Un año antes del nacimiento de Miguel de Cervantes, el 25 de agosto de 1546 se registra, en Alcalá, el bautizo de Luisa, tercera hija del matrimonio formado por Rodrigo Cervantes y Leonor de Cortinas.
Frente a la vida licenciosa de sus hermanas, conocidas como “Cervantas”, la joven Luisa ingresa muy joven en el monasterio, recién fundado, de la Purísima Concepción de Alcalá. Este convento se llamó después popularmente “de la Imagen”, por haberse trasladado en 1576 a la calle de la Imagen.
Se fundó el 11 de septiembre de 1562, a los pocos días de que Teresa de Jesús abriera su primer convento descalzo en Ávila, por iniciativa de la beata carmelita María de Jesús (Yepes). Esta singular mujer y Teresa se habían conocido unos meses antes en casa de doña Luisa de la Cerda, cuando la santa fue requerida por el provincial para consolar a la dama toledana, que había caído en una especie de depresión tras la muerte de su marido. María de Jesús influyó decididamente en el proyecto teresiano de fundar en pobreza, sin rentas.
Así establece el P. Tomás Álvarez el paralelismo entre ambas mujeres:
«Fue en el palacio toledano de doña Luisa de la Cerda donde se encontraron las dos fundadoras carmelitas. Abulense, Teresa. Granadina la otra, por nombre María (de Jesús) Yepes. Aquélla de 47 años. La andaluza, de 40, viuda y con un hijo.
Mucho más dispares en bagaje cultural. Teresa es lectora y escritora. María de Jesús se presenta como analfabeta (“esta bendita mujer -escribe Teresa- con no saber leer, tenía bien entendido” lo prescrito en la Regla del Carmelo), si bien cuando funde su propio Carmelo sí sabrá firmar y puede leer el rezo coral. En lo que esta más se parece a Teresa es en los arrestos: para fundar su nuevo Carmelo ha ido personalmente a Roma -“a pie y descalza”, asegura la Santa-, y regresa ahora con “los despachos” romanos, es decir, con el breve que le autoriza la fundación, mientras Teresa hace meses que se bate por lograr otro tanto sin conseguirlo. La granadina, además, cuenta con el apoyo de una poderosa dama de la Corte, doña Leonor de Mascareñas; tiene de su parte la autoridad episcopal (en ausencia del arzobispo Carranza); y un pequeño séquito de jóvenes seguidoras y admiradoras» (Comentarios al Libro de la Vida, cap. 35).
Hay un aspecto que las diferenciaba radicalmente, y era su talante humano y religioso. Jerónimo Gracián, que las conoció a ambas, en sus Scholias y adiciones a la Vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera, afirma a propósito de esta beata granadina:
«Esta sierva de Dios María de Jesús, aunque era muy santa, tenía espíritu bien diferente del de la M. Teresa. Que es una manera de espíritu de algunas almas, que afierran con una particular virtud, como la penitencia, recogimiento o castidad o cualquier otra particular, por más santa y principal [que] sea, y ponen toda la perfección en el extremo de aquella particular virtud, llamando relajados e imperfectos a los que de alguna manera desdicen de aquellos extremos; y con tal fuerza insisten en ellos, que dan al través con toda la caridad y celo de las almas. Estos tales, cuando vienen a ser prelados, destruyen toda la perfección de un convento; y si vienen a tener mano de hacer leyes de estas sus imaginaciones bautizadas con nombre de perfección, destruyen una Religión por santa que sea. Y lo peor que tienen es que, como su celo es de perfección, no es posible corregirlos; y como estas exterioridades tanto agradan al mundo, mézclase con ellas una engañosísima hipocresía, la más perjudicial que pensarse puede; y vienen a tanto extremo, que aun el nombre de caridad se les hace odioso, pareciéndoles que quien habla de ella es con título de relajación.
Digo esto a propósito que esta sierva de Dios daba en andar descalza de pie y pierna, y en otros extremos por donde quería llevar todas sus monjas, con lo cual vino aquel monasterio a tener mucha necesidad de remedio, con ser los sujetos que en él había deseosos de toda perfección, bien contra el espíritu de la santa M. Teresa de Jesús».
Como vemos, Gracián aprovecha la ocasión para hacer un alegato contra el fanatismo, uno de sus temas preferidos, y cuyas consecuencias sufrió en propia carne.
Cuando el convento llevaba tres años de rodaje, el 17 de febrero de 1565 ingresaba en él Luísa Cervantes, que tomaría el hábito con el nombre religioso de Luisa de Belén. >>>
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