lunes, 27 de junio de 2011

Educación: lo que pudo ser y no fue

Por: JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO, Catedrático de Historia, Universidad de Córdoba.

La singularidad de la coyuntura política española hodierna determina que los dramatis personae —y, desde luego, acaso el principal- del episodio que va a glosarse quizá se hayan esfumado por la escena pública cuando estas líneas vean la luz. Los actores son siempre importantes en dramas y tragedias —y también, por descontado, en las comedias…-, pero realmente lo primordial es la trama.

Y ésta no ha podido ser más desgraciada. El actual ministro de Educación, el prestigioso catedrático de Filosofía D. Angel Gabilondo, se hizo cargo de la difícil cartera con la misión casi exclusiva de conseguir el soñado durante largo tiempo Pacto por la Educación mediante el consenso con el principal partido de la oposición. Ilusión y competencia no le faltaban. Conocidos, sin embargo, la rigidez y sectarismo con los que in aeternum ha planteado el PSOE las cuestiones docentes y la escasa aptitud e inflexibilidad de su interlocutora del lado de unos conservadores imantados por el oportunismo y la ventaja inmediata, constituía un benemérito acto de fe en los destinos nacionales apostar por el éxito de las negociaciones en pro de materializar el vívido anhelo de los sectores más sensibles y comprometidos de la opinión pública. La presión social fue, por una vez, tan intensa para que el PSOE y el PP vehicularan y canalizaran la honda esperanza puesta por la inmensa mayoría de la comunidad en un acuerdo supra-partidista y auténticamente nacional que abriese horizontes halagüeños a la juventud y al conjunto del país. No en balde, éste se veía martilleado desde todos sus ángulos por la urgencia de una productividad que halla en el incremento del factor educativo uno de sus ejes vertebradotes.

Poco duró el gozo. Trastabilleos parlamentarios, recelos al parecer invencibles y reproches mutuos dieron al traste sin mayor tardanza con una iniciativa que, por muchos motivos, cabría incluir en el apartado —imaginario- de “salud pública”. Llantos de cocodrilo y elegías del beau vieux temps —en materia docente y académica- a cargo de supérstites de una época en la que, por encima de cualesquiera otras circunstancias, los integrantes del benemérito magisterio y profesorado españoles se afanaban por cumplir con su deber de enseñar, acompañaron el final de la aventura. Ningún miembro destacado del estamento político se pronunció sobre el desdichado asunto en términos antibanderizos y expresó la menor autocrítica, y siempre con postulados y expresiones maniqueas. Una vez más, el tema quedó archivado, sin que se atisbara por dilatado tiempo su retorno a la agenda prioritaria de las principales fuerzas parlamentarias.

Tal circunstancia y sin tutelar ni imaginar cuál será el porvenir inmediato de la nación desde el punto de vista de su gobierno, impone con fuerza al conjunto de la sociedad el tomar por sí misma la deriva del tema, arbitrando los procedimientos que sean para viabilizar ya sin más demora un acuerdo o pacto educativo con vigencia en todo el territorio peninsular e insular; dada la extrema gravedad de la cuestión, medios no han de faltarle. En una España con vocación hoy de fractura y astillamiento, una de sus escasas realidades omnipresentes es la desoladora indigencia de su sistema docente, la pesarosa fragilidad de sus más importantes estructuras. Cada hora que pase, el alcance del éxito se distanciará y la presencia de España se debilitará. No hay tiempo ya para la espera, aunque si, pese a todo, alguno para la esperanza.

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