jueves, 30 de abril de 2015

El trabajo: derecho fundamental y bien para el hombre

En este tiempo de Pascua, y al acercarse la fiesta de San José Obrero, quiero dirigiros unas palabras a todos los cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que deseáis que todos los derechos de las personas sean respetados, valorados y promovidos, tal y como el Señor lo manifiesta a la luz de su Resurrección. Como nos dice el Papa Francisco, «la dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político, sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral» (EG 203). Hemos de seguir poniendo de relieve que el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre. Por eso es bueno acercarnos a esta realidad tan necesaria para el ser humano y para su familia. Y la solución, que ciertamente es cada vez más compleja, se ha de buscar en la dirección de hacer «la vida humana más humana», como nos decía el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, 38, con ese «humanismo verdad» que nos regala y revela Jesucristo.
El hombre es el camino de la Iglesia, el primer camino de la Iglesia. La responsabilidad y la atención al hombre se la ha confiado Cristo. Ese hombre, que es la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto. El hombre real, concreto, histórico. La Iglesia en el cumplimiento de su misión no le puede abandonar. Y es este hombre el que inspira toda su doctrina social. Tengamos la valentía de mirar al hombre inserto en la compleja trama de relaciones sociales de hoy, y descubramos, una vez más, la centralidad del hombre en la sociedad. El amor por el hombre se concreta, también, en la promoción de sus derechos fundamentales, entre los que se encuentra el derecho al trabajo. Acompañemos al hombre en este camino por la tierra tal y como nos manda Jesucristo.
Suscitemos en el corazón de cada hombre la convicción de que construye fraternidad, cuando defiende la dignidad y los derechos humanos, la convivencia entre todos los hombres, la cultura del encuentro, la civilización del amor. Seas hombre o mujer, ¿qué harás?, ¿qué puedes hacer?, ¿cuál es tu elección y tu camino? Elijas lo que elijas, habrás de evitar siempre un error: ser egoísta y sólo egoísta. Tienes que lograr ver lo mismo que Dios. Lo que nos enseña cuando viene y se hace hombre entre nosotros. Vive siempre viendo todo lo que puedes hacer, cómo puedes prodigarte, cómo ensanchar la esfera de toda la tierra y el corazón de todos los hombres, cómo puedes servir más y mejor a todos para hacer de este mundo una realidad de corazones buenos y felices. No salgas a pasear con las manos vacías y temblorosas. Hay muchas necesidades. No pases de largo con indiferencia por el camino y por la historia. Hace falta construir un mundo mejor. ¡Es tiempo de construir! Más aún, de construir constructores, apóstoles que militan y promueven con toda su vida ese derecho fundamental del hombre que es el trabajo y que es un bien para la humanidad.
Empeñemos todas nuestras energías en superar todo aquello que condena y deja en el margen de la vida a los hombres. No pertenece al ser humano la cultura del descarte, sino la del encuentro, que es la que reconoce que todos somos hijos de Dios y hermanos. Hemos de buscar todos juntos que los derechos fundamentales del hombre sean reconocidos, buscados y entregados a todos los hombres. Tenemos que llegar a que la liberación y la novedad que trae Jesucristo, se haga verdad y vida en rostros concretos de hombres y mujeres que están padeciendo la falta de un trabajo digno. Y esto no se logrará nunca por la violencia, que engendra más violencia, sino descubriendo los cristianos para nosotros y para todos los hombres, que entre evangelización y promoción humana, existen lazos muy fuertes, vínculos de orden antropológico, ya que el hombre que evangeliza y quien recibe el anuncio, no son seres abstractos, sino hombres y mujeres concretos que dan de lo que han recibido.
¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover el verdadero y auténtico crecimiento del ser humano, y regalándole lo que Dios mismo le ha dado, el ser imagen y semejanza de Él, y con ello, entre otros derechos, el del trabajo? La Iglesia considera importante y urgente la edificación de estructuras más justas y más respetuosas de los derechos humanos. Pero es consciente de que aún las mejores estructuras, los sistemas más idealizados, se convierten en inhumanos si no se logra en el ser humano una conversión del corazón y de la mente, la estructura del «hombre nuevo», el que «ha nacido de nuevo» y tiene las entrañas que le ha regalado como gracia Jesucristo, y sabe dárselas a todos los que se encuentra en el camino de su vida. Hombres y mujeres nuevos para mantener, verificar con obras y palabras la grandeza de la dignidad de todo ser humano, y la de ser testigos de esa grandeza manifestada y revelada en Jesucristo, pues es Él quien nos revela la gloria del hombre cuando se aproxima a su vida la gloria de Dios.
En numerosas páginas de la Biblia se nos muestra cómo el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre. Cuando Dios plasmó al hombre a su imagen y semejanza, lo invitó a la tierra. Después, y a causa del pecado, el trabajo se convirtió en fatiga y sudor. Pero el proyecto de Dios sobre el trabajo mantiene inalterado su valor. El hijo de Dios, haciéndose semejante a nosotros, dedicó años a las actividades manuales. Era conocido entre los suyos como el hijo del carpintero. Y es que el trabajo, tiene una importancia primaria para la realización del hombre y para el desarrollo de la sociedad. Es necesario, por tanto, que se organice y se desarrolle en el total y absoluto respeto a la dignidad humana y al bien común. En numerosas páginas de la Biblia se pone de relieve el auténtico sentido del trabajo. Pertenece a la condición originaria del hombre, está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. El primado del hombre sobre la obra de sus manos tiene por finalidad el verdadero progreso de la persona y del bien común.
En esta fiesta de San José obrero, Fiesta del trabajo, os invito a todos los cristianos al compromiso de vivir y testimoniar el Evangelio del trabajo. La finalidad última del trabajo es la construcción del reino de Dios. Dios trabaja, continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Jesucristo entra como persona en el trabajo fatigoso de la historia. Así, el trabajo de los hombres, tiene que aparecer como una expresión especial de su semejanza con Dios, y como capacidad y participación en la obra de Dios. Se ha de promover por tanto, el trabajo por encima de otros fines económicos. La dignidad de la persona requiere que las opciones económicas no hagan aumentar las desigualdades, y requiere también, asumir el compromiso de seguir buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos. San Juan Pablo II el 1 de mayo del año 2000 con ocasión del jubileo de los trabajadores lanza un llamamiento como él mismo decía, para hacer: «una coalición mundial a favor del trabajo decente». ¿Qué significaba para San Juan Pablo II esta expresión? Que en cualquier lugar de la tierra, el trabajo sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer. Un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores al desarrollo de su comunidad. Un trabajo en el que éstos sean respetados, y no exista ninguna discriminación. Un trabajo que permita satisfacer las necesidades de la familia, y no se vean los hijos en la necesidad de trabajar a edades que no les corresponden. Un trabajo que deje espacios para reencontrarse en sus raíces, en el ámbito personal familiar y espiritual. Un trabajo que asegure una condición digna para toda su vida.
Busquemos entre todos hacer posible que ese derecho fundamental y gran bien para el hombre, exprese y acreciente la dignidad humana. El trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para todos. Es un objetivo obligado en todo ordenamiento económico orientado hacia la justicia y el bien común. La capacidad propulsora de una sociedad orientada hacia el bien común y que proyecta presente y futuro, se mide también a partir de las perspectivas del trabajo que puede ofrecer. Busquemos para todos un trabajo digno. Es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, que es un derecho natural y una vocación del hombre y de la mujer.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid

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