Que la juventud se halla inmersa en una crisis de valores no es nada nuevo. Sociólogos y psicólogos coinciden en este punto de partida. Sin embargo, parece que algo comienza a moverse entre las nuevas generaciones y la tradición, tanto cultural como espiritual, parece estar tomando impulso o, al menos, incita a una interesante reflexión. LA RAZÓN se reúne con tres jóvenes religiosos y practicantes para descubrir cómo ven ellos el mundo y disertar sobre si ser joven y creyente está reñido en el siglo XXI. Yasin es musulmán, Paula católica y Agustina judía; los tres viven con pasión su fe, aunque su recorrido por sendas religiones ha sido dispar. Él sigue los preceptos del islam desde pequeño, aupado por su familia, mientras que Paula, de 22 años, decidió dar el paso hace tres años ante la mirada atónita de sus padres y amigos. «El 90% de la gente de nuestra edad vive anestesiada, no le da importancia a los valores, todo es relativo. La espiritualidad no es para ellos una cuestión urgente», sentencia Paula. Aunque su devoción no es común entre la juventud europea, sí es cierto que los grupos de jóvenes creyentes están reforzándose en los últimos años, algo que todavía no ha hecho variar la curva decreciente de personas entre 16 y 29 años que se identifican con la práctica de una fe determinada. «La religión está oculta, se guarda para la privacidad, no se muestra a la sociedad, ni en el trabajo ni en la universidad. Se ha convertido en un tema tabú. Dicho esto, no creo que hoy en día resulte complicado ser practicante porque los valores de cualquier religión están compartidos por la sociedad. Los principios europeos son los de la religión, lo que no está presente es el asunto de las adoraciones. Yo siempre he sido practicante y nadie me lo ha impedido», afirma Yasin, de 28 años, que trabaja como ingeniero industrial. El debate se abre y Paula, que tras haberse graduado en Bellas Artes cursa ahora un máster de Humanidades, critica que los valores que imperan en nuestra sociedad se hayan «desvinculado de sus orígenes». «Históricamente, con la llegada de la Ilustración, se pensó que con la razón se podían sostener los valores que hasta ese momento se consideraban religiosos. Entonces se desvinculó. En la posmodernidad nos hemos dado cuenta de que esto no es así. Esa independencia no ha funcionado y ha derivado en que todo es relativo, muy subjetivo», lamenta. «Nuestra labor como jóvenes es romper con ese miedo o rechazo a los creyentes. Dar a conocer nuestras costumbres, nuestras creencias. A mí, por ejemplo, me dicen: ''Ah, que eres judía, pues no lo parece. ¿Llevas ese candelabro con muchos bracitos?'' Este tipo de clichés deben desaparecer», explica Agustina, que ejerce de trabajadora social.
En más ocasiones de las deseadas, los tres se han sentido como «bichos raros» entre sus coetáneos. «Cuando me convertí, lo primero que hice fue decir a mis padres que quería ir a catequesis y a grupos religiosos y me contestaron que por qué. Pensaban que era algo sectario y eso que ellos son católicos, pero no practicantes. A mis amigas del colegio de toda la vida que son creyentes les pareció raro, pero me dijeron que probara. Los compañeros de Bellas Artes insistían en que me iban a lavar el cerebro», apunta Paula.
La desconexión de la religión con la juventud tiene mucho con ver, según diversos estudios, con la lenta adaptación que las diferentes creencias han experimentado con el paso de los años. Con la tímida respuesta que han ofrecido a los desafíos de la evolución y las costumbres. «En el islam hay una parte constante y una parte variable. La religión se adapta a cada lugar y al contexto donde cada uno vive. Pero tampoco se puede aceptar todo», reivindica Yasin. Una respuesta a la que se suma Paula, que añade: «La religión se adapta a los tiempos, pero no significa que deba asumir todos los cambios porque entonces significa que la verdad es relativa, y eso no es así».
En más ocasiones de las deseadas, los tres se han sentido como «bichos raros» entre sus coetáneos. «Cuando me convertí, lo primero que hice fue decir a mis padres que quería ir a catequesis y a grupos religiosos y me contestaron que por qué. Pensaban que era algo sectario y eso que ellos son católicos, pero no practicantes. A mis amigas del colegio de toda la vida que son creyentes les pareció raro, pero me dijeron que probara. Los compañeros de Bellas Artes insistían en que me iban a lavar el cerebro», apunta Paula.
