INVITADO: FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA
El padre del socialismo, el hombre que dedicó su vida a liberar a la clase trabajadora de sus cadenas, el abnegado filósofo y economista, autor del ensayo que más ha influido en la historia de la humanidad, nunca tuvo un empleo. Nunca.
Su primera fuente de ingresos fue su propia familia, que vivía holgadamente en la ciudad alemana de Tréveris. El padre, Herschel, un competente abogado judío, se había convertido al protestantismo para prosperar en la vida e integrarse en la sociedad prusiana. La madre, Henrietta Pressburg, era holandesa, hija de un rabino y buena paridora de 8 vástagos, a los que no les faltó de nada. Por esa razón el joven Karl pudo estudiar en la universidad y convertirse luego en el perfecto ejemplar de revolucionario de salón. Nunca visitó una fábrica, un taller, ni siquiera una imprenta. En una ocasión su amigo Engels, magnate del textil con intereses mercantiles en Inglaterra, le invitó a visitar un telar de algodón, pero él, hecho a las comodidades de la ciudad y a pasar la tarde en la taberna, declinó la invitación. Parece mentira, pero es así: el emancipador del proletariado muy pocas veces vio a un proletario con sus propios ojos.
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Teniendo en cuenta que, por aquellas mismas fechas, Engels se había retirado del negocio, asegurándose antes una buena pensión de jubilación, su amigo Marx se convirtió en el rentista de un rentista. Las dos mentes más preclaras del socialismo, los padres de El Capital, fueron unos rematados rentistas, figura que sólo fue posible en el siglo XIX gracias a la extraordinaria prosperidad que había forjado el capitalismo. Una paradoja y una verdad ligeramente incómoda... que no todos están dispuestos a reconocer.
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