El pasado 18 de mayo, con motivo del debate en el Congreso de los Diputados de la llamada “ley trans”, el diputado de ERC Gabriel Rufián apeló a las supuestas convicciones cristianas de los diputados de Vox y les recriminó con sarcasmo que “creen en serpientes que hablan, en palomas que embarazan, que las mujeres salen de la costilla del hombre y que si nos portamos mal llegará una lluvia de fuego y nos quemará”. Estas palabras tuvieron respuesta posteriormente por parte del cardenal Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, que lamentó “las palabras de burla contra los católicos” del portavoz de ERC en el Congreso.
En realidad, lo que provoca la intervención de Gabriel Rufián es un clamor por la clase de Religión. Supongo que el señor diputado, cuando era niño, no cursó esa materia, porque, de lo contrario, no habría dicho esas palabras que, sin querer llevarle la contraria al cardenal Omella, ni siquiera llegan a ser burlas, sino que proclaman la oceánica ignorancia de quien las profiere.
Porque una de las cosas que se enseña a los chavales en la clase de Religión es precisamente a descubrir que, en la Escritura hay géneros literarios. Por ejemplo, fábulas, cuyos protagonistas, por definición, son animales o cosas que se comportan como seres humanos. Una hermosa fábula, protagonizada por árboles y plantas, la encontramos en el libro de los Jueces (9,6-15). O mitos, que son relatos “simbólicos” cuya verdad reside no en la literalidad de lo que se dice, sino en un nivel más profundo; y de esto saben mucho los primeros capítulos del Génesis. O textos apocalípticos, con una fisionomía y características muy particulares, como vemos en algunos pasajes del profeta Zacarías o en el último libro de la Biblia cristiana: el Apocalipsis.
Un absoluto desprecio
Uno de los dramas de nuestro mundo –con diferentes matices o niveles en nuestras sociedades occidentales– es su absoluto desprecio de la religión. Es verdad que la religión –o una mala interpretación de ella– ha causado muchos males, pero también es innegable la cantidad de valores que comporta y que, se quiera reconocer o no, siguen vigentes en nuestro mundo, formando parte esencial de nuestras sociedades.
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