"Me fui porque no había nada más que hacer".
Tres ex niños soldados se sientan en un banco frente a su antiguo profesor y tranquilamente explican sus motivaciones para unirse a los diferentes grupos armados que había en los alrededores del pueblo.
Pierre, Luc y Niye provienen de un campamento para desplazados internos en Mweso, Kivu del Norte, en la República Democrática del Congo (RDC). Sin empleo y poco para comer, muchos niños, algunos de apenas ocho años, dejan a sus familias y van a buscar oportunidades más lucrativas en la selva.
El 12 de febrero, Día Internacional de la Mano Roja, la comunidad internacional quiere concienciar a la opinión pública sobre la difícil situación de los niños soldados en todo el mundo. Si bien el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) aplaude las medidas adoptadas por el gobierno congoleño para poner fin al reclutamiento de niños, también cree que hay que avanzar en brindar alternativas educativas y socioeconómicas a los niños en los campamentos de desplazados internos.
Para los niños, unirse a los grupos armados es más atractivo que vivir en los campamentos. Los reclutadores mienten a los más jóvenes con promesas de mejoras en su condición social, comidas completas y una carrera militar. Muchos de estos niños no cuentan con nada de esto: los desplazados internos en el Congo no tienen tierra para cultivar y las oportunidades de empleo escasean. Hay poca comida y pocas familias pueden alimentar a todos sus hijos.
"Estos niños no están viviendo una infancia como la conocemos", explica Elettra Pauletto, analista política de la RDC que pasó un año trabajando con ex niños soldados en Kivu del Norte. "No es una vida de inocencia y despreocupación. Muchos de ellos pasan horas trabajando con sus manos, transportando pesadas cargas para ayudar a alimentar a sus familias. Los grupos armados son una alternativa a esta monotonía".
Disuadir a los niños de unirse a los grupos armados implica proporcionarles oportunidades de futuro. Pierre, Luc y Niye volvieron porque tenían la posibilidad de formarse en un oficio en sus aldeas. Confían en aprender carpintería para ganar un poco de dinero y ayudar a sus familias.
La Hermana Esperance, coordinadora de educación del JRS en Masisi, coincide en que "la educación y la formación profesional sean absolutamente integrales en los campamentos, porque eso ayudará a los niños desplazados a mezclarse con las comunidades de acogida. Les enseña que hay otras maneras de ganar dinero, otras maneras de vivir".
La educación, la formación profesional informal y las actividades extracurriculares rompen con la monotonía de la vida en el campamento. Crean un espacio para que las comunidades de acogida y los desplazados internos rompan las barreras sociales y se promueva un mayor entendimiento.
Aunque los desafíos continúan. "El JRS paga el 50 por ciento de los gastos de escolaridad, pero muchos niños no pueden cubrir la diferencia. Además, ir a la escuela significa que no estás trabajando y no puedes ayudar a conseguir los alimentos para la familia. Esa es una decisión difícil de tomar", explica la Hermana Esperance. "Cuando los niños abandonan los cursos, los visito personalmente. Hablo con sus padres sobre la importancia de permanecer en la escuela. Les explico lo que pueden hacer con una educación".
La educación no es una panacea. Los niños de los campamentos de desplazados siguen pasando por dificultades extremas: economía inexistente, discriminación por parte de las comunidades de acogida y violencia cíclica. Sin embargo, la formación, la alfabetización y estar con niños de otras etnias son los primeros pasos para la creación de comunidades más fuertes que contrarresten la fuerte atracción hacia los grupos armados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario