- El papa Francisco, en su oración final, propone la vergüenza, de arrepentimiento y esperanza del ‘buen ladrón’ que ‘honestamente ha robado el paraíso’
- Las meditaciones, escritas por jóvenes estudiantes, han reflexionado sobre la indiferencia ante las injusticias, los sufrimientos cotidianos, los fracasos o el aislamiento provocado por las redes sociales
A las 21:15 h. de este Viernes Santo, el papa Francisco acudió al Coliseo para participar en el Vía Crucis. Una práctica de piedad que se ha convertido en indispensable en la Semana Santa romana y que concita a un buen número de fieles de todo el mundo a las puertas del famoso Anfiteatro Flavio, que, más allá de los datos históricos, ha quedado como símbolo perpetuo de recuerdo de las persecuciones de los cristianos de los primeros tiempos.
“Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa vergüenza!”
Francisco, como es habitual, ha seguido las meditaciones desde la explanada del Templo de Minerva, donde fue recibido por las autoridades de la ciudad como la alcaldesa Virginia Raggi. Al finalizar, antes de impartir la bendición apostólica, Bergoglio realizó un sentida oración en la que ha puesto de manifiesto la “vergüenza que nos impregna por dejarte solo, Señor Jesus, sufrir por nuestros pecados”, haciendo referencia a las palabras del discípulo que afirmaba que “incluso si todos te abandonan, yo jamás te abandonaré” o quienes eligieron a Barrabás, las apariencias, el dinero, “la mundanidad y no la eternidad”.
Francisco también ha señalado que se avergüenza de las veces en las que la boca y el corazón confiesan realidades diferentes de Cristo o cuando “muchas personas, e incluso alguno de tus ministros, se dejan engañar por la ambición y la vanagloria, perdiendo su dignidad y su amor primero”. También ha lamentado que siente “vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados” o “la vergüenza de haber perdido la vergüenza”. “Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa vergüenza!”, ha clamado el pontífice.
“Señor Jesús, ¡siempre danos la gracia del santo arrepentimiento!”
Bergoglio ha continuado su plegaria contemplando, con espíritu de arrepentimiento, el “silencio elocuente” de Jesús en la Cruz. Un arrepentimiento que nace de la certeza de solo Cristo “puede sanarnos de la lepra del odio, el egoísmo, el orgullo, la codicia, la venganza, la codicia, la idolatría”, solo él “puede volver a abrazarnos, devolvernos la dignidad filial y regocijarse por nuestro regreso a casa, a la vida”.
“El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por tu dulce y poderosa invitación a la conversión”, ensalzó Francisco recordando el testimonio del rey David o del apóstol Pedro. “Señor Jesús, ¡siempre danos la gracia del santo arrepentimiento!”, recalcó.
“Señor Jesús, ¡siempre danos la gracia de la santa esperanza!”
A esto sentimientos de la vergüenza y el arrepentimiento, Francisco ha añadido la virtud de la esperanza en su oración, que es como “una chispa que se enciende en la oscuridad de nuestra desesperación, porque sabemos que tu única medida de amor es amarnos sin medida”.
La esperanza, para el Papa, surge de la Palabra de Dios, que “sigue inspirando, todavía hoy en día, a muchas personas y pueblos a que solo el bien puede vencer al mal y la maldad, solo el perdón puede acabar con el rencor y la venganza, solo el abrazo fraterno puede acabar con la hostilidad y el miedo en el otro”.
Esperanza que llega al corazón de muchos jóvenes que continúan “consagrando su vida convirtiéndose en ejemplos vivos de la caridad y la generosidad en nuestro mundo, devorado por la lógica de los beneficios y el dinero fácil” o en los “misioneros que continúan desafiando la conciencia dormida de la humanidad, arriesgando sus vidas para servirte, Señor, en los pobres, los descartados, los inmigrantes, los invisible, los explotados, los hambrientos y los prisioneros”, frente a las veces en las que se intenta desacreditar a la Iglesia o en las que esta se deja llevar por la lógica de los maestros de la ley y los hipócritas del evangelio. “Señor Jesús, ¡siempre danos la gracia de la santa esperanza!”, concluyó.
Finalmente, el Papa pidió a Jesús ayuda “para despojarnos de la arrogancia del ladrón crucificado a su izquierda” y que solo vio el oportunismo del momento y poder “identificarnos con el buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y esperanza; quien, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se arrodilló ante tu misericordia y ‘con honestidad ha robado el paraíso’”.
Fuerte presencia de jóvenes y refugiados
Las meditaciones de las estaciones del Vía Crucis de este año han sido escritas por quince jóvenes, de entre los 16 y 27 años. La mayoría de ellos son estudiantes del Liceo –instituto de bachillerato– Pilo Albertelli de Roma y ha coordinado la redacción el profesor Andrea Monda. Antes de escribirlas, juntos leyeron los textos de la pasión y realizaron un ejercicio de contemplar la escena evangélica para encontrarse con Jesús y rezar ante él. El propio Francisco pudo agradecer personalmente a los jóvenes su trabajo al concluir el acto en la propia explanada del Coliseo.
En sus textos, los jóvenes hablan de la búsqueda de diluirse en la masa, de la indiferencia ante las injusticias, de los sufrimientos cotidianos, los fracasos y caídas en el camino, la generosidad y la ayuda, de la dignidad de la mujer, al aislamiento de las redes sociales, la situación de los migrantes y refugiados, de la cercanía de Dios, el miedo al futuro… “Querría correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo salir a buscarte, porque tú llamas a mi puerta”, concluía escribiendo Marta Croppo, la joven que ha hecho la meditación de la última estación.
Diversas personas han llevado la cruz durantes las diferentes estaciones, a veces entre una suave lluvia. Como es habitual el Vicario del Papa para la Diócesis de Roma, Angelo De Donatis, lo ha hecho en la primera y la última. De la cuarta estación se han ocupado varias personas con discapacidad y sus asistentes y en la décima han llevado la cruz Alkhayat Leya y Hikma E. Hanna, dos religiosas dominicas iraquíes. También han participado una familia de Siriacon sus tres hijos, dos franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y algunos de los autores de las meditaciones de este año.
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