Volaron en el interior de una maleta, rodeados de telas para protegerlas, en cajas cuidadosamente preparadas y hasta en los brazos de sus devotos que cambiaban de ciudad, de país, pero no de fe.
La mayoría son vírgenes con una enorme tradición en sus lugares de origen que se han ido haciendo un hueco en las iglesias madrileñas a base de la insistencia de sus fieles. Han llegado con pasaporte peruano, ecuatoriano, paraguayo o boliviano. Para los párrocos que han guardado un sitio en el altar es "la madre de Dios". Para sus devotos, "la esperanza de muchos sin papeles".
Es difícil determinar cuál fue la primera. Los ecuatorianos se enorgullecen de que fue su Virgen del Cisne. Al principio la tenían en un bar hasta que pidieron colocarla en la Iglesia de San Lorenzo, en pleno Lavapiés.
La sacaban en procesión, le hacían misas especiales, le cambiaban los vestidos.
Poco duró esa imagen en concreto. La polémica sobre si colocarla en una urna de cristal o ver a quién correspondía el dinero del cepillo acabó con la pequeña 'Churrona', como la llaman, dando vueltas por casas particulares y con otra talla de la Virgen en el altar de San Lorenzo, con certificado de autenticidad.
De hecho, esta iglesia no se ha mantenido ajena a la evolución del barrio más multicultural de Madrid. En un altar, a la derecha del edificio, casi todos los inmigrantes suramericanos pueden sentirse refugiados. Además de la Virgen del Cisne, de Quito, está el Divino Niño, de Bogotá; la Virgen Caacupé, de Paraguay, las Vírgenes de Urkupiña y de Cotoca, de Bolivia y hasta la única santa mártir que tienen los ecuatorianos.
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