En pleno reinado de Isabel II, se suprimieron en el ámbito estatal las Facultades de Teología. Hoy, esta situación permanece. De nada sirvió que en Arbor, abril de 1953, apareciera el artículo Universidades civiles del mundo en las que hay Facultades de Teología, según el cual, en países con centros universitarios tan acreditados como Alemania, Austria, Francia, Suiza, Estados Unidos, Inglaterra o Suecia, esa exclusión española no existía. Expóngase esta diferencia, por ejemplo a Mircea Eliade, en la Universidad de Chicago, centro de importancia innegable, o al entonces profesor Ratzinger en la Universidad de Munich, o al papel de la Teología moral en la Universidad de Cambridge.
En el importante y documentado libro de Antonio Martín Puerta, El franquismo y los intelectuales. La cultura en el nacionalcatolicismo (Encuentro, 2013), se señala: «Otra forma de aproximación que no dejó de considerarse fue la inserción de Facultades de Teología en la universidad, algo que, por ejemplo en Alemania, no llama siquiera la atención». No es la única cita que puede hacerse. Eustaquio Guerrero S.J., en Razón y Fe, mayo de 1951, escribió: «Podría haber una Facultad de Teología en la Universidad oficial española. Quizá debería haberla, aunque a ella no asistiesen sino aspirantes al sacerdocio». Y el académico y gran teólogo González de Cardedal ha opinado, en La teología en España (1959-2009) (Encuentro, 2010, pág. 43), que la «separación del espacio común del pensamiento, de la creación científica y artística, fue mortal para la teología». Esa convicción tuve cuando me designaron Rector de la Universidad Hispanoamericana de Santa María de La Rábida. Acudí al ahora cardenal Sebastián y a González de Cardedal para que, en una Universidad oficial, aunque de verano como era aquella, dirigiese un curso de teología. Mientras allí fui Rector, eso se consiguió con gran éxito en el mundo universitario. Yo intentaba, así, introducir la Teología, no en simples cursos de verano, sino en la Universidad. Mucho conversé sobre eso con dos sucesivos ministros de Educación, Martínez Esteruelas y Robles Piquer. Confieso que, tras mi cese como Rector, nadie se volvió a ocupar allí de eso.
He insistido, y algo he logrado, como Patrono de otra Universidad de verano, la Internacional Menéndez y Pelayo, para que dirigiese enseñanzas de Teología en ella, González de Cardedal con un brillante conjunto de profesores. Y ahora, como director de los ya importantes Cursos de La Granda, el mes de agosto en Asturias, juntamente con cuestiones de debate de gran altura, de economía, medicina, biología, historia, literatura, pretendo, en combinación con teólogos, que se consoliden los de teología. El mundo académico laico tiene ya esos pequeños puntos de apoyo en el santanderino Palacio de La Magdalena y en La Granda. Pero eso tiene que ser sólo el principio, de algo que trascienda también más allá de las que son, únicamente, Universidades de la Iglesia. Es fundamental, por todo lo que he señalado, para la cultura española.
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