El ritmo de este tiempo de gracia fue ilustrado esta mañana, jueves 21 de junio, en la Oficina de información de la Santa Sede, por el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. Ante todo, sus objetivos. El Año de la fe «pretende sostener —explicó el prelado—la fe de tantos creyentes que en la fatiga cotidiana no cesan de confiar con convicción y valor su propia existencia al Señor». Aunque el testimonio de la fe no es noticia para los hombres, resaltó el arzobispo, «es valioso a los ojos del Altísimo».
Ahora se trata de recuperar su sentido, perdido en un mundo marcado por una crisis generalizada que ha afectado también a la fe misma. Decenios de lo que monseñor Fisichella no dudó en definir «incursiones de un laicismo que en nombre de la autonomía individual exigía la independencia de toda autoridad revelada y tenía como programa “vivir en el mundo como si Dios no existiese”». Esto ha generado una crisis antropológica «que ha dejado al hombre abandonado a sí mismo», dejándolo «confuso, solo, a merced de fuerzas cuyo rostro ni siquiera conoce, y sin una meta hacia la cual destinar su existencia».
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