La desconexión de la religión con la juventud tiene mucho con ver, según diversos estudios, con la lenta adaptación que las diferentes creencias han experimentado con el paso de los años. Con la tímida respuesta que han ofrecido a los desafíos de la evolución y las costumbres. «En el islam hay una parte constante y una parte variable. La religión se adapta a cada lugar y al contexto donde cada uno vive. Pero tampoco se puede aceptar todo», reivindica Yasin. Una respuesta a la que se suma Paula, que añade: «La religión se adapta a los tiempos, pero no significa que deba asumir todos los cambios porque entonces significa que la verdad es relativa, y eso no es así».
Reflexión críticaDurante la charla con estos preparados y devotos jóvenes es inevitable preguntarles que si hubieran nacido en otra cultura u otro contexto serían capaces de seguir una fe diferente a la que ahora profesan. «Yo tal vez sí sería de otra religión. Si hubiera nacido en otra cultura o contexto seguro que sería religiosa, pero eso es difícil de determinar. Cada uno piensa que su religión es la verdadera», asevera Paula. «Es un planteamiento que todos nos debemos hacer. De pequeños seguimos lo que nos dicen nuestros padres. Los que pertenecemos a las religiones minoritarias, como es el caso de los musulmanes en Europa, tenemos que cuestionarnos sí o sí nuestra creencia. Es más, hay gente que cambia de religión a lo largo de la vida y lo aprecio mucho porque entiendo que eligen lo que creen que es lo correcto», añade Yasin. En este sentido, la representante de la comunidad judía hace hincapié en que «elegir la religión con mayor edad tiene más valor porque implica una critica, una reflexión». ¿Y si sus hijos deciden no seguir sus pasos? ¿Si optan por el ateísmo? «La libertad está por encima de todo, cada uno elige un camino y quiere que su hijo lo haga porque piensa que es el mejor. Otra cosa es que nos duela que no sigan nuestra religión, pero se respeta su elección», afirma el musulmán. «Lo importante es tener una hipótesis de vida que se pueda defender. El ateísmo es también una. Lo que me preocupa es que la gente no se haga preguntas de manera seria. Si se las hacen y la opción es ser ateo, adelante», dice la joven católica. Agustina enfatiza el poder de la educación en hacer jóvenes críticos «y que sean capaces de cuestionarse, de plantar cara a lo establecido. No rechazarlo, pero sí analizarlo».
Todos ellos lamentan la cantidad de estereotipos que soportan cada día. «Es una señal de desconocimiento sobre lo que implica cada religión», añade la terapeuta hebrea. Aunque en este aspecto quien se lleva la palma es Yasin: «Por el hecho de ser musulmán, a las mujeres ya las toman por sumisas por llevar un velo y la gente cree que criamos niños terroristas. Hay que insistir en la educación para acabar con esto». A Paula, otro de los aspectos que más le molesta es el que por ser católica piensen que es conservadora: «¿Qué pasa que no se puede ser creyente y de izquierdas? Es lo mismo que asociar una ideología o una creencia a un estatus. Los católicos no son todos de derechas ni ricos», reivindica.
Ante la exposición de estudios sobre jóvenes y religión que se les presenta, con datos que aseguran que, por ejemplo, desde 2006 el número de personas que se identifican en España como católicos se ha reducido hasta casi un 30%, ellos reaccionan con desánimo, pero con la esperanza de que la tendencia cambie. Si no es así, pronostican una difícil convivencia entre creyentes y ateos. «Yo necesito vivir mi fe, mi espiritualidad, de manera comunitaria, y lo hago porque en la sociedad no puedo, fuera de mi comunidad no existe ese contexto. Yo quiero ser yo misma en cualquier aspecto de la sociedad, pero siento que solo puedo manifestarlo dentro de mi círculo. Nadie me lo impide porque somos tolerantes, pero no puedo estar con gente que no de importancia a aspectos que para mí son fundamentales». Yasin asiente: «Como persona, lo primero que rige mi vida es mi religión y si no sabes de mi religión no me conocerás a mí. El que no quiera conocer mis creencias será un ignorante. Esto no permite una convivencia más completa», expone Yasin. Para estos tres religiosos el valor de la tradición es fundamental y no se puede negar lo que nuestros ancestros nos han enseñado, dice Paula, más que nada porque todas esas lecciones y principios «son los que siempre han regido nuestras vidas y lo seguirán haciendo, seamos o no conscientes de ello».
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