“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Con la Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24-XI-2013), el Papa Francisco ha puesto el broche de oro al Año de la Fe, recogiendo los trabajos del Sínodo sobre la nueva evangelización y proporcionando orientaciones precisas, elaboradas de modo personal y vivo desde su rica experiencia de trabajo pastoral, y dándole a este documento un sentido programático.
El texto se inscribe en la estela de los grandes documentos impulsores de la evangelización –como la Evangelii nuntiandi(1975), Redemptoris missio (1990) o el Documento deAparecida (2007)– y sobre el trasfondo de la alegría y la misericordia que comporta evangelizar. El Papa desea detenerse en siete cuestiones, que enuncia así: la reforma de la Iglesia en salida misionera; las tentaciones de los agentes pastorales; la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza; la homilía y su preparación; la inclusión social de los pobres; la paz y el diálogo social; y las motivaciones espirituales para la tarea misionera (cf. n. 17).
De hecho los sucesivos pasajes de la Exhortación pueden leerse como preparación, desarrollo o implicaciones de cada una de estas cuestiones.
Consta de una introducción y cinco capítulos. La introducción presenta la alegría de evangelizar, sobre todo cuando se realiza con la juventud de espíritu propia del cristiano, que le aporta “una eterna novedad”. El capítulo primero propone que la renovación de la Iglesia sea hoy una transformación misionera. Esa transformación se encuentra con algunos obstáculos y desafíos, que constituyen como una crisis del compromiso evangelizador o misionero entre los cristianos; y de ello se ocupa el capítulo segundo.
Desde ahí se pasa a exponer, en el capítulo tercero, en qué consiste el anuncio del Evangelio, a quien corresponde (a todos los cristianos) y algunas de sus formas fundamentales (la predicación y la catequesis o, más ampliamente, la educación en la fe). El capítulo cuarto subraya que la evangelización tiene esencialmente una dimensión social, y por eso implica un compromiso personal y comunitario con los pobres, con el bien común y con el diálogo social a todos los niveles, como vía efectiva para alcanzar la paz. Por último, el capítulo quinto indica la espiritualidad que debe fundamentar continuamente el impulso evangelizador, y el lugar preeminente de María como Madre de la evangelización.
Estas orientaciones proporcionan luces potentes para la educación de la fe, bien en la modalidad de catequesis (familiar, parroquial, etc.), o bien en la modalidad de enseñanza escolar o académica de la religión.
Algunos textos, escogidos ahora a modo de ejemplo, pueden mostrar el interés de este documento para todo el que se ocupa de educar en la fe cristiana.
El hecho de vivir en una sociedad de información que nos satura indiscriminadamente de datos nos vuelve superficiales y dificulta las valoraciones morales. “Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (n. 64).
Junto con esta base antropológica y ética, la educación que se imparte en las escuelas católicas ha de intentar “conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio” y por ello constituye “un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados” (n. 134).
Esencial a la educación de la fe es la iniciación progresiva en los signos litúrgicos. Con este fin se requiere “una adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta” (n. 166).
Una atención especial merece el camino de la belleza: “Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas” (n. 167).
Propone el texto que, sin caer en un relativismo estético, “hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros” (ibid.).
El Papa Francisco exhorta, desde el Evangelio, a escuchar el clamor de los pobres. Esto es hoy particularmente necesario en la educación de la fe, que debe enseñar a abrir los ojos ante la realidad: “Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría” (n. 194).
Esta orientación encuentra su marco en la apelación al criterio de que “la realidad es más importante que la idea”, vacuna contra todo racionalismo educativo. No se trata solamente de un criterio, podríamos decir, filosófico; sino que se sitúa en el centro del cristianismo, por el hecho de que el Hijo de Dios se ha hecho carne, ha entrado en la historia humana en un lugar preciso y a través de una cultura concreta:
“El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo” (n. 233).
Educación fundamentada en una sólida antropología y en una propuesta ética. Educación cristiana que, al mismo tiempo, asuma el anuncio de la fe y colabore, con creatividad, en la evangelización de la cultura. Atención al lenguaje simbólico de la liturgia y al “camino de la belleza”. Atención a la realidad y a las necesidades de los más desprotegidos. Son pistas para descubrir las propuestas del Papa Francisco cara a la nueva evangelización, y cómo esas propuestas inciden en el ámbito de la educación cristiana.
Invitado: Ramiro Pellitero, Universidad de Navarra
iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
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