"La interpretación del Corán y del Islam ha de afrontar también los retos de la crítica histórica"
La Biblia ha dejado de ser europea y de representar la cultura del Occidente europeo. Era tan alemana en la traducción de Lutero, tan inglesa en la versión del Rey Jaime, tan latina en la Vulgata católica, tan griega desde Bizancio, tan eslava en sus caracteres cirílicos. Comenzó a emigrar hacia América a donde el europeo la llevó como el gran libro colonizador, pero la población afroamericana la recibió como el gran libro libertador con el que reivindicó su libertad, como sucedió también más tarde en la Sudáfrica del apartheid.
La Biblia ha emigrado al hemisferio Sur, por Latinoamérica, Africa y Asia, donde hoy tiene una vigencia insospechada desde la Europa secularizada. El proceso de secularización arranca, según Dilthey, de las guerras de religión de los siglos XVI y XVII. Pero se ha transformado recientemente en una progresiva descristianización que, según el historiador de las religiones Guy Stroumsa, ha acompañado y seguido a la desjudaización de Europa.
Las causas hay que buscarlas, aunque no sólo, en el racismo, producto bastardo de una Modernidad que se pretende universal pero que, de puertas adentro, quiere salvaguardar su identidad y sus bienes y privilegios antes que verse invadida por extraños incivilizados.
Una mirada cien años atrás nos puede hacer ver cómo hemos llegado hasta aquí. Comenzaba la Gran Guerra, más europea que mundial, y se producía el desplome del imperio turco y también del mundo árabe. Los judíos sionistas soñaban con instaurar en Palestina un "hogar judío", germen de un futuro Estado de Israel. Pensaban que los únicos obstáculos eran las religiones judía y musulmana. La judía, porque los ortodoxos se oponían a que poderes laicos crearan un estado en Israel, abrogándose la misión del futuro Mesías enviado por Dios, y la musulmana, porque el Islam se opondría a la implantación de un estado judío en territorio islámico.
Pero, curiosamente, aquellos sionistas, al igual que muchos ilustrados de la época, pensaban que estas dos religiones estaban a punto de desaparecer arrastradas por el vendaval de una modernidad imparable. La intelectualidad europea, especialmente en los países protestantes, creía que subsistiría únicamente el cristianismo irradiado desde Europa en forma de una elevada ética de la razón práctica.
Por el contrario, la existencia misma del Islam chocaba con la concepción evolucionista de la historia y de la religión, inherente al positivismo historicista. Para los enciclopedistas y filósofos, como Hegel, el Islam era un producto marginal y tardío, sobrevenido a destiempo después del cristianismo, el cual había representado un avance considerable en la marcha de la historia hacia la Modernidad ilustrada.
El hecho es, sin embargo, que el Islam no está menos enraizado que el cristianismo en la fe abrahámica, en la antigua cultura semítica y en la greco-bizantina. El caso es que siguió una línea de desarrollo propio, paralela a la de Occidente, lo cual pone en cuestión la pretendida exclusividad del modelo occidental como heredero único de la tradición clásica y también de la judeo-cristiana.
La sorprendente irradiación del marxismo desde Europa hacia todos los continentes parecía dar razón a quienes preconizaban la desaparición de las religiones, de modo quelos europeos hemos vivido la caída del mundo soviético como el acontecimiento más inesperado y decisivo de nuestra historia reciente. Una consecuencia del mismo, tan nimia como significativa, fue la de que la UNESCO pudiese hacer uso ya del término "religión", vedado antes por la potencia soviética.
Sin embargo, en el mundo islámico y también desde una perspectiva global, el cambio más decisivo ha sido el operado por la revolución iraní, que significó el retorno de lo religioso en su versión más fundamentalista y la sustitución de la lucha de clases sociales por el conflicto entre religiones y culturas a nivel mundial. El hecho y el sarcasmo de la Historia es que las dos religiones que debían haber desaparecido protagonizan hoy el conflicto del Medio Oriente, el más encarnizado y crónico del mundo actual, en el que Europa, la antigua colonizadora, se encuentra marginada y la gran potencia americana en un aturdimiento inaudito.
Hablar de teología es para muchos discurrir sobre el sexo de los ángeles. Pero la teología política anticipa a veces los cambios de poder político. La revolución iraní de 1979 se fraguó en un renacer de la teología chií en Najaf, en torno a la tumba del Imán Alí, centro de peregrinación del mundo chií en Iraq. En 1963 el Ayatollah Teleqani reinterpretó una concepción básica del sufismo, fana, transformando la "aniquilación del yo en Dios" en un acto de martirio contra el régimen del Shah. La mística islámica se ponía al servicio de la lucha por un orden social islámico.
