Llevo un cierto tiempo hablando sobre el daño que está provocando la falsa consideración de que los jóvenes, por el mero hecho de serlo, son “nativos digitales” capaces prácticamente de “hacer magia” con dispositivos o tener una predisposición para un uso más eficiente de la tecnología, y hoy precisamente me he encontrado con el capítulo 7 de “It’s complicated“, un libro escrito por danah boyd que llevo leyendo un cierto tiempo (a estas alturas del curso académico, mis ritmos de lectura sufren notablemente), que me está pareciendo fantásticamente bueno, y que refleja perfectamente mis sensaciones en ese sentido.
El libro, que tiene su origen en un estudio longitudinal de más de una década con entrevistas hechas por la autora a más de 150 adolescentes, ha alcanzado una posición elevadísima en los rankings de ventas de Amazon.com a pesar de que su autora ha puesto en su página una versión gratuita en pdf, refleja entre otras cosas una tesis que en ocasiones he intentado expresar en algunos artículos: el hecho de que los jóvenes actuales utilicen redes sociales y otras herramientas no tiene ninguna relación con que sean capaces de entenderlas o de extraer un provecho mínimamente razonable de su uso. El discurso de los “nativos digitales” y de “dar las cosas por sabidas”, de hecho, está perjudicando notablemente sus posibilidades de cara al futuro.
En España, este fenómeno es particularmente interesante: durante algunos años el uso ubicuo de una red social como Tuenti, que contaba con la especial característica de que “lo que sucedía en Tuenti se quedaba en Tuenti” debido a su carácter cerrado y no indexable, ha conllevado unos hábitos de uso particulares: el hecho de pasarse horas delante de la pantalla usando una red social como Tuenti no implica dominar ningún tipo de tecnología, y de hecho, es perfectamente normal ver ahora a jóvenes que se dedican a utilizar herramientas como Twitter, obviamente distintas en sus características, como si fuera un simple chat privado. Los jóvenes, por lo general y salvo excepciones, carecen de estrategias de uso de redes sociales mínimamente razonables: en una misma clase pueden convivir personas – por lo general, una minoría – con un nivel de conocimientos elevado, con una mayoría de personas que poseen los mismos sesgos, desconocimientos y errores que pueden tener personas que les superan en edad en varias décadas. Jóvenes incapaces de llevar a cabo una mínima validación crítica de la información a la que acceden, desconocedores de los criterios con que funciona un motor de búsqueda, o que no son capaces de reconocer esquemas de spam o de scam que resultan completamente obvios para cualquiera con unas cuantas horas de navegación.
No, el nacer en un mundo en el que están rodeados de pantallas y teclados a todas horas no los convierte en nada especial. Aprender a utilizar la tecnología de una manera adecuada requiere aprendizaje y entrenamiento, independientemente de la edad que tengas. En realidad, la idea de que los jóvenes eran “nativos digitales” ha llevado a muchos padres y educadores a considerar que no tenían que hacer nada para educarlos porque ya “venían educados de serie”, o incluso a creer erróneamente que no podían enseñarles nada, porque sabían menos que ellos. Lo que se ha conseguido, en muchos casos, es educarlos no como “nativos digitales”, sino como “huérfanos digitales”, carentes de modelos que imitar y de experiencias generadoras de criterio. Cuestiones como el uso de filtros parentales, en contra de cuyo uso me he cansado de hablar y escribir, han permitido que muchos padres “relajasen” su deber de formación y de tutela en una supuesta ciber-nanny que no hacía más que esconder lo malo debajo de una alfombra que desaparecía en cuanto sus hijos se ponían delante de otro ordenador diferente al suyo: los contenidos supuestamente “nocivos” sobre los que sus padres tendrían que haberles advertido aparecían de repente ante sus ojos como algo completamente nuevo, que pasaba a llamarles mucho más la atención.
Parafraseando “Blade Runner“, “he visto cosas que no creeríais”: jóvenes que creen que “eso de las redes sociales es todo postureo”, que afirman que “la red es mala porque sustituye a la vida real”, que piensan de forma simplista que “todas las redes sociales son iguales”, o que no saben diferenciar la barra de direcciones del navegador de la caja de búsqueda de Google. No, no estoy exagerando: lo he visto. He visto jóvenes más escépticos con respecto a la tecnología – no solo “más escépticos”, sino incluso “peor escépticos”, con menos fundamentos – que personas que les superaban varias décadas en edad.
El resultado es que el mercado de trabajo actual supone a los jóvenes unas características y habilidades que, en su gran mayoría, no poseen. La supuesta “generación mejor preparada de la historia” resulta estar integrada, salvo en el caso de una cierta “minoría ilustrada” más proactiva (que gracias a dios existe y me lleva a no perder completamente la fe en la raza humana), por una panda de ignorantes incapaces de gestionar razonablemente su presencia en un escenario en el que con total seguridad se va a desarrollar una parte muy significativa de su vida profesional. Para las empresas, el reto supone ser capaces de discernir si los candidatos que tienen delante saben de verdad aprovechar los recursos de la red, o son una panda ya no solo de iletrados, sino además con peor disposición a formarse en el tema que muchos de sus mayores, y que llevan smartphones en el bolsillo pero únicamente para utilizar el WhatsApp.
Si eres padre, ve planteándote que preparar a tus hijos para el futuro implica mucho más que rodearlos de dispositivos e inhibirte cuando llega el momento de educarlos en sus hábitos de uso. Si eres joven, piensa que la sociedad que te rodea ya está dándose cuenta de que ese supuesto mito del “nativo digital” era una falacia, y que te va a tocar ponerte las pilas para demostrar lo que realmente sabes hacer. No, por mucho que nos contasen en su momento, no se nace con las habilidades digitales puestas. Era mentira.
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