No solamente estudiaban las estrellas, sino que glorificaban al Creador por su belleza.
Por desgracia, con frecuencia a los científicos se les etiqueta de ateos, bajo la ilusión de que cualquiera que ahonde de verdad en la ciencia descubrirá que Dios no existe. Sin embargo, esa asunción está lejos de la verdad, ya que los primeros científicos y astrónomos en el mundo occidental eran sacerdotes y religiosos católicos. Ellos no veían posible que profundizar en el intrincado funcionamiento del cosmos pudiera alejarles de Dios.
De hecho, para muchos de ellos, estudiar el modo en que se regía el universo les acercaba más a Dios y les abría a las maravillas de la creación.
Para ofrecer algunos ejemplos, aquí tenéis a dos astrónomos que hicieron contribuciones significativas al campo de la astronomía y que fueron beatificados por la Iglesia católica.
Beato Hermann von Reichenau
Hermann nació en Suabia en 1013 con graves deformidades físicas. Algunos relatos dicen que tenía el paladar hendido, parálisis cerebral y espina bífida. A la edad de siete años fue dado a un monasterio benedictino, donde permaneció el resto de su vida. Sus carencias corporales las compensaba con su capacidad mental.
Durante su tiempo en el monasterio, Hermann demostró a todos el genio que era. Sobresalió en matemáticas y astronomía, tradujo muchas obras que antes solo estaban disponibles en árabe. Además, Hermann introdujo varios instrumentos astronómicos a Europa central, como el astrolabio y un reloj solar portátil. Sus obras incluyen mapas estelares y cálculos complejos, como el del diámetro de la Tierra.
Aun así, sus contribuciones más famosas fueron sus himnos a la Santísima Virgen María. Se cree que escribió el Alma Redemptoris Mater y el Salve Regina. Así, no sorprende encontrar que dentro del Alma Redemptoris Mater, Hermann escribiera: “Augusta Madre del Redentor, que del Cielo siempre puerta abierta eres, y estrella del mar”.
Beato Francesco Faà di Bruno
Nacido en una familia noble en 1825, Francesco empezó entrando en el ejército, pero luego renunció y se marchó a estudiar a la Sorbona, en París. Allí se sumergió en las matemáticas y la astronomía bajo la orientación de Augustin-Louis Cauchy y Urbain Le Verrier. Fue Le Verrier quien empleó las matemáticas para ayudar a descubrir la existencia del planeta Neptuno. Francesco se graduó con una tesis en matemáticas y otra en astronomía sobre el tema de las mecánicas celestes.
Tras graduarse, asumió un puesto en la Universidad de Turín y fue un profesor popular que con frecuencia dirigía cursos de astronomía, además de su puesto como profesor de matemáticas. Hoy es famoso en matemáticas por la “fórmula de Faà di Bruno”, nombrada en su honor. Según la Enciclopedia Católica, “en reconocimiento a sus logros como matemático, se le confirió el grado de Doctor de Ciencia por las Universidades de París y Turín”.
Sin embargo, con el tiempo, Francesco sintió el llamado al sacerdocio y abandonó su ilustre carera para convertirse en un humilde sacerdote que sirvió a los pobres y a los más vulnerables de la sociedad. Juan Pablo II dijo durante su homilía de beatificación: “Francesco Faà di Bruno [emprendió] el camino [de ayudar] al pobre, al humilde, al desamparado, haciendo de él un gigante de la fe y la caridad. Así nació toda una serie de obras y actividades benéficas de la que no es fácil elaborar una lista. También en el ámbito científico fue capaz de traer su consistente testimonio de creyente, en un periodo en que la dedicación a la ciencia parecía incompatible con un compromiso serio con la fe”.
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