miércoles, 16 de julio de 2014

¿Declararse ateo se ha vuelto científicamente incorrecto? (I)

Una considerable parcela de la comunidad científica actual siente la necesidad de considerar a Dios como un elemento inseparable de las investigaciones científicas

La preponderancia conferida a las ciencias naturales en el Occidente, en los últimos siglos, inclinó al hombre contemporáneo a considerar el mundo de forma "aséptica", para no decir atea.
 
Así, según un estado de espíritu muy difundido, la única forma adecuada de conocer a fondo la Creación sería tomar delante de ella la cartesiana actitud de permanente duda, sin introducir en el análisis científico cualquier idea preconcebida.
 
La condición para el progreso sería, entonces, mantener la física y la metafísica separadas por un muro infranqueable, pues Dios, caso existiese, sería un espíritu informe esparcido por el universo, o algo como un ingeniero que luego se desinteresó por el funcionamiento de la máquina por él construida. Su influencia en los mecanismos reguladores del cosmos sería completamente nula.
 
Ahora, si, por un lado, no se puede negar que los progresos obtenidos por la aplicación del método científico trajeron innegables beneficios materiales para el hombre, por otro, la fascinación exacerbada por las mil ventajas que él proporciona puede fácilmente hacer que la ciencia tome el lugar de Dios en el corazón del hombre.
 
Es lo que ha ocurrido en ciertos ambientes académicos del mundo contemporáneo, los cuales, en nombre del positivismo, transformaron el conocimiento en una especie de diosomnipotente del cual cabe esperar la cura de todas las enfermedades, hasta incluso la exención de la muerte, y un torrente inagotable de placeres cada vez más intensos y sofisticados.
 
La situación no es nueva en la historia. Tal vez el propio san Juan Evangelista, si viviese en nuestros días, encontraría trazos de semejanza entre tales o cuales corrientes de pensamiento hodiernas y el gnosticismo que le tocó combatir en el propio seno del cristianismo incipiente.
 
Hoy, entretanto, no es preciso recurrir a raciocinios filosóficos para desmentir ese estado de espíritu, pues recientes descubrimientos científicos, en varios campos, apuntan con énfasis creciente para la necesidad de la existencia de un Creador. Declararse ateo se va tornando científicamente incorrecto.
 
Entre muchos otros ejemplos, llama la atención el paralelismo de la teoría del Big Bang, hoy aceptada por la mayoría de la comunidad científica, con la doctrina de la Creación.
 
En ese sentido, afirma el astrónomo, físico y cosmólogo de la NASA Robert Jastrow: "Los elementos esenciales de la versión astronómica y de la historia bíblica del génesis son los mismos". [1]
 
Volviendo más adelante en el mismo libro al tema del Big Bang, el mismo especialista argumenta: "Consideremos la enormidad del problema: la ciencia ha demostrado que el universo tuvo un inicio en un estallido. Pregunta: ¿Qué causa produjo tal efecto? ¿Quién o qué colocó la materia o la energía dentro del universo? Y la ciencia no puede responder a estas preguntas". [2]
 
Otro ejemplo de las cuestiones sin respuesta presentadas a la ciencia es dado, con mucha vivacidad, por el astrónomo británico Sir Fred Hoyle: "La vida no puede haber tenido un inicio aleatorio [...]. Existen cerca de dos mil enzimas, y la posibilidad de obtenerlas todas en una experiencia aleatoria es apenas una parte en 1040.000, una probabilidad tan chocantemente pequeña que no debería ser encarada ni siquiera en el caso del mundo entero ser una sopa orgánica". [3] O sea, se impone es la necesidad de un Creador.
 
Significativo es también otro testimonio de ese mismo científico: "Imagínese que pase un tornado por un depósito de residuos donde están amontonados en total desorden todos los pedazos y piezas de un Boeing 747. ¿Cuál sería la posibilidad de, después de su pasaje, restar en el depósito un Boeing 747 montadito y listo para volar? Completamente despreciable, incluso si el tornado hubiese atravesado depósitos suficientes para llenar el universo". [4]

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