Tras una
introducción previa, el artículo trata sobre los ataques que sufre la
Religión Católica, de donde vienen éstos, sus autores, sus víctimas,
quienes apoyan estos ataques, las motivaciones de esos ataques, las
tácticas con que se desarrollan, como esos ataques permanecen impunes,
como se defiende y como debiera hacerlo y propuestas para solucionar el
problema.
Ante una
realidad que nadie discute de agresiones permanentes a la Iglesia, a sus
dogmas, a sus instituciones, a sus ministros y a su estética, los
católicos no podemos ni debemos permanecer insensibles o pasivos.
Debemos reaccionar buscando los canales adecuados para hacemos escuchar,
defendiéndonos de estos ataques y difundiendo los valores del Evangelio
en todos los ámbitos donde transcurre la vida del hombre.
Debido a
que por un lado los medios de comunicación son un campo difícil y
competitivo y por otro que los católicos arrastramos todavía un habito
adquirido de una situación histórica ya pasada de no haber tenido que
luchar para que nuestros principios cristianos fueran socialmente
reconocidos, nos encontramos ante un gran desafío. Hemos de tomar
conciencia de nuestra escasa preparación para responder a esta nueva
situación y evitar el inhibimos a la hora de entrar en los sucesivos
debates que se vayan planteando.
Estamos
profundamente convencidos de que hoy en día ninguna sociedad puede
prescindir de los medios de comunicación, del gran adelanto que estos
significan y de la gran labor que desempeñan o deberían desempeñar en su
adecuado desarrollo social y democrático. Es claro también que pueden
convertirse en instrumentos de manipulación, de odio, mentira, calumnia,
y encubrimientos al servicio de intereses económicos y políticos
ilícitos de determinados sectores o personas. En este caso en vez de
informar, desinforman y en vez de formar, deforman. Se trata de la
ambivalencia de muchos de los progresos técnicos del hombre, cuya bondad
o maldad viene dada por el uso que se haga de ellos y por los fines a
los que se dediquen.
En un
mundo que se ha hecho pequeño por la rapidez con que la información
viaja de un extremo al otro, su difusión y la transmisión de las ideas
es también inmediata y fácil por lo que se puede hablar de globalización
del pensamiento. No es un disparate decir que los medios de
comunicación son actualmente para muchos los principales educadores
inspirando comportamientos, estilos de vida, y maneras de comprender el
mundo y al hombre. Hoy en día se delega en estos medios algo tan
personal como es la capacidad de pensar por uno mismo. El hombre ya no
piensa, es pensado desde fuera. La televisión, la radio, la prensa,
Internet se convierten así en las primeras instancias morales, dictan lo
que esta bien y lo que esta mal, lo feo y lo bello, lo que debe hacerse
o permitirse y lo que no. Se acaba viviendo a base de unas pocas ideas o
tópicos que se repiten hasta la saciedad sin que nadie los someta a un
análisis riguroso para averiguar de donde vienen, *a que intereses o
intenciones responden y si responden a la verdad.
Tampoco se
puede olvidar el gran el uso que de estos medios hacen los niños y los
jóvenes, sin tener en muchísimos casos la preparación necesaria para
desarrollar frente a ellos el necesario espíritu crítico . De esta forma
estos medios van moldeando sus criterios, conductas y vida y la visión
que de ella van adquiriendo, habiendo delegado los padres en ellos la
responsabilidad de educadores prioritarios de sus hijos.
La Iglesia
reconoce en los medios de comunicación social unos grandes aliados para
su tarea evangelizadora. Ha utilizado el término de primer "areópago"
para referirse a ellos en el sentido de que son el primer lugar de
propagación y transmisión de las ideas.
A lo largo
de su historia la Iglesia siempre se ha servido para transmitir el
mensaje de salvación de los medios de comunicación disponibles en cada
época. Así desde la antigüedad se sirvió del arte, la pintura o la
escultura en pórticos, fachadas, retablos y manuscritos iluminados, es
decir de la imagen, por dirigirse prácticamente siempre a una población
en su mayoría analfabeta.
Cuando se
inventó la imprenta, la iglesia igualmente utilizó ese medio de
transmisión para difundir su doctrina a través de libros y demás textos
escritos.
Actualmente
se da una proliferación de enorme variedad y posibilidades de medios de
comunicación, cine, vídeo, teatro..etc de los que la Iglesia, que somos
todos, siguiendo su tradición histórica, debe servirse cada vez más
para cumplir su misión pastoral.
Ahora
bien, si es verdad que los medios de comunicación pueden ser para la
Iglesia grandes aliados en su misión evangelizadora, también lo es, como
hemos dicho al comienzo, que se pueden convertir en grandes adversarios
cuando son utilizados como arma contra ella, como desgraciadamente está
ocurriendo con demasiada frecuencia.
Raro es el
día que pasa que no veamos en alguno de estos medios cómo la Iglesia,
sus ministros o sus declaraciones son objeto de visiones deformadas o
desinformadas, juicios apresurados, o silencios cómplices ante ataques
desmesurados o mentiras manifiestas. Ya Cristo anunció a sus discípulos
que serían perseguidos, hecho que a lo largo de la historia nunca ha
dejado de ocurrir.
La
diferencia con el pasado es que hoy al producirse esta persecución y
ataques con los instrumentos mediáticos modernos, tienen una resonancia
mucho mayor pues llegan rápidamente a todo el mundo y a todas partes.
Utilizando fórmulas sensacionalistas y de escaso contenido y rigor se
crea con mucha facilidad un estado de opinión pública errónea y
contraria a la Iglesia que posteriormente es muy difícil corregir. Y
esto una y otra vez contribuye eficazmente a denigrar y a poner bajo
sospecha a la Iglesia cada vez que surgen cuestiones que la atañen
directa o indirectamente. Una cosa es el disentir o la crítica razonada y
otra es el sectarismo y la tendenciosidad.
Los ataques
Lo primero que hemos de precisar es la identidad de los autores de estos ataques. Los encontramos dentro y fuera de la Iglesia.
Desde dentro:
- Algunos
teólogos y asociaciones de teólogos así como algunos sacerdotes que
disienten en ocasiones con la enseñanzas de la Iglesia.
- Ciertos movimientos que se sitúan en la frontera de la ortodoxia.
- Algunos
de los cristianos que son responsables de la organización, y
programación de programas en radio y televisión, como son informativos,
entrevistas, conferencias, debates; columnistas, periodistas, escritores
intelectuales y también artistas que escriben en los periódicos o
participan en dichos programas, debates... etc.
- Muchos de nosotros que somos miembros de la iglesia, y callamos o permitimos estos ataques.
Desde fuera:
- personas
que se declaran no creyentes o al margen de la Iglesia y que tienen
acceso, utilizan o trabajan en cualquiera de los medios de comunicación.
- Sectas manifiestamente hostiles a la Iglesia Católica.
Sobre quienes recaen estos ataques:
- la iglesia, en sus dogmas, declaraciones o documentos, instituciones, estética, liturgia, devociones y tradiciones.
- Los ministros, religiosos y religiosas, miembros de la jerarquía y en especial S.S. el Papa.
Soportes de estos ataques
Aunque ya
los hemos mencionado en el punto anterior, nos estamos refiriendo a los
diferentes medios de comunicación de los que se sirven los que llevan a
cabo las agresiones que venimos denunciando, tales como son: diarios,
revistas, radio, televisión, Internet, sin olvidar su relación con el
mundo de la literatura, el arte, el cine y el teatro, a los que sirven
como caja de resonancia.
Los
ataques aparecen tanto en información general, artículos de opinión,
editoriales, columnas, como en entrevistas, debates, mesas redondas,
programas de humor.
Se da la paradoja que muchos de estos medios de comunicación son propiedad de personas próximas a la religión o al menos no contrarias. Los que manipulan, hacen o deshacen son los llamados profesionales de la comunicación, empleados y pagados por los dueños de esos medios.
Se da la paradoja que muchos de estos medios de comunicación son propiedad de personas próximas a la religión o al menos no contrarias. Los que manipulan, hacen o deshacen son los llamados profesionales de la comunicación, empleados y pagados por los dueños de esos medios.
Motivaciones de esos ataques
Todas
estas agresiones ¿son fruto de un anticlericalismo sin más, del que en
España, por cierto, hay una larga tradición? ¿Responden a experiencias
personales negativas que no han podido digerirse? ¿Obedecen a un pasado
histórico sobre el que todavía no se es capaz de tener una visión
objetiva?
Sin duda y
debido al peso que la Iglesia Católica sigue teniendo en España, sus
posiciones en determinadas cuestiones siguen siendo incómodas para
muchos, que desearían una Iglesia más permisiva y condescendiente. La
denuncia sistemática de las bolsas de pobreza de nuestro país, del
escándalo del enriquecimiento fraudulento de algunas personas o
entidades, su desacuerdo con la prácticamente nula política de
protección y ayuda a la familia, la promoción de una educación que
favorece la promiscuidad entre los jóvenes, la falta de protección a la
vida desde su concepción... etc molesta y mucho.
La Verdad
con mayúscula no tiene mucha aceptación en sociedades hedonistas y
materialistas, ni en el entramado de intereses políticos y económicos
por las que estas se mueven. Tiene bastante lógica que ante el
relativismo imperante donde ninguna verdad es definitiva y absoluta y la
opinión de la mayoría es ley, la popularidad de la Iglesia en ciertos
medios ande en cotas muy bajas.
Tácticas
Analicemos ahora algunas de las estrategias que se utilizan para llevar a cabo estas agresiones.
Se niega a
la Iglesia el derecho de defenderse, y cuando lo hace se la tacha de
victimismo, de cultivar la cultura de la queja, o de repetición de tics
extemporáneos. En definitiva se ridiculiza su derecho a defenderse, lo
que no se hace con ninguna otra institución.
Se parte de posiciones que presuponen la culpabilidad de la Iglesia a la que se exige todo tipo de explicaciones.
Arrogarse
el derecho absoluto de establecer lo que está bien y lo que está mal en
contra de la opinión de la Iglesia. Se erigen en jueces infalibles
resolviendo muchas veces las cuestiones más arduas por medio de juicios
sumarísimos.
Negar que la Iglesia pueda tener sus propias normas.
Poner en
tela de juicio su doctrina, frecuentemente en base a declaraciones de
personas de cierta popularidad que no están en posición de poder opinar y
no dejan sino entrever su profunda ignorancia sobre las cuestiones
religiosas tratadas.
Como desde
el campo de la doctrina se carece de argumentos serios para ir contra
la Iglesia, se recurre a la ironía, la burla, el sarcasmo, el
descrédito, el desprecio y la desacralización. Esto se da también mucho
en programas de televisión donde con una absoluta falta de respeto a la
sensibilidad religiosa de muchas personas, se trata de forma frívola y
superficial a personas de la jerarquía de la iglesia, o temas
específicamente religiosos.
Negarse a
considerar que la Iglesia deba opinar sobre cuestiones temporales. Se
pretende relegar la fe y la doctrina católicas, así como la práctica de
la religión, a la esfera de lo privado, eliminándolas lo más posible de
la esfera pública. Parecería un intento de hacerla volver al tiempo de
las catacumbas.
Favorecer
la diatriba contra la Iglesia en forma de apoyo a los que disienten
abiertamente contra ella, ya sean personas individuales o movimientos
sociales.
Sistemática
asociación de lo que peyorativamente llaman nacionalcatolicismo con el
franquismo. Se ignora, o se silencia el hecho de las numerosísimas
iglesias profanadas e incendiadas durante nuestra contienda civil o no
se quiere atribuir la condición de mártires a las miles de personas que
murieron en ella sólo a causa de su condición de obispos, sacerdotes,
religiosos o religiosas o de ser simplemente cristianos confesos.
Identificar
progreso con el permitir el aborto, la eutanasia, matrimonios de
homosexuales, ordenación de las mujeres, equiparación de las uniones de
hecho a las formas de familia tradicional ...etc y tachar de
reaccionaria la postura de la Iglesia que manifiesta su disconformidad
con ellas.
Se
practica la cicatería en el elogio o en el reconocimiento de la labor
positiva de la Iglesia a favor de los más desfavorecidos, en educación,
con los enfermos, en la promoción de los valores sociales y económicos y
en la defensa a ultranza de todos aquellos valores en los que se
asienta la dignidad humana.
Se hace
uso de una calculada ambigüedad a la hora de tratar determinados temas
que tienen que ver con la Iglesia. Se da una de cal y otra de arena,
manifestando como un temor a ponerse completamente de parte de ella,
quedando de manifiesto esa tibieza evangélica tan frecuente en los
medios cristianos de hoy.
Tomar la
excepción, el pecado o error de algunos como la norma general dentro de
la iglesia. Se hipertrofian deliberadamente las excepciones.
Coger un tema que perjudique a la Iglesia y apurarlo hasta el límite en artículos, editoriales, entrevistas.
Se recurre
con frecuencia a la calumnia, la mentira, el infundio, sin preocuparse
de contrastar la información para comprobar su veracidad. Ello obedece a
la táctica de que se sabe que una vez vertida una información negativa
sobre algo o alguien, cosa que es muy fácil, demostrar la verdad
requiere un gran esfuerzo y tiempo y gran parte del daño queda hecho de
todas maneras. Las rectificaciones se hacen en pocas ocasiones y
frecuentemente de manera solapada en un pequeño recuadro en no se sabe
que página.
Una forma
de ataque más sutil que las habituales pero de mayores efectos a la
larga, es denigrar de forma indirecta la estética tradicional de la
iglesia. Si las ideas de Belleza y Bondad fueron consideradas siempre
como un reflejo de la Belleza y Bondad divinas, ahora se procura
eliminar esta inspiración sustituyéndola por el feismo gratuito e
intrascendente o recurriendo a tácticas esperpénticas. Un ejemplo
reciente lo tenemos en el supuesto rostro de Jesús confeccionado por un
sedicente antropólogo y que los medios de comunicación se apresuraron a
publicar.
Impunidad de los ataques
Es clara
la gran pasividad de los católicos ante todos estos hechos que de una
manera progresiva se han ido instalando en nuestra vida cotidiana. Nos
hemos ido acostumbrando a convivir con ellos y muchas veces los
observamos hasta en clave de humor. No nos damos cuenta que con nuestra
falta de reacción nos hacemos culpables de que los fundamentos
cristianos sobre los que se ha ido tejiendo nuestra historia y cultura
con sus gestas heroicas y tragedias, con sus aciertos y equivocaciones,
con sus épocas de esplendor y decadencias, van siendo minados. Se nos
sustrae el alma de nuestra cultura y quedamos impasibles ante la
consecuencia de su inevitable decadencia y las repercusiones que ello
trae.
Pareciera
que predomina una actitud de resignación ante lo que se considera
inevitable o de obligado tributo que habría que pagar al progreso de
nuestras sociedades aconfesionales en las que al final parece que todo
vale. Y la paradoja es que precisamente en unas sociedades saturadas por
la variedad de medios de comunicación, y por tanto de canales para
hacer llegar a la opinión pública nuestra voz, los católicos
permanecemos en gran parte mudos, facilitando la impunidad de estas
agresiones constantes.
Es claro
que los medios de comunicación social protagonizan un constante
bombardeo contra la concepción cristiana de la vida y del hombre cuando
promueven esta política de ataques mas o menos directos contra la
Iglesia. Contribuyen al establecimiento de una atmósfera cada vez mas
contraria a los valores del humanismo cristiano, y a la acentuación de
ese vacío existencial que amenaza al hombre de hoy, y que es origen de
tantas lacras en las nuevas generaciones tales como las drogas, la
promiscuidad sexual, el alcohol, las enfermedades mentales, la
incapacidad para mantener la fidelidad conyugal...etc.
Como
cristianos tenemos pues, que ser conscientes de la trascendencia que
supone nuestra pasividad ante estos hechos. Si queremos de verdad
sociedades mas justas, y libres donde el hombre pueda desarrollarse
plenamente como tal y creemos que en el mensaje de salvación cristiano
esta la clave para que así sea, no podemos asistir inermes a los ataques
a nuestra religión y a nuestra Iglesia, vengan de donde vengan. Si
estos ataques permanecen impunes es responsabilidad de todos el que así
sea. Y si no miremos a otras sociedades o grupos de creyentes. Sin
elogiar posturas extremas, ¿qué pasa cuando un medio de comunicación
social se mete contra los judíos o musulmanes? La reacción suele ser
contundente social y económicamente (casos IBM, Telefónica, o BBC) y la
retractación por parte de quien ha hecho el ataque, inmediata.
Si se
declara delito el antisemitismo ¿por qué no también el anticatolicismo o
el ataque a otra religión cualquiera? No se puede confundir la
tolerancia y el respeto a otras creencias con la indefensión y la falta
de exigencia de respeto a las propias.
Defensas
Cabe ahora
preguntarse cómo nos defendemos y cómo se defiende la Iglesia ante
estos ataques. Sin duda los católicos nos podríamos hacer acreedores en
muchísimas ocasiones de aquellas palabras con que Jesús acababa la
parábola del administrador infiel: « los hijos de este mundo son más
astutos con los de su generación que los hijos de la luz»(Lc.16, 8). Es
claro que ante el acoso y críticas poco rigurosas a las que en muchas
ocasiones es sometida nuestra Iglesia no ofrecemos una adecuada
respuesta y estrategia.
En primer
lugar se tarda mucho en responder. La contestación llega cuando en los
medios de comunicación se lleva hablando días o semanas sobre el tema en
cuestión. Se han divulgado ya toda una serie de pareceres de la más
variada procedencia, sobre una información que muchas veces es parcial e
incompleta, y que hábilmente manipulada consigue dar una imagen en
algunos casos muy desfavorable de la Iglesia, sus ministros o de sus
actuaciones.
Cuando se
responde se hace frecuentemente sin mucha contundencia, con un lenguaje
poco asequible para el hombre de la calle. Se utilizan largos y densos
comunicados, poco atractivos, que no captan el interés o la atención de
lector u oyente. Al final solo un reducidísimo grupo de personas es el
que se los lee o escucha hasta el final. Se suele tratar de los ya
convencidos, de ninguna manera de los que no lo están.
Se echa de
menos también el que a la hora de contestar en favor de las posturas de
la iglesia prácticamente siempre sean los obispos o algún ministro
ordenado los que lo hacen y no laicos, preparados en el campo de las
comunicaciones sociales, que puedan ser sus portavoces. Pareciera que no
hay casi laicos en la iglesia que esten preparados para salir a la
calle para dialogar, argumentar, y defender las posturas, opiniones o
pensamiento de la Iglesia en las distintas cuestiones planteadas. Vaya
aquí en el campo de las excepciones nuestro homenaje y gratitud al
comentario semanal de «Gonzalo de Berceo» en el Alfa y Omega.
Tampoco se
consigue que los numerosos movimientos y asociaciones de fieles laicos
dentro de la iglesia logren hacer escuchar una voz unitaria frente a
estos ataques. Hay que tener en cuenta que todos ellos reúnen a un gran
número de personas y que podrían tener una presencia muchísimo mayor y
activa en los medios de comunicación. Se evitaría así que la defensa
frente a estos ataques quedara circunscrita a charlas en una sala de
conferencias o a quejas en la sobremesa en la propia casa.
La
consecuencia de todo esto es que se produce una sensación de desánimo,
resignación, impotencia y desorientación entre los católicos, que
acostumbrados ya a las permanentes agresiones, acaban por creerse todo
lo que les cuentan los medios de comunicación, incapaces de formarse una
opinión que responda a la verdad de los hechos. Se va creando así una
especie de complejo de ser cristiano y de opinar en cristiano. Parece
que el serlo solo sirve para el ámbito de lo privado, para el interior
de las iglesias y para unos nostálgicos de tradiciones pasadas pero
inservibles para los tiempos modernos.
De aquí a
dejarse arrastrar por el relativismo moral imperante en todos los campos
hay muy poco trecho, porque al enturbiarse el juicio, se acaba pensando
que todas las opiniones son igual de buenas y válidas.
Propuestas
Como
postura previa habría que abandonar una permanente actitud defensiva que
lleva aparejada siempre una cierta debilidad de la Iglesia y la pérdida
de la iniciativa a la hora de hacer llegar sus propuestas, explicar sus
posturas y propiciar un diálogo que lleve a un mayor y mejor
entendimiento entre las distintas partes.
La iglesia
no puede ir siempre por detrás de las cuestiones que salen a debate
público y que la atañen directa o indirectamente, ni esperar a que se
hayan vertido contra ella o contra sus actuaciones todo tipo de juicios y
opiniones muchas veces faltas de rigor y veracidad. Debe por el
contrario ir por delante, prever lo que va a saltar a la actualidad,
tener a punto sus comunicados para responder de forma inmediata en todos
los medios posibles, en un plano de igualdad con los que no piensan
como ella o la critican.
Otra
cuestión muy importante es la del lenguaje o la forma de expresar su
pensamiento en los medios. Las respuestas tendrán que ser ágiles, claras
, directas , concisas y oportunas, evitando que sus comunicados puedan
parecer catequesis. Ante una cuestión polémica no es necesario esperar a
tener elaborado un complejo documento con toda suerte de matizaciones.
El tiempo que se necesita para ello es perder el factor oportunidad en
la respuesta.
Para esto
sería necesario crear o reforzar si ya existe un equipo de comunicadores
profesionales, capaces de pulsar continuamente la opinión pública, y lo
que se dice o va a decir en los medios para poder tener a punto los
comunicados propios. Este equipo tendría que ser algo así como un puente
entre los obispos y la gente de la calle, siendo capaces de traducir al
lenguaje corriente y de sintetizar el pensamiento de la iglesia en un
momento dado.
Desde aquí
hacemos un llamamiento a los periodistas y alas Facultades de Ciencias
de la Comunicación para que al igual que en los planes de estudio se
contempla la formación en temas económicos, políticos e históricos, se
incluya también la formación en cuestiones religiosas independientemente
del credo de cada uno. Estamos convencidos, como dijo recientemente
Monseñor Foley en Madrid que «un periodista no puede ser un buen
profesional sin apreciar la importancia de la religión en la vida
humana». Ello sin duda facilitará la comprensión de fenómenos como los
que estamos viviendo a propósito de los fundamentalismos, así como de
comprender mejor y en todo su alcance las declaraciones de la Iglesia,
en vistas a una mejor información. Se evitaría de este modo el tener que
recurrir a tantos tópicos, y argumentos que han quedado completamente
obsoletos y que cualquier historiador con un mínimo de rigor y honradez
profesional podría desmontar con toda facilidad.
Siguiendo
con las propuestas, es necesario reforzar e incrementar la presencia de
los católicos en los medios de comunicación, tanto de forma permanente
como esporádica a través de los canales habilitados para ello (cartas al
director, colaboraciones, entrevistas ... etc.)
Creación y
financiación de periódicos, revistas, canales de televisión, y emisoras
de radio que sean propiedad de la Iglesia y de asociaciones católicas,
en las que la Iglesia pueda expresar de forma continuada su opinión
sobre cualquier tema. En el caso de las publicaciones escritas, buscar
el que sean asequibles económicamente
para todos
y la forma de darles una amplia difusión. Pedimos medios de
comunicación católicos y medios de comunicación respetuosos con lo
católico.
Organización
y participación de los laicos en conferencias, debates, reuniones en
los que se analice, explique y argumente el pensamiento y las posturas
de la Iglesia en temas de actualidad.
Promover
la unión de movimientos y asociaciones de la Iglesia con el fin de
encontrar canales comunes a través de los que se pueda hacer llegar a la
opinión publica su voz unitaria.
Como medidas de presión ante situaciones de agresión manifiesta a la Iglesia proponemos:
- recurrir a la aplicación de la legislación vigente por medio de las oportunas denuncias.
- Rechazar los medios hostiles a la Iglesia, negándoles nuestra audiencia y seguimiento, así como las marcas comerciales que los patrocinan.
- recurrir a la aplicación de la legislación vigente por medio de las oportunas denuncias.
- Rechazar los medios hostiles a la Iglesia, negándoles nuestra audiencia y seguimiento, así como las marcas comerciales que los patrocinan.
Como
conclusión de esta comunicación pedimos ante estas agresiones:
conocimiento a fondo de la situación denunciada; reacción valerosa y
oportuna ante ellas; búsqueda del criterio justo, con la humildad
suficiente para corregir los propios errores y dejarse inspirar siempre
por el máximo precepto evangélico: IN OMNIA CHARITAS.
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