Un estudio de las universidades de Oxford y Cardiff afirma que las directrices con las que la mayoría de los padres controlan el tiempo de uso de dispositivos de sus hijos son demasiado estrictas. Para la mayoría de adultos, seguramente, una idea contraintuitiva: lo más habitual es escuchar quejas acerca de la total inmersión de los niños en sus dispositivos a todas horas, sea durante la cena con la familia o cuando visitan a sus abuelos y practican ese ubicuo deporte que se ha dado en llamar phubbing.
La realidad es que el tiempo de uso de los dispositivos de los jóvenes no es ni mucho, ni poco: simplemente es el que es, y es lógico que sea. Hablamos de personas nacidas y crecidas en un entorno en el que estos dispositivos tienen una presencia ubicua: en todas partes, en todos los bolsillos, utilizados para todo constantemente. Pedirles que se mantengan al margen de ellos es, sencillamente, una estupidez y una imprudencia absurda y sin sentido, como lo es el pretender que no los utilicen cuando están en determinados entornos. La propuesta francesa en ese sentido es completamente antinatural, y estoy seguro de que en no mucho tiempo se revelará como un fracaso total. Dentro de poco, consultar subrepticiamente el móvil ocultando el gesto a los que tienes alrededor se denominará “mirar a la francesa”.
¿Hay que controlar el tiempo que los niños utilizan sus dispositivos? Por supuesto. Todos los factores que afectan a algo tan importante como la educación de los niños deben ser objeto de control, como lo han sido siempre. ¿Tenía lógica antes dejar que un niño jugase a todas horas? ¿O viese la televisión sin parar? ¿O comiese compulsivamente? Todas las actividades de un niño deben ser objeto de un cierto nivel de control, y la educación consiste precisamente en eso: en controlar sin asfixiar, en hacer ver a alguien que no quiere ser controlado que ese control es razonable, por su bien, y destinado a generar unos hábitos adecuados. Convertirse en el policía de turno que vigila al niño por todos los medios posibles, le instala programas espía o le agobia de manera constante puede ser tan malo como dejar hacer sin límite alguno.
¿Cuánto es un uso razonable? Pues depende del niño y de las circunstancias. Hablamos de dispositivos multifuncionales, con un atractivo brutal y con unas posibilidades que podrían, sin ningún tipo de dudas, llevar situaciones de consumo excesivo o poco recomendable. La diferencia con un adulto está en la ausencia de autocontrol en ese sentido – como ocurre con tantas otras cosas… un niño comería golosinas sin parar hasta que le doliese el estómago, jugaría sin parar hasta caer rendido o vería su película favorita en bucle como si fuera una obsesión – y es precisamente ese autocontrol lo que hay que aspirar a desarrollar, de lo que se trata en gran medida ese proceso que denominamos educación.
Para llevar ese proceso a cabo, es preciso entender que los dispositivos son para muchas cosas, y por tanto, tendremos que entender qué diablos está haciendo el niño, desarrollar una relación de confianza que nos permita saberlo sin fiscalizarlo de manera persecutoria, e interesarnos por sus actividades en la red como nos interesamos por las que desarrollan fuera de ella. ¿Debe existir un tiempo fijo de consumo que no se puede exceder? Para mí, no tiene sentido, y es además contraproducente, porque lleva a que su relación con el dispositivo se convierta en algo artificial y absurdo. Ante la tesitura de “ventana de dos horas de uso”, los niños intentan maximizar el rendimiento de esas horas para la actividad que quieran, y posponen otros usos que podrían ser interesantes o desarrollar determinadas capacidades.
El uso natural de un dispositivo es recurrir a él cuando lo necesitamos para alguna cosa, sea consultar algo, mirar un mapa, hacer una foto o jugar, usos que surgen cuando surgen y que no necesariamente se corresponden con una ventana de horas determinada. Pero eso, lógicamente, tampoco quiere decir “barra libre” sino, más bien, promover un uso responsable. Aplicar las normas de educación como se han aplicado siempre parece una buena idea: no permitir que el dispositivo se convierta en un inhibidor de la comunicación, no usarlo en determinados momentos destinados al contacto familiar, no permitir que interfiera con la cortesía, no acudir a él compulsivamente cada pocos minutos para ver si alguien ha comentado algo, etc. parecen reglas con bastante más sentido que un reduccionista “te dejo el móvil durante dos horas”.
Si crees que tus hijos manejan los dispositivos mejor que tú y, por tanto, no puedes enseñarles ni aconsejarles nada es que hay algo que estás haciendo muy mal. La única razón que hace que un niño maneje un dispositivo mejor que sus padres es que estos no se han interesado por el tema, con todo lo que conlleva no interesarse por algo que va a formar parte inseparable de la vida de su hijo – y sin duda, de la suya – durante toda la vida. Entender lo que hacen, evitar planteamientos simplistas o negarse a entender sus hábitos o costumbres es contraproducente, aunque haya hábitos y costumbres que nos pueda costar entender: se llama brecha generacional y ha existido en todas las generaciones de la historia. ¿Quieres perder el respeto de tus hijos, sea en el manejo de dispositivos o en cualquier otra cosa? Muestra una ignorancia supina provocada por la falta de interés o de entendimiento. Y desde una posición de pérdida de respeto, resulta muy difícil educar a nadie.
Si quieres educar en condiciones, interésate por lo que hacen hasta la extenuación, pide explicaciones de lo que necesites y no pares hasta que lo entiendas, esfuérzate por mantenerte actualizado de las tendencias de uso, y balancea la importancia del otro entorno que condiciona a tus hijos además del familiar: el social. La idea de “castigar sin móvil” con total ligereza como si el uso no fuese importante para el niño es, en la mayoría de los casos, contraproducente, y refuerza la idea de “mis padres no me entienden” o “no se enteran de nada”. Que tus hijos no tengan las mismas escalas de valores que tú no debería ser sorprendente, sino todo lo contrario, y eso es algo que hay que entender.
Limitar el tiempo de pantalla de tus hijos a una o dos horas al día de manera arbitraria como hasta ahora recomendaba la Academia Americana de Pediatría no influye en absoluto en su bienestar ni garantiza una educación o unos hábitos adecuados. Es, simplemente, una tontería sin sentido, una forma absurda de tratar como un hábito nocivo algo que no tendría por qué serlo. Lo que influye en tus hijos es que uses los dispositivos como si fueran un baby-sitter, que los utilices persistentemente como “apaga-niños”, que no te preocupes ni lo más mínimo de lo que hacen con ellos, que adoptes una actitud de policía desquiciado, o que les dejes hacer todo lo que pidan sin límite alguno. Esas cosas sí generan problemas. Los niños no vienen con manual de instrucciones, pero pretender tomarlas de normas categóricas tampoco ayuda. Contra las normas arbitrarias y rígidas, por favor… sentido común.
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