La gran emergencia social actual, la educación, necesita esperanza y ésta se encuentra en la oración, e incluso en la acción y en el sufrimiento, explica Benedicto XVI.
Fue el tema central de la conferencia que pronunció en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa, al inaugurar en la tarde del lunes el encuentro eclesia anual de la diócesis de Roma.
El título escogido por el Santo Padre para el encuentro era «Jesucristo ha resucitado: educar a la esperanza en la oración, en la acción y en el sufrimiento».
Se trata de una cita anual de Benedicto XVI con los fieles de su diócesis que genera siempre gran expectativa, pues se trata de un discurso programático para la comunidad cristiana de la ciudad eterna.
El templo estaba lleno de fieles, las fuerzas vivas de esta diócesis: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, personas consagradas, laicos...
El Papa continuó profundizando en la serie de intervenciones dirigidas a su diócesis en las que está afrontando el desafío educativo como prioridad pastoral.
El 21 de enero pasado, firmó en este contexto un documento importante de este pontificado, la Carta a la Diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación.
La educación, dijo en San Juan de Letrán, "implica, ante todo a las familias, pero afecta directamente también a la Iglesia, a la escuela y a la sociedad entera".
La "emergencia educativa", destacó, 2representa para todos un gran e ineludible desafío". Por eso, anunció, el objetivo de este año pastoral es la educación «en la óptica de la esperanza teologal, que se nutre de la fe y de la confianza en el Dios que en Jesucristo se ha revelado como el verdadero amigo del hombre».
Explicó los fundamentos de la educación subrayando la importancia de la esperanza cristiana, pues "no es la ciencia, sino el amor el que redime al hombre".
Su ponencia se convirtió, de este modo, en una prolongación de la reflexión que propuso a la Iglesia universal con su encíclica Spe Salvi.
Analizando las causas de la desesperanza actual, que lleva a muchos padres de familia, maestros y profesores, a rendirse en su tarea educativa, el pontífice citó una como central: «poner a Dios entre paréntesis, organizar sin Él la vida personal y social, afirmar que no se puede conocer nada de Dios o incluso a negar su existencia».
Por eso propuso a la diócesis el desafío de «educar a la esperanza en la oración, en la acción y en el sufrimiento».
Educar a la esperanza en la oración
La oración es fundamental para tener esperanza, dijo al desarrollar el primero de los tres puntos de la ponencia, pues la persona que reza nunca está totalmente sola. Dios es el único que en toda situación o prueba puede escucharla y ayudarla.
Además, constató, la perseverancia en la oración constituye un proceso de purificación, que nos libera y nos abre a los hermanos. "Así crece la esperanza cristiana y con ella el amor a Dios y al prójimo".
"La oración es lo opuesto a una fuga de nuestras responsabilidades ante el prójimo. Todo lo contrario, por medio de la oración aprendemos a mantener al mundo abierto a Dios y a ser ministros de la esperanza para los demás".
Educar a la esperanza en la acción
También es posible educar en la esperanza a través de la acción en la vida cotidiana, constató.
"La conciencia aguda y difundida de los males y de los problemas de Roma está despertando la voluntad de realizar un esfuerzo común: tenemos que aportar nuestra contribución específica, comenzando por ese tema decisivo que es el de la educación y la formación de la persona, afrontando con espíritu constructivo los otros numerosos problemas concretos que dificultan la vida de los habitantes de esta ciudad".
"En particular --dijo--, trataremos de promover una cultura y una organización social más favorables a la familia y a la acogida de la vida, así como a la valorización de las personas ancianas, tan numerosas entre la población de Roma. Trabajaremos para responder a aquellas necesidades primarias que son el trabajo y la casa, sobre todo para los jóvenes. Compartiremos el compromiso para que nuestra ciudad sea más segura y 'habitable', y haremos lo posible para que lo sea para todos, en particular para los pobres, y para que los inmigrantes que vienen aquí con la intención de encontrar un espacio de vida respetando nuestra leyes, no sean excluidos".
Educar a la esperanza en el sufrimiento
Por último, al mostrar cómo es posible educar a «la esperanza cristiana en el sufrimiento», Benedicto XVI aclaró: «ciertamente, debemos hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento; impedir cuanto se pueda el sufrimiento de los inocentes; aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias psíquicas».
Ahora bien, reconoció, a pesar de los importantes progresos en la lucha contra el dolor físico, «no podemos eliminar completamente el sufrimiento en el mundo».
Por ello presentó «la gran verdad cristiana»: «no es la fuga ante el dolor la que sana al hombre, sino la capacidad de aceptar la tribulación y de madurar con ella, encontrando un sentido en el mismo mediante la unión a Cristo».
«En la relación con el sufrimiento y las personas que sufren se determina, por lo tanto, la medida de nuestra humanidad, para cada uno de nosotros y para la sociedad en que vivimos», insistió el Santo Padre.
La fe cristiana tiene el mérito histórico, consideró, de haber suscitado en el hombre, con una forma y una profundidad nuevas, la capacidad de compartir interiormente el sufrimiento del prójimo, y de este modo ya no se encuentra solo en su sufrimiento.
"Todo ello está por encima de nuestras fuerzas", confesó, pero se hace posible al compartir el amor de Dios por el hombre manifestado en la pasión de Cristo.
"Eduquémonos cada día a la esperanza que madura en el sufrimiento --propuso--. Estamos llamados a hacerlo, en primer lugar, cuando nos afecta personalmente una grave enfermedad o alguna otra dura prueba".
"Pero creceremos igualmente en la esperanza con la ayuda concreta y la cercanía cotidiana al sufrimiento tanto de las personas que tenemos cerca, como de nuestros familiares y de toda persona que es nuestro prójimo, porque nos acercamos a ella con amor".
Ahora bien, el Papa concluyó constatando que que la esperanza cristiana no termina en este mundo, sino que se orienta hacia la comunión plena y eterna con el Señor, es decir, en el Juicio de Dios, lugar de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza.
El obispo de Roma admitió que la explicación de esta verdad escatológica es uno de los objetivos centrales de su última encíclica.
"He intentado que vuelva a ser familiar y comprensible, para la humanidad y la cultura de nuestro tiempo, la salvación que se nos promete en el mundo y más allá de la muerte, si bien de aquel mundo no podemos tener aquí abajo una verdadera y propia experiencia", admitió.
"Para volver a dar a la educación en la esperanza sus verdaderas dimensiones y motivaciones firmes, todos nosotros - empezando por los sacerdotes y los catequistas - debemos poner en el centro de la propuesta de la fe esta gran verdad, que tiene su ‘primicia' en Jesucristo resucitado de entre los muertos".
Y la resurrección de Cristo -salto decisivo hacia una dimensión de vida profundamente nueva--, es un hecho histórico que abraza a toda la familia humana, la historia y el universo entero, concluyó.
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