sábado, 27 de abril de 2013

Sin latín y sin el mundo clásico nunca llegaremos a nada

Invitado: Pascual Tamburri Bariain
El mundo clásico reúne los elementos básicos de la identidad europea. Sin latín y griego, pensamiento griego e historia romana no se entiende nuestra posición en el mundo. 
UNA CUNA COMÚN
Wilfried Stroh. El latín ha muerto, ¡viva el latín! Breve historia de una gran lengua. Traducción de Fruela Fernández. Prólogo de Joaquín Pascual Barea. Subsuelo, Barcelona, 2012. 375 pp. 22,00 €.






Hace unos días el amigo Herminio rescataba paraMariano Rajoy de parte de Horacio un muy adecuado "Populus me sibilat, at mihi plaudo ipse domi". Sabemos, o al menos esperamos, que el presidente del Gobierno, que fue estudiante antes del desarrollismo y su
Ley General de Educación, sepa entender qué se le dice. Cuando menos esperamos que su cabeza y su alma se formasen en su tiempo sabiendo pensar así, lo que en el fondo es más importante que el dominio práctico del latín. La frase, aunque clásica, parece hecha a medida. Pocas justificarían mejor un retorno del Bachillerato a la formación clásica hoy agónica.

Rajoy, el hombre que se aplaudiría a sí mismo, puede creer, mal aconsejado, que nuestro sistema educativo es susceptible de un recorte en el estudio de las Humanidades, como si éstas costasen dinero o como si, horresco referens, la
educación necesitase tener una "utilidad práctica". No ha sido así al menos en los últimos milenios de nuestra tradición, en los que la educación media y superior se ha articulado sobre la formación clásica; y no parece que nos haya ido mal. Sólo el comunismo soviético, y décadas después el liberalismo burgués occidental, suprimieron la educación cimentada sobre el latín y su tradición. No por casualidad: las minorías dirigentes formadas en las humanidades son sólidas, atrevidas, miran a largo plazo, y quizá por eso todas las verdaderas revoluciones han ido contra las humanidades y las luchas contrarrevolucionarias han pasado por la conservación o el retorno de las letras clásicas. Y justamente por eso, cuando el ministro Wert se dispone a hacer lo que se le permita hacer en cuanto a contrarreforma educativa, es el momento de volver a plantear en España la cuestión de las humanidades.

El profesor Wilfried Stroh reunió ya hace unos años en Alemania todos los argumentos disponibles para combatir el avance de la moda tecnópata y pseudocientífica en nuestras aulas superiores. El latín ha muerto, ¡viva el latín! de Stroh explica cómo la Universidad alemana clásica, la que nació de la reforma de Alexander von Humboldt, reconocía una posición central a los estudios de letras, y en particular a las lenguas e historia clásicas, convertidas en realidad en eje de la formación del profesorado y de su selección, además de en cimiento de la educación universitaria en su conjunto. Esa posición ha sido conservada en casi todos los países de tradición europea hasta que otras modas, diferentes, se han impuesto. La verdad es que esa siempre anhelada "formación general" estaba al alcance de la mano en la escuela latina, y aún hace muy poco un ministro de cultura alemán, Julian Nida-Rümelin, ha defendido la idea de una instrucción general frente a los tecnópatas obsesionados con lo que llaman "práctico" .

Excepto en Italia, que en esto siguió más tiempo su camino,
el latín y el griego formativos luchan por sobrevivir desde 1890, lo que –erróneamente- algunos interpretan como progreso, un "progreso" compartido por los nazis y los comunistas (estos últimos sin concesiones en la URSS); y sin embargo sin latín es inconcebible un verdadero bachillerato como es difícilmente pensable un espíritu libre y formado en la tradición europea. El latín es una lengua muerta casi desde época imperial, es cierto, pero esa misma condición de lengua muerta la ha hecho eterna, y vehículo del pensamiento y las inquietudes eternas del hombre (y la mujer) europeos.

Stroh da aquí, en una historia personalísima del latín en su segunda y su tercera vidas de ultratumba, todos los argumentos disponibles para demostrar no tanto la utilidad actual del latín, sino su condición de lengua europea de la cultura, lengua que une a miles de millones justamente porque su condición de lengua muerta la coloca –nunca mejor dicho- en los altares. Stroh bromea, y donde los conocedores del latín y sus debates se sonreirán los ciudadanos comunes podrán hacerlo también, tal es su gracia y la puntería de su pluma. Se trata de algo tan relevante como recordar cómo ha vivido y vive el latín, qué primeras figuras de nuestra cultura han sido latinistas y qué hace aún hoy perdurable la lengua de César y de Cicerón. Por desgracia Stroh, aun consciