viernes, 10 de junio de 2011

Consejos de Benedicto XVI a maestros de religión

Queridos hermanos y hermanas:

Para mí es un auténtico placer reunirme con vosotros para compartir algunas reflexiones sobre vuestra importante presencia en el panorama escolar y cultural italiano, así como en el seno de la comunidad cristiana. Saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, a quien le doy las gracias por las corteses palabras que me ha dirigido, al presentarme esta numerosa y viva asamblea. Asimismo dirijo un saludo cordial a todas las autoridades presentes.

La enseñanza de la religión católica forma parte de la historia de la escuela en Italia, y el maestro de religión constituye una figura muy importante en el conjunto de los profesores. Es significativo que los muchachos se mantengan en contacto con él también después de los cursos. El elevadísimo número de quienes escogen esta materia es, además, signo del valor insustituible que reviste en el camino formativo y un índice de los elevados niveles de calidad que ha alcanzado. En su reciente mensaje, la presidencia de la Conferencia Episcopal Italiana ha afirmado que "la enseñanza de la religión católica favorece la reflexión sobre el sentido profundo de la existencia, ayudando a volver a encontrar, más allá de los conocimientos individuales, un sentido unitario y una intuición global. Esto es posible porque esta enseñanza pone en el centro la persona humana y su inviolable dignidad, dejándose iluminar por la experiencia única de Jesús de Nazaret, de quien busca investigar su identidad, que no deja de interrogar a los hombres desde hace dos mil años".

Poner en el centro al hombre creado a imagen de Dios (Cf. Génesis 1,27) es, de hecho, lo que caracteriza diariamente vuestro trabajo, en unidad de objetivos con los demás educadores y maestros. Con motivo del Congreso eclesial de Verona, en octubre de 2006, yo mismo tuve la ocasión de reflexionar sobre "la cuestión fundamental y decisiva" de la educación, indicando la exigencia de "ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, de volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, de conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca" (Discurso del 19 de octubre de 2006). La dimensión religiosa, en efecto, es intrínseca al hecho cultural, contribuye a la formación global de la persona y permite transformar el conocimiento en sabiduría de vida.

Vuestro servicio, queridos amigos, se enmarca precisamente en este fundamental cruce de caminos, en el que --sin impropias invasiones de terreno o confusión de papeles-- se encuentran la universal tensión hacia la verdad con el bimilenario testimonio de los creyentes a la luz de la fe; las extraordinarias cimas del conocimiento y del arte, conquistadas por el espíritu humano con la fecundidad del mensaje cristiano, tan arraigada en la cultura y la vida del pueblo italiano. Con la plena y reconocida dignidad escolar de vuestra enseñanza, contribuís, por una parte, a dar un alma a la escuela y, por otra, a asegurar a la fe cristiana plena ciudadanía en los lugares de la educación y de la cultura en general. Gracias a la enseñanza de la religión católica, la escuela y la sociedad se enriquecen con verdaderos laboratorios de cultura y de humanidad, en los cuales, descifrando la aportación significativa del cristianismo, se capacita a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad; para buscar el intercambio, afinando el sentido crítico y para recurrir a los dones del pasado de manera que se pueda comprender mejor el presente y proyectarse conscientemente hacia el futuro.

La cita de hoy se enmarca también en el contexto del Año Paulino. El apóstol de las gentes sigue ejerciendo una gran fascinación entre todos nosotros: en él reconocemos al discípulo humilde y fiel, al valiente heraldo, al genial mediador de la Revelación. Características a las que os invito a aspirar para alimentar vuestra misma identidad de educadores y de testigos en el mundo de la escuela. Pablo, en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 9), define a los creyentes con la hermosa expresión de theodidaktoi, es decir, "instruidos por Dios", que tienen a Dios por maestro. En esta palabra, encontramos el secreto de la educación, como recuerda también san Agustín: "Nosotros, los que hablamos, y vosotros, los que escucháis, reconozcámonos como fieles discípulos de un único Maestro" (Sermones 23, 2).

En la enseñanza paulina, la formación religiosa no está separada de la formación humana. Las últimas Cartas de su epistolario, las llamadas "pastorales", están llenas de significativas referencias a la vida social y civil que los discípulos de Cristo deben tener bien en cuenta. San Pablo es un verdadero "maestro", que lleva en el corazón tanto la salvación de la persona educada en una mentalidad de fe, como su formación humana y civil, para que el discípulo de Cristo pueda desarrollar plenamente una personalidad libre, una vivencia humana "completa y bien preparada", que se manifiesta también en una atención por la cultura, la profesionalidad y la competencia en los diferentes campos del saber para beneficio de todos. La dimensión religiosa, por tanto, no es una supraestructura; es parte integrante de la persona, desde la primerísima infancia; es apertura fundamental al otro y al misterio que preside toda relación y todo encuentro entre los seres humanos. La dimensión religiosa hace al hombre más hombre. Que vuestra labor de enseñanza sea siempre capaz, como lo fue la de Pablo, de abrir a vuestros estudiantes a esta dimensión de libertad y de pleno aprecio del hombre redimido por Cristo, tal y como forma parte del proyecto de Dios, expresando así a muchos muchachos y a sus familias una verdadera caridad intelectual.

Ciertamente uno de los aspectos principales de vuestra labor de enseñanza es la comunicación e la verdad y de la belleza de la Palabra de Dios, y el conocimiento de la Biblia es un elemento esencial del programa de enseñanza de la religión católica. Se da un lazo que une la enseñanza escolar de la religión con la profundización existencial de la fe, como sucede en las parroquias y en las diferentes realidades eclesiales. Este lazo está constituido por la persona misma del maestro de religión católica: a vosotros os corresponde, además del deber de la competencia humana, cultural y pedagógica propia de todo maestro, la vocación de dejar traslucir que el Dios del que habláis en las aulas de clase constituye la referencia esencial de vuestra vida. Lejos de ser una interferencia o una limitación de la libertad, vuestra presencia es un valioso ejemplo de ese espíritu positivo de laicidad que permite promover una convivencia civil constructiva, fundada en el respeto recíproco y el diálogo leal, valores de los que un país siempre tiene necesidad.

Como sugieren las palabras del apóstol Pablo, que conforman el título de vuestra cita, os deseo a todos que el Señor os dé la alegría de no avergonzaos nunca de su Evangelio, la gracia para vivirlo, la pasión para compartir y cultivar la novedad que mana de él para la vida del mundo. Con estos elementos, os bendigo a vosotros, a vuestras familias, junto a todos los que os encontráis en esa comunidad de personas y de vida, que es la escuela, estudiantes y maestros.

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