También en la Compañía de Jesús es nueva la idea del ”derecho de todos a educación de calidad”. La SJ nació cuando no existía ese derecho y la gran mayoría era analfabeta como condición y horizonte. Se desarrolló como orden religiosa educadora en un mundo donde pocos iban la escuela. Hoy el derecho universal a la educación escolar prolongada y de calidad genera deberes en familias, sociedades y estados. Aunque hoy la educación jesuita en números representa menos del 1% del total, sigue siendo una prioridad estratégica en nuestro apostolado. ¿Por qué?
Un cuarto de siglo después de la fundación y con numerosos colegios consolidados cuando los jesuitas discutían sobre la conveniencia o no de dedicarse a la educación escolar, el famoso P. Ledesma presentó (1565) 4 argumentos a favor; de ellos uno es “porque contribuyen al correcto gobierno de asuntos públicos y a la apropiada formulación de leyes”.
A pesar de los cambios y de la actual masificación educativa en el mundo, la educación ignaciana llega a unos tres millones y está relacionada con unos cinco millones más de egresados, padres y madres. Más allá de lo que a ellos reciban de esta educación, hay que preguntarse cómo contribuyen ellos con una fe e inspiración cristiana a crear un mundo más humano y justo.
Para el cristiano no hay amor a Dios sin amor al hombre. En 1973 el P. Arrupe retó a los antiguos alumnos invitándolos a vivir “un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia, que es la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa e incluso un ropaje farisaico que oculta nuestro egoísmo” (Discurso al 60º Congreso Europeo de Antiguos Alumnos Valencia 1973 ).
En la Iglesia del postconcilio hervía la pregunta sobre la inseparabilidad de la fe y de la justicia, que marcó los sínodos de los obispos de 1971 y 74, que ayudaron al famoso y debatido Decreto 4º de la Congregación General 32 (1974-75) sobre “Nuestra Misión hoy”. El decreto empieza afirmando que “la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta” (n.2) Este principio exige una “mirada nueva” (n. 2) para responder a “nuevos desafíos” (n.3) e invita a discernir, “revisar solidaridades”, reevaluar métodos, actitudes e instituciones” (n. 9). ¿Cuál es hoy la proyección de la fe-justicia de alumnos, familias, egresados en la promoción de la justicia y exigencia de políticas públicas para que la educación de calidad sea una realidad para todos?
En los 40 años transcurridos desde entonces la educación se ha generalizado en el mundo y abierto a los ayer excluidos. Pero sigue siendo un hecho que si la educación a la que acceden las mayorías pobres es de baja calidad, servirá para perpetuar su pobreza y exclusión. El derecho a educación de calidad para todos y todas, abre la puerta (o la cierra si es violado) a los demás derechos humanos. Es trascendental que hoy la voz nacional e internacional de la educación ignaciana sea en esto cada vez más unida y clara.
Estamos llamados los educadores ignacianos a ser “testigos del Evangelio, que liga indisolublemente amor a Dios y servicio del hombre” (n.31). Por ello mismo valoramos una mirada más atenta al modo como nuestra educación y la conciencia que forma incluye el derecho de todos a educación de calidad.
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