domingo, 15 de octubre de 2017

Una educación que enseñe a obedecer

Invitado: Josefer

Está de moda decir lo contrario. Son las tendencias pendulares que vienen de lejos, de la escuela de la sumisión y de la bofetada, que yo al menos ni siquiera he conocido. Sé que defender otra cosa puede ser mal interpretada, por aquellos principalmente que o bien no están en la escuela, o bien no tienen nada que ver con el trabajo del aula, o bien no tienen siquiera hijos que educar. Lo bonito es decir “una escuela que no enseñe a obedecer”. Entiendo lo que quieren decir y comparto sus tesis de fondo; no sus palabras, como tampoco sus formas.
Obedecer proviene de la palabra “escuchar”. Es fácil encontrar la etimología por ahí. Algo que no han hecho los que tan mala prensa le dan. Pero más allá de los juegos de palabras, es una actitud fundamental en la vida. Por ejemplo, cuando alguien tiene que dirigir su propia vida obedeciéndose a sí mismo, cuando no obedeciendo y fiándose de aquellos que más nos quieren. No sé si alguien puede llegar a lo primero, a una sana y buena autonomía sin autosuficiencia, sin lo segundo, sin el cariño, la seguridad, la buena relación.
Agradezco a mi familia, maestros y profesores que me enseñaran a obedecer sin ser por ello un borrego, ni un pelele. Agradezco que me educaran para respetar la autoridad y a los demás, a confiar en que mis maestros buscaban mi bien y que debía esforzarme en ello. Agradezco que me enseñaran a escuchar, a saber qué es lo que otra persona me estaba diciendo, a entender sus razones aunque no supiera bien su importancia. Agradezco que supieran guiarme de este modo, que no me abandonasen en mis primeros años a “lo que quiera”, y en mi juventud rebelde no se cansasen de recordarme estas cosas tan fundamentales. Agradezco que me pusieran límites, para poder llegar a ser responsable y libre.
Creo sinceramente que estas críticas buenistas a la “obediencia” están confundiendo mucho, porque es muy distinto ejercer el poder que respetar la autoridad. Y me gustaría que se aclarase bien socialmente. Porque si el niño no puede confiar plenamente y de corazón en la familia y tampoco en los profesores, ¿sabéis en manos de quién queda?
Lo dicho, que quien haya llegado hasta aquí, se habrá dado cuenta de que lejos de mí defender una escuela de sumisión, o una educación del borreguismo. Tan lejos como una escuela de caprichosos y peleles, o una educación carente de autoridad en muchos sentidos. Y recuerdo algo fundamental, que la “obediencia” se relaciona directamente con la “escucha”, y sin ésta no hay diálogo, ni convivencia, ni cultura sostenible.

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