Cualquier debate religioso provoca un zafarrancho emocional, que impide un tratamiento objetivo. Sin embargo, entre la ignorancia y el dogmatismo, que es otro tipo de ignorancia, hay amplio espacio para hablar de religión 'sine ira et studio', con serenidad e información. Para facilitarlo, deberíamos introducir en nuestros programas educativos, a todos los niveles, una historia de la evolución de las culturas, que nos permitiera comprender las experiencias y creaciones de la humanidad. “Comprender” es la actividad clave, previa a la aceptación o el rechazo. Si miramos un mapamundi comprobaremos que en el origen de las grandes áreas culturales están gigantescas personalidades religiosas: Buda, Confucio, los profetas de Israel, Jesús, Mahoma. Por ello, parece conveniente indagar de donde procede su influencia.
Si se empieza considerando la religión como un conjunto de supersticiones, fanatismos e inquisiciones, la consecuencia obvia es que hay que desear su erradicación. Pero es una visión demasiado sectaria, porque ofrece falsas claridades. Por eso quiero hacer un elogio de la religión. Hay poderosas razones para reconocer su gigantesca labor humanizadora, oculta muchas veces por terribles contubernios con el poder. El problema ha surgido siempre cuando la religión ha dejado de ser asunto de personas religiosas, para caer en manos de gente fascinada por el poder. En Tratado de filosofía zoom he explicado que la experiencia religiosa abre un mundo simbólico, en el que la realidad sensible remite a una realidad no sensible. Para algunas religiones se trata de Dios, y para otras no deístas, de la Conciencia o del Absoluto. La invención de esa referencia a un mundo superior ha actuado como “grúa” de la inteligencia humana, porque la ha puesto en relación con una “posibilidad” más alta.
Recordemos que nuestros orígenes son muy humildes. Somos los primates más inteligentes que, entre otras cosas, hemos sido capaces de pensar en dioses. Lo cuenta muy bien Harari en 'Sapiens. De animales a dioses'. Recuerdo unas conversaciones con José Saramago en las que él defendía que sin Dios hubiéramos estado mejor y yo le replicaba que esa afirmación olvidaba la evolución de la humanidad. Un filósofo no religioso, como fue Horkheimer, decía algo parecido al mencionar el anhelo de lo totalmente otro, que él relacionaba con la nostalgia de una justicia perfecta. “En un pensamiento verdaderamente libre –escribió- el concepto de infinito preserva a la sociedad de un optimismo imbécil, de absolutizar y convertir su propio saber en una nueva religión”. En España, Eugenio Trías dedico la mayor parte de su obra a estudiar ese afán por traspasar el límite.
Que históricamente se pueda comprobar esa influencia, no nos libra de hacernos una pregunta: Pero, ¿es verdad lo que dicen las religiones? Para contestar a esta pregunta, siento tener que presentarles una distinción que irrita a muchas personas. Vulgarmente se define la “verdad” como la adecuación del pensamiento a la realidad. Es verdad que ahora es de noche, si es de noche. Pero cuando nos alejamos de esa confirmación inmediata –por ejemplo, en las teorías científicas- tenemos que introducir otra definición: Verdad es una afirmación que consideramos debidamente verificada. Durante toda su historia, la ciencia ha afinado sus métodos de verificación. A ningún científico se le ocurre pensar que ha conseguido una verdad absoluta, sino que la ciencia va elaborando teorías cada vez mejor corroboradas. Una de las características de esa verificación es que debe poder ser realizada por cualquier persona, que tenga los conocimientos e instrumentos necesarios.
Pero hay otras experiencias que tienen su propia evidencia, que obligan a quien las siente a afirmar su realidad, pero que no pueden ser verificadas. Por ejemplo, la experiencia amorosa (quiero realmente a una persona), la experiencia estética (experimento la belleza de ese objeto) o la experiencia religiosa (siento la presencia de la divinidad). Yo no puedo decir que la experiencia religiosa de Blas Pascal, que transformó su vida, no existió; ni que Buda fue un impostor; ni que las experiencias místicas son patologías neuronales. Lo único que puedo decir es que son experiencias privadas, que no se pueden verificar universalmente, pero que cada persona que las sienta deberá intentar corroborar en su ámbito privado. Lo mismo sucede a quien piensa que está enamorado de una persona. Hará bien en confirmar si esa evidencia tiene la fuerza suficiente para comprometer su vida. La teología cristiana ha señalado la peculiaridad de la experiencia religiosa al afirmar que la fe es un don de Dios, y que, por lo tanto, no depende de la voluntad personal. Es pues un regalo íntimo, personal y privado.
Hay pues unas “verdades privadas” (la religión, por ejemplo) y unas “verdades públicas” (como la ciencia y, en un sentido diferente, la ética), al alcance de todos. Universales. Aquí entra en juego un principio ético fundamental: En caso de entrar en colisión, las verdades públicas deben prevalecer sobre las privadas. Por poner un ejemplo exagerado: el relato de que Dios creo el mundo en siete días debe dejar paso a lo que dice la astronomía. Eso no invalida las “verdades religiosas”, sino que las sitúa en su campo. En agosto de 1981, el Consejo de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos publicó la siguiente resolución: “La religión y la ciencia son ámbitos separados y excluyentes del pensamiento humano, y su presentación conjunta en el mismo contexto da lugar a que se comprendan equivocadamente tanto las creencias científicas como las creencias religiosas”. Me parece un afirmación sensata. En el terreno del comportamiento, las morales religiosas deben someterse a la ética, considerada como moral universal. Por eso, nos oponemos a aquellas religiones que no respetan los derechos humanos.
La teoría de la doble verdad que, por cierto, fue ya defendida porAverroes, un filósofo musulmán- permite resolver problemas de enfrentamiento religioso que pueden hacerse cada vez más violentos.Hans Küng, el maltratado teólogo católico, que dedicó su vida a trabajar por esa ética universal, escribió: “No habrá paz en el mundo, mientras no haya paz entre las religiones”. Los grandes maestros religiosos fueron descubridores de valores que ampliaron los horizontes vitales de la humanidad, y nos ayudaron a caminar hacia ideas éticas más universales que nos permiten, entre otras cosas, evaluar a las mismas religiones de las que proceden. El estudio de la evolución de las culturas permite seleccionar los siguientes criterios.Una religión puede evaluarse teniendo en cuenta:
1.- La compatibilidad de su moral con los principios éticos, y su aptitud para perfeccionarlos y ponerlos en práctica.
2.- Su cercanía a la experiencia religiosa, más que a una disciplina eclesial.
3.- Su confianza en la capacidad de la inteligencia humana.
4.- En caso de fundarse en una escritura considerada sagrada, su capacidad para liberarse de una interpretación literal.
5.- Su decisión de no utilizar sistemas de inmunización dogmática para no cambiar de creencia aunque las evidencias estén en contra.
6.- La pureza de sus medios de transmisión, lo que implica: la no utilización de medios coactivos, la no limitación de información a sus fieles, la libertad de discusión crítica, la no utilización del miedo como método de adoctrinamiento, y el respeto a otras religiones que cumplan las normas éticas.
7.- Su separación del poder político, y el rechazo de la fuerza para extender o mantener las creencias.
Expuestas con tanta brevedad, estas afirmaciones sólo pueden ser la base para un debate 'sine ira et studio', al que, como siempre, les invito.
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