Foto: Ana Perez
Pilar fue diagnosticada de un tumor cerebral y los médicos le dieron seis meses de vida. Pedro, su marido, buscó otras opciones y terminó en cuidados paliativos, donde, asegura, «empezamos a vivir otra vez». Pide una ley para la vida y más facilidades para los cuidadores.
Pedro, cuidaste de tu esposa, Pilar, durante cuatro años. ¿Cómo fue el inicio?
Mi esposa fue a hacerse una revisión rutinaria porque cada vez tenía más dolores de cabeza y más fuertes. Era joven, tenía 44 años. Fue entonces cuando le diagnosticaron un tumor cerebral en un TAC. Ese día no la acompañé al médico porque no pensamos que fuera nada importante, pero de inmediato la ingresaron y me llamaron. Me dieron la noticia de que era un tumor inoperable y de los peores que hay, con una esperanza de seis meses. La calidad de vida iba a ser muy mala, con todas las consecuencias: fallo respiratorio, fallo multiorgánico, silla de ruedas, sin oír ni hablar…. Cuando te dicen eso se te cae el mundo encima. Primero piensas en buscar otro diagnóstico. Y luego, cuando se confirma, te planteas: para que esté sufriendo, lo mejor es que muera. Eutanasia y que deje de sufrir.
¿Y ahora, con el tiempo, qué piensas?
Que esa era una opción muy fácil. Debido al sistema de vida y a la velocidad que llevamos, no nos paramos a pensar. Pero ahora sé que hay 200.000 cosas que no son la eutanasia y que son infinitamente mejores. El enfermo va a estar atendido y no va a sufrir, esa es mi experiencia. Lo más digno es cuidarle y luchar, hasta los últimos momentos. Tuvimos la suerte de caer en paliativos de Laguna después de un año de desatenciones por parte de médicos que decían que, como ya no se podía curar, no podían hacer nada. Cuando entramos en paliativos, empezamos a vivir otra vez.
Parece paradójico asociar paliativos a vida.
Puede parecerlo, pero quien lo haya vivido me entenderá. Recuerdo, cuando llegamos con la ambulancia, que la imagen que teníamos era que esto es el final. Y fue todo lo contrario: mi mujer se encontró atendida, querida y cuidada. Y nosotros también. Ella vivía. La gente que hay en el hospital se deja la vida entera.
¿Tienes buenos recuerdos allí?
Sí. Por ejemplo, al principio me quedaba a dormir y no salía de allí. Cuando consiguieron que me fuera a casa a descansar, recuerdo que llegaba por la mañana y ella me miraba y sonreía al verme. Me conocía. No hablaba pero, a su manera, se comunicaba conmigo.
¿Cómo lo han afrontado tus hijos?
Mis hijos son una generación de su tiempo, y tienen opiniones muy modernas sobre muchas cosas. Pero respecto a la eutanasia están en contra por lo que han vivido. Mi hija Lorena, por ejemplo, venía y tocaba la guitarra y el piano para su madre, porque en este hospital hay piano. Y su madre la escuchaba. Eso le quedará a ella para siempre. Son minutos llenos de intensidad.
¿Qué les diría a quienes tienen la posibilidad de legislar sobre el final de la vida?
Que se informen. Los paliativos existen en nuestro país porque hay médicos y profesionales excepcionales que se preocupan, trabajan con personas que están en una situación difícil y dolorosa. Muchas veces trabajan sin medios suficientes, sin ser valorados socialmente ni tomados en cuenta… Necesitan más ayudas para poder atender tanto a los enfermos, como a quienes los rodeamos.
Si hacen una ley, necesitamos una ley para la vida. Para las familias necesitamos bajas laborales que se puedan tramitar rápidamente. Por ejemplo, en mi caso, estuve cinco años sin faltar al trabajo, y en los últimos meses de enfermedad de mi mujer, la empresa te echa. Y la ley de dependencia debería contemplar los paliativos.
¿Cómo ha cambiado tu forma de ver la vida la enfermedad de tu mujer?
Me ha reforzado más en mis creencias. Yo he vivido otras situaciones en las que la gente se ha enfadado pero a mí me pasó contrario, ahora necesito rezar a la Virgen. Tengo la costumbre de entrar a verla cuando paso cerca de una iglesia y, cuando la veo, lloro.
¿Cómo se viven cuatro años cuidando de una persona siempre, y atendiendo a tres hijos adolescentes?
No te das cuenta, lo haces porque te importa. Después de diagnosticársele la enfermedad, Pilar se levantaba conmigo, desayunábamos juntos y se volvía a acostar. Yo me levantaba 25 minutos antes para prepararlo todo. Me casé con mi mujer no solo porque la quería, sino también para quererla. Para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad. Enfermedad que, a nosotros dos, nos unió más.
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