o formándose.
Si nos asomamos al exterior, es fácil comprobar, tal y como nos confirma Eurydice en su Glosario Europeo sobre Educación, que España es el único país de la Unión Europea que otorga un título al final de la etapa que completa la educación básica. Por lo tanto, en principio, el fracaso escolar es un indicador exclusivamente español. A diferencia de todos los demás países, que otorgan certificados o diplomas, la obtención del título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria es condición necesaria para acceder al bachillerato o a la formación profesional. Eso significa que el alumno que no obtiene esa titulación difícilmente puede aspirar a una futura formación académica o profesional.
La Ley General de Educación de 1970 estableció al término de la Educación General Básica el título de Graduado Escolar que permitía el acceso al bachillerato y, para los alumnos que no obtenían el título, un Certificado de escolaridad, que habilitaba para el ingreso en los centros de Formación Profesional de primer grado. En consecuencia, el alumno que no obtenía el título solamente podía cursar formación profesional.
En 1990, la LOGSE, que extendió la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, estableció una titulación única, obligando a todo estudiante a obtener el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria para poder proseguir estudios en bachillerato o en formación profesional. Esta modificación pretendía mejorar la percepción social de la formación profesional estableciendo los mismos requisitos de acceso que para el bachillerato. Este es el origen del fracaso escolar y las consecuencias han sido terribles. Sin el título de ESO no se podía acceder a la FP y por lo tanto, aquellos alumnos que no lo obtenían pasaban a formar parte de la bolsa de fracasados escolares. Desde entonces, cada año, nuestro sistema educativo viene segregando al 25% de los alumnos, cuyo futuro queda unido a una insuficiente formación académica y a una baja cualificación profesional.
Este mismo planteamiento ha sido mantenido por las demás leyes, la LOCE, la LOE y ahora la LOMCE, produciendo lógicamente los mismos resultados. Es cierto que ha habido intentos de suavizar esa situación y de ofrecer alternativas algo más atractivas con los Programas de Iniciación Profesional, con los Programas de Cualificación Profesional Inicial y ahora con la formación profesional básica, pero el llamado fracaso escolar se mantiene.
Uno de los grandes retos de nuestro sistema educativo es la dignificación de la Formación Profesional y hasta ahora solo se ha conseguido en el tramo superior exigiendo el título de Bachiller para acceder a la FP de Grado Superior. Sin embargo en los niveles iniciales está todo por hacer. ¿Cómo se puede compaginar la voluntad y el deseo de que la sociedad acepte la formación profesional como una vía aceptable, si su acceso inicial está reservado a los alumnos que “fracasan”, es decir a los que no quieren estudiar, a los que obtienen malos resultados y a los que no logran obtener el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria? Se sigue trasladando a la sociedad el mensaje de que la formación profesional es la única salida para determinados estudiantes.
Es cierto que no todos los alumnos obtienen los mismos resultados al final de la educación básica. Pero la sociedad debería ofrecer a todos ellos, no solamente a los “buenos”, vías de formación que les permita desarrollar su máximo potencial. Creo que va siendo hora de hacer un planteamiento serio, alejado de toda ideología, que establezca un sistema que acabe con la desigualdad y con la demagogia. Es curioso ver la facilidad con la que se habla de inclusión, de igualdad de oportunidades, cuando el sistema que se defiende es excluyente y segregador desde hace 25 años.
El necesario y urgente Pacto por la Educación debería contemplar entre otras muchas cosas la eliminación del título de Graduado en Educación Secundaria y el establecimiento de una evaluación externa final de etapa sin efectos académicos, que permita que todos los jóvenes, sin exclusión, puedan proseguir algún tipo de enseñanza en función de sus aptitudes, habilidades y capacidades. Evidentemente este planteamiento supone ofrecer nuevas vías en la educación postobligatoria, todas ellas con el adecuado reconocimiento social, y establecer medidas en la etapa de educación primaria que permitan mejorar los resultados de todos los alumnos.
El título debería ser sustituido por un sistema de certificación que ponga fin a la actual barrera y que permita que todos los alumnos, sean cuales sean sus resultados, puedan, en función de los mismos, seguir estudiando y formándose una vez finalizada la etapa de educación secundaria obligatoria.
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