Siglos de quietismo místico y de autoflagelación en periódicas procesiones de duelo dieron paso en pocos años a un activismo político que no ha tenido reparos en recurrir a la violencia. Los fenómenos religiosos son, por lo general, de larga duración y se expresan en un lenguaje simbólico que los profanos ni entienden ni valoran, de modo que los servicios secretos, los periodistas e incluso los historiadores son a veces los últimos en enterarse. La repentina aparición del Estado islámico, como la punta de un iceberg, lo ilustran por desgracia.
La primera generación de emigrantes musulmanes llegó a Francia y a Gran Bretaña desde las colonias, a Alemania desde Turquía, sin grandes problemas de integración en un principio. Es preciso reconocer que las generaciones siguientes se han integrado, por lo general, de buen grado y de modo más efectivo, aunque solo sea por el conocimiento de la lengua y costumbres de países de adopción, en los que participan de libertades y de avances insospechados en los suyos de origen. Pero los jóvenes musulmanes de los suburbios de las capitales europeas se han visto golpeados por la crisis y no es de extrañar que se sientan tentados por el eslogan "El Islam es la solución"; cuanto más radical el mensaje, más atrayente.
Pero el Islam radical, que pretende volver a la pureza de los orígenes de un estado islámico, enciende conflictos entre las diversas confesiones del Islam más violentos que los mismos atentados contra todo lo que Occidente representa. Como las guerras religiosas en Europa la guerra actual entre chiíes y sunníes pueden conducir a la decepción y al abandono del Islam en amplios sectores de la población de los países árabes.
Ante esta situación Europa tiene que asumir que corre más riesgos que no sólo el económico de la prima de riesgo. No puede dar el mínimo paso atrás en sus valores - la libertad de expresión en particular -, que son los de la Declaración universal de Derechos Humanos. No puede limitar con leyes la libertad de expresión, aunque, en aras de una convivencia que hoy es planetaria, es necesaria una mayor contención de la mofa y difamación de personas y símbolos. En este sentido, la caricatura del profeta Mahoma con bombas ha sido desafortunada más que irreverente.
En la marcha de París ha participado en primera línea el primer ministro de Israel, B. Netanyahu, por haber sido judías una vez más las principales víctimas de un atentado terrorista. Pero ha marchado también el Presidente de la Autoridad Palestina, M. Abbas. El conflicto palestino-israelí algo tiene que ver en todo lo que sucede en el mundo árabe y en Occidente desde hace setenta años. Ha llegado el momento de que se ponga fin seriamente a este conflicto, de lo contrario la cadena de agravios y de venganzas pendientes no hará sino agrandarse y provocar nuevos atentados terroristas.Arafat perdió tal vez todas las ocasiones de hacer la paz, pero Israel puede estar dejando pasar oportunidades mejores que las futuras.
Ha llegado también la hora de que los musulmanes moderados, que son la inmensa mayoría de los miles y millones que se confiesan musulmanes, alcen fuerte la voz contra las tergiversaciones del Islam y que, de modo efectivo y contundente, denuncien y marginen a los extremistas y a los grandes poderes bien conocidos que los dirigen y financian.
En el Medio Oriente se está produciendo una limpieza que se diría étnica, si no fuera porque los cristianos de Iraq y Siria son y han sido siempre tan árabes como los musulmanes. La presencia durante dos mil años de millones de cristianos que han enriquecido siempre las sociedades de esos países está siendo borrada en pocos meses. En los últimos años la UNESCO ha patrocinado la catalogación de las bibliotecas de monasterios e iglesias cristianas de Siria e Iraq con el propósito de conservar manuscritos de gran valor histórico del que posiblemente ya sólo queden catálogos que los cristianos hayan podido llevar consigo en su emigración o huída a países vecinos y a Occidente.
La Biblia ha superado desde Galileo siglos de continua reinterpretación hermenéutica, a través de la cual, y a pesar de las derivas fundamentalistas, ha mantenido vivo su mensaje moral y religioso y no ha perdido su capacidad de interpelar incluso a la sociedad moderna.
La interpretación del Corán y del Islam ha de afrontar también los retos de la crítica histórica y la confrontación con los valores de la Modernidad y de los derechos universales del hombre. Lo decisivo es que las crisis que hoy se viven son tan fuertes y sobrecogedoras que la unidad invocada en la manifestación de París ha de ser la de toda la sociedad sin exclusiones, laicos y religiosos, judíos, cristianos y musulmanes unidos.
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