Impulsado por la Iglesia, este comedor está en Getafe, se ha montado en una semana y en su primer día ha atendido a más de 130 familias
No puede evitar suspirar cuando abre la nevera. Le sale solo. «Vamos a ver qué pasa. Solo Dios lo sabe». Pasa la una y media de la tarde. Barrio de Las Margaritas. Getafe. No quiere retrasarse. Se pone la mascarilla improvisada y unos guantes reutilizados. No tiene más. Se echa a la calle. Ya hay gente en la puerta desde hace rato en la parroquia Santa Teresa de Jesús. Y eso que les han citado en diferentes tramos horarios, para no hacerles esperar. La Iglesia estrena en esta ciudad madrileña el primer comedor social que se ve obligado a abrir de forma precipitada para responder a «la pandemia de la exclusión», tal y como denomina el Papa a la crisis que se viene encima tras la alerta sanitaria del coronavirus. Que viene, o que ya está instalada.
En su jornada de apertura, han atendido a 130 familias del barrio que ya están pasando hambre. «Y las que están por venir», comenta Elkin, el párroco, con una leve sonrisa. Animado, porque comienzan a dar respuesta. Pero preocupado por la que se avecina. De hecho, la previsión es incrementar los recursos para atender a las necesidades de toda la ciudad. ¿El perfil de quienes acuden? «Muchas son personas sin recursos que en estas últimas semanas han sufrido un ERTE o un despido», explica Aurelio Carrasquilla, vicario para la Pastoral Caritativa y Social de la Diócesis de Getafe: «Tras la crisis de 2008, mucha gente estaba empezando a remontar. Pero de la noche a la mañana se han quedado sin nada. Ahora sí que no hay colchón».
La cancela del templo para celebrar misa, echada. Para minimizar el riesgo de contagio. Pero las puertas de la caridad, abiertas de par en par. Con las medidas requeridas. Eso es lo que ha impedido ofrecer, por ahora, mesa, silla, mantel y plato. ¿La alternativa temporal? Menú para llevar a casa. Hoy: ensalada, carne con cuscús, manzana, zumos y unos panecillos dulces. Comienza el reparto. «Estoy en una situación crítica con cero ingresos. Durante veinte años he estado pagando la seguridad social, pero todo se truncó hace poco. En noviembre me diagnosticaron cáncer de tiroides, me operaron y estoy en plena recuperación. Nadie quiere contratar a una enferma crónica», confiesa Rosa, madre con dos hijos, de 6 y 17 años. «Ver a mi hija cuando vea el bollito que nos han dado con sus ojitos, no se puede describir», apunta emocionada porque al menos tiene la garantía de que podrán comer todos los días. Comparte fila con ella Nancy, que se ha escapado unos minutos de casa, donde la esperan su madre y sus tres hijos de 4, 7 y 8 años. «Esto es más que un rayo de esperanza para los que no tenemos dónde agarrarnos», deja caer. A Duwayne el confinamiento le dejó sin empleo. Afortunadamente, su marido conserva su trabajo, pero no cubren gastos. Solo en el alquiler se van 800 de los 1.000 euros de salario. Con el resto tienen que pagar agua, luz y alimentación para sus cuatro hijos de 2, 3, 10 y 13. «La llamada para venir al comedor ha sido nuestra tabla de salvación», deja caer, si bien lamenta que la situación de sus vecinos de rellano no es mejor que la suya: «A todos nos da apuro pedir ayuda porque entendemos que salvar las vidas de los enfermos es lo primero».
