GRANADA, martes 4 diciembre 2012.- Elena Ugolini, subsecretaria del Ministerio de Educación de Italia, pronunció la conferencia inaugural del recién abierto centro del Arzobispado de Granada, España, Studium Granatense et Sacromontanum. Ofrecemos a los lectores el texto de la conferencia inaugural.
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Saludo con afecto a todos los participantes en esta ceremonia de inauguración del nuevo edificio de la escuela superior construida por la Archidiócesis de Granada para albergar el “Centro de Magisterio La Inmaculada”, y algunas otras instituciones educativas de grado superior como la International Academy of Philosophy.
Educar para la belleza
Lo que más impresiona al llegar aquí y ver este nuevo edificio es su belleza, su magnífica belleza.
Las paredes del edificio, blancas como la luz, se desgranan alrededor del verde prado, como los muros del monasterio medieval alrededor del claustro, sobre el que se abren las grandes vidrieras de dejan traspasar la luz fuerte y potente de estas tierras, que reverbera en las paredes, en los objetos, en los bancos, en las sillas. Aquí ningún detalle es accesorio. Todo está cuidado hasta en los más pequeños detalles, todo está en un perfecto equilibrio de luz, color y estilo; todo está iluminado por la luz, que da vida y une cada elemento, en esa armonía unitaria que es también el humus de la enseñanza: unidad de los docentes (que de hecho aquí se ven desde una clase a la otra); unidad de las disciplinas (las aulas se distribuyen alrededor del fulcro central del claustro); unidad entre docente y estudiante (este lugar ha sido plasmado de una manera tan hermosa, para que los jóvenes se sientan acogidos, apreciados, estimados).
¿Cuál es el mensaje educativo más hermoso que podemos ofrecer a nuestros jóvenes? En un momento de grave crisis como el actual, en el que parece que el nihilismo y el escepticismo (también de los adultos) toman la delantera, un lugar como éste es la prueba concreta, encarnada, de que hay una esperanza.
Aquí se ve concretamente que la fuente de la educación es la belleza: como escribía Dostoevskij: “La belleza salvará al mundo”.
Es la frase que ha dicho la directora de un colegio de S. Luca d’Aspromonte, en Calabria, una de las poblaciones de Italia que tienen una tasa más alta de densidad mafiosa.
Me encontré con ella hace cinco meses, en primavera, lloraba. Me hizo ver en su móvil las fotos de su colegio: completamente destruido, con los baños fuera del edificio, expuestos al frío y en condiciones higiénicas indecorosas. Me pidió ayuda; hice poquísimo pero me parecía un delito no hacer nada. Llamé entonces al prefecto de la región (Reggio Calabria), que en pocos meses le ayudó a hacer lo que nadie había conseguido en diez años. Ella, que el año pasado había asumido de mala gana el cargo de directora, con su fuerza de voluntad y su deseo de cambiar las cosas, por fin había conseguido dar a sus muchachos lo que nunca habían tenido, ni pensaban que podrían tener.
Esos mismos muchachos que sólo eran capaces de destruir el edificio, encerrados en sí mismos, tristes y enfadados con el mundo. Después de un año, tras la reestructuración del colegio, con sus padres, los mismos padres que la primera vez que fui a Reggio Calabria ni siquiera me indicaban el camino para llegar al instituto, ahora, durante la inauguración del colegio, nos acogían con gestos de amabilidad, sonrisas y atenciones. Todo el pueblo acudió a ver el nuevo colegio: niños, fontaneros, electricistas, comerciantes.
¿Qué había pasado en esos meses? Nos lo explicó la misma directora: «A menudo me vuelve ala mente Dostoevskij: “El mundo se salvará por la belleza”. Pienso que la belleza de la que habla el escritor ruso es la que lleva a cabo el hombre cuando realiza algo creativo, generativo. Y el colegio que deseo para mis alumnos debe hacerles conocer esa “Belleza” que sólo el arte, el conocimiento y la cultura pueden dar. Y esto les mantendrá lejos del mal y les hará vivir como hombres libres… Movida por este deseo, inicié mi proyecto de rehabilitación».
Escuchando estas palabras pensé: pero ¿por qué la belleza salvará al mundo?
Porque para el gran escritor ruso, al igual que para la directora, la belleza no es un discurso, sino un hecho: y los niños, los muchachos, los jóvenes no quieren discursos, sino que necesitan ver hechos, acontecimientos, a través de los cuales puedan comprobar que los adultos, los profesores, los maestros tienen mucho interés en su bien.
Las exigencias de sentido
Se educa para la belleza a través de la belleza.
Cada niño, cada joven lleva dentro algo que nadie puede ofuscar o aprisionar. Esas exigencias originarias de verdad, belleza y justicia que siempre se pueden aprovechar, a menudo como un recurso que ni siquiera él sabe que tiene y que hace mágico y sorprendente el momento del descubrimiento como base de todas las relaciones. El desafío no es “organizar” una escuela o una universidad eficiente, sino que el deseo de los jóvenes no disminuya, haciendo que nazca en ellos una atracción y un sentido hacia lo que se les propone. El desafío es que haya adultos que estén a la altura de estas necesidades.
A menudo decimos que los muchachos están distraídos en clase. Un profesor amigo mío he ha hecho caer en la cuenta de una cosa muy sensata: lo contrario de “distraídos” es “atraídos”.
La pregunta que tenemos que hacernos ante nuestros estudiantes es qué les puede atraer, qué les puede suscitar curiosidad, qué puede interceptar esas exigencias de verdad, belleza y bondad que cada uno lleva dentro de sí, qué puede volver a encender su curiosidad.
Un sábado por la mañana, al final del curso pasado, me desperté con un mensaje terrible en el móvil que me avisaba del atentado en el colegio de Brindisi. La explosión había asesinado a una espléndida criatura de dieciséis años y había herido a cinco compañeras suyas ante los ojos perplejos y aterrorizados de sus compañeros de colegio.
Al día siguiente fui rápidamente a Brindisi: no me podía creer que una chica pudiera morir mientras iba al colegio, que es el lugar de la vida, de las esperanzas, de los sueños.
No conseguía quedarme tranquila: al colegio se va para vivir o para aprender a vivir, no para ver cómo se queman los compañeros, seguía repitiéndome.
Fui al hospital para ver a las chicas heridas: estaban cansadas, exhaustas, pero en sus ojos, tan luminosos, nacía la luz de la recuperación, la fuerza dela valentía. Ellasya habían vencido a la violencia.
En ese momento entendí que el deseo de la vida es algo irreducible y emocionante.
Después fui a la escuela dela pequeña Melissay me quedé pasmada. Entre las frases escritas por los amigos, una decía: «En el colegio sólo se debería morir de aburrimiento». Esta frase me deja inquieta y deseosa de luchar para que las mil horas de clase cada año tengan una envergadura a la altura de los deseos y de las exigencias de los jóvenes.
Enseñanzas maestras
Pero ¿cómo es posible hacer que lo ordinario sea extraordinario?
Se puede rodear a los muchachos de cosas bonitas, pero si no se enciende la luz que muestra el nexo entre esa belleza y su vida, todo resulta en vano. El problema no son los muchachos: son los adultos.
Si están ellos dispuestos a dejarse herir por la Belleza de lo que enseñan y a dejar abierta la herida; si están ellos impresionados por la Verdad, si son ellos curiosos.
Docentes que muestren a los muchachos el sentido de las cosas, el nexo entre la belleza y la realidad, es decir, el sentido de la vida.
El objetivo de la escuela, si queremos intentar una síntesis, es suscitar el interés por la totalidad de la realidad, el mismo interés que debería haber impresionado al docente.
El sentido de la educación
El corazón de la escuela esla educación. Larelación que se puede establecer entre estudiante y maestro. Pero esta relación tiene un objetivo muy preciso: no vincular a uno mismo sino abrir a la realidad en su totalidad.
Como ha escrito el filósofo alemán Josef Andreas Jungmann: «La educación es la introducción en la realidad total» (in Christus als Mittelpunkt religiöser Erziehung, Freiburg i.B. 1939).
¿Qué son, de hecho, las disciplinas si no caminos para entrar en relación con la realidad, para entenderla, para hacer fructificar ese patrimonio de experiencia y de conocimiento que nos llega a través de nuestra tradición para que sea reinventado?
Las características del docente
Ahora bien, para el docente la educación consiste en «cómo hacer conocer».
Einstein escribía en los Pensamientos de los años difíciles (1936): «A veces se ve en la escuela un simple instrumento para transmitir una cierta cantidad máxima de conocimiento a la generación que se está formando. Pero esto no es exacto. El conocimiento es algo muerto; la escuela, en cambio, sirve para vivir».
¿De qué manera ayuda a vivir el conocimiento? Tenemos que preguntarnos: ¿cómo intento yo, docente, en mi materia hacer conocer, convertir en experiencia lo que digo? Es decir, cómo lo que enseño aumenta el conocimiento que los estudiantes tienen de sí mismos y de la realidad; cómo la disciplina que enseño contribuye al crecimiento de la persona en su integridad.
Es necesario un triple compromiso:
1. Es necesario dominar la materia y hacer entender bien lo que se dice asumiendo como punto de partidael mundocategorial del alumno (para entendernos: no se puede dar un bistec a un niño de tres meses).
2. Hacer ver concretamente de qué manera aquello que se estudia tiene que ver con su experiencia y responde a esas exigencias de verdad, belleza y bien que posee.
3. Hacer ver la conexión entre lo particular y la totalidad: puedo soportar el cansancio del camino teniendo en mente la meta y empezando a disfrutar de algunas vistas del paisaje que se abre ante mí.
Universidad y escuela
La clave de todo, por tanto, está en disponer de docentes preparados, apasionados por lo que enseñan, dispuestos a trabajar juntos, dispuestos a encontrar todas las vías que permitan interceptar la curiosidad de los jóvenes y ayudarles a hacer fructificar sus talentos.
La predisposición (talento, inclinación natural) hacia lo humano no se puede adquirir con créditos universitarios, pero se puede hacer madurar mediante el encuentro con maestros capaces de mirar a la persona en su integralidad, sin detenerse enla apariencia. Enseñares un arte. Por ello un centro de magisterio debería ser un lugar en el que sea posible relacionarse con maestros. Es imposible hacer escuela sin ir ala escuela. Porello es necesario estrechar cada vez más la relación entre las dos instituciones, para construir una alianza virtuosa.
El fin de la escuela
“Se educa con lo que se dice, con lo que se hace, pero mucho más con lo que se es”.
De hecho, el educador es aquel que comunica el propio modo de relacionarse con la realidad, «la manera personal de percibir, de evaluar y de afrontar, es decir, de saborear y de hacer fructificar la realidad».
Esta frase me la descubrió la persona que me ayudó por primera vez, a los catorce años, a darme cuenta de que existía una clave para abrir todos los aspectos de la realidad. Micompañero de pupitre y yo, al igual que Leopardi y Platón, teníamos en común el mismo deseo de verdad, de bien y de belleza. Esta persona se llama Don Luigi Giussani. Os invito a leer un texto central para toda la pedagogía del siglo XX como es Educar es un riesgo (Educar es un riesgo: apuntes para un método educativo verdadero, Encuentro Ediciones, 2006).
El corazón de la escuela es la educación, es la relación que cada día se instaura entre docentes y estudiantes: en clase se juega esa entrega de consignas, desde una generación a la otra, sin la cual no puede haber futuro. Cada día miles de docentes ayudan a los “jóvenes” a entrar en la realidad, captando su valor.
Esto es lo que sucede dentro de estos bellísimos muros, que testimonian toda la pasión de quien los ha querido y hecho construir para los jóvenes de hoy, los adultos de mañana.
Os doy las gracias, por ello, por tanta pasión enérgica que es testigo de cómo un ideal encarnado horada la opacidad aparentemente impenetrable de esta época nuestra.
Para concluir cuanto se ha dicho, cito unas palabras de Charles Moeller me parecen muy actuales, precisas e iluminadoras: «Cuando durante bastantes horas al día se tienen delante veinticinco rostros de muchachos desde los quince a los dieciocho años, que se vengan despiadadamente de uno mismo si se es aburrido en las clases, pero que nos miran fijamente con sus ojos de claridad – a veces de ternura – cuando en el silencio profundo de una hora matinal un reflejo de la belleza y de la verdad les ilumina, es imposible no plantearse y volver a plantearse sin pausa las cuestiones eternas que constituyen toda la vida de un hombre; y es imposible no responder, porque la juventud es impaciente. Los libros, entonces, ya no bastan. La respuesta debe darse inmediatamente, y debe ser verdadera, es decir, total, porque nadie puede engañar a la juventud. Esnecesario entonces cerrar los libros, sin olvidarlos, es necesario mirar a la cara a estos jóvenes, es necesario sobre todo interrogarles sobre sí mismos y responder a las cuestiones esparcidas en los textos de nuestros autores» (en Humanismo y santidad, Editorial Juventud, 1967).
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