Necesidades básicas
Ellas ponen voz y rostro al informe exprés elaborado Cáritas Madrid: el 40% de las solicitudes recibidas tras la declaración del estado de alarma provienen de personas que nunca se habían acercado a la ong eclesial y el 85% de estos demandantes acuden para la cobertura de necesidades básicas como alimentos, gastos de vivienda y medicinas. En el Banco de Alimento también se quedan sin reservas y necesitan un millón de kilos de comida con urgencia solo para alcanzar en la Comunidad de Madrid a 180.000 personas. «Prácticamente lo hemos montado de una semana para otra», explica Susana Hortigosa, coordinador del proyecto. Una informática que hace equilibrios con el teletrabajo para echar una mano junto a los otros 300 voluntarios de la asociación San Ramón Nonato, ligada a la parroquia vallecana del mismo nombre. La premura ha impedido habilitar una cocina y los alimentos se traen empaquetados del Puente de Vallecas. Ya están a la búsqueda de un local más amplio. Pero se necesitan más fondos. «Queremos que se quede en manos de gente del pueblo y del barrio».
La Diócesis de Getafe –que aglutina a las ciudades y pueblos del sur de Madrid– marcó 2020 como el Año de la Caridad y ya en octubre se barajaba la posibilidad de abrir un comedor. Se cruzó entonces la entidad de Puente de Vallecas, se aterrizaron los planes que el coronavirus ha acelerado. «El comedor no tiene nombre, pero sí vocación de permanencia más allá del Covid-19. Todo esto arranca justo hoy, que es san Benito Menni, un gigante de la caridad, y el Señor nos pide en el Evangelio que les demos nosotros de comer», defiende el obispo de Getafe, Ginés García Beltrán. «La Iglesia tiene que estar hoy presente y cercana. No tenemos que hacer nada extraordinario, sino lo ordinario de manera extraordinaria. Si la gente necesita alimentos, proporcionemos alimento. Si urgen medicinas, facilitemos medicinas. Donde falte consuelo, procuremos consuelo», señala el prelado confinado en el Cerro de los Ángeles. Los seminaristas y sacerdotes jóvenes que residen allí ejercen estos días de telefonistas para atender a quienes demandan atención de Cáritas diocesana. «Cada hora llaman una decena de personas, que no solo llaman por lo material, sino que necesitan ser escuchados», desvela García Beltrán.
«No sé si es este comedor es punta de lanza de la acción de la Iglesia. Solo sé que es una iniciativa más a sumar a lo que ya se venía haciendo», comenta Aurelio, sabedor de que la diócesis cuenta con comedores propios en Alcorcón y Humanes, además de colaborar en otros vinculados de alguna manera en Leganés y Fuenlabrada. Más allá, la red imparable del centenar de Cáritas parroquiales se traduce en el día a día con recogidas de alimentos y ropa y asistencia lo mismo a niños que a enfermos, a mayores sin recursos… «Por ejemplo, acabamos de cerrar un convenio con 250.000 euros con el Ayuntamiento de Leganés para Cáritas. El único Consistorio que desde hace once años mantiene esta aportación para repartir productos de primera necesidad, una cuantía que se ha duplicado ahora tras suspender las fiestas patronales y dedicar parte de los fondos», explica Carrasquilla.
Mientras echa una mano en el comedor, ajusta la agenda para escaparse y adquirir unas tarjetas de compra y repartirlas entre familias para que puedan hacer su compra semanal: «Es un gesto de dignidad que puedan ir al supermercado como cualquiera. Basta que me den luego el tiquet para confirmar y justificar el gasto».
Renta mínima, pero acompañada
Centrado en responder a tantos necesitados, el sacerdote Aurelio Carrasquilla no tiene tiempo para responder al vicepresidente Pablo Iglesias, enredado en cargar contra los obispos a cuenta de la renta básica sin conocer de primera mano sus reflexiones. Eso sí, comparte una reflexión: «Cuando nos planteamos la ayuda al empobrecido, solemos tener un defecto: dar de comer al otro y nada más. Un plato, y ya. En la Iglesia buscamos promocionar al que viene». No duda en respaldar la llamada del Papa a defender un salario universal para los excluidos. «Es algo bueno, pero me preocupa que se interprete como una renta mínima sin acompañamiento, ya que puede cronificar situaciones de pobreza». Por eso hace un llamamiento a «invertir en los trabajadores públicos de los servicios sociales. Están haciendo una labor impecable»
No hay comentarios:
Publicar un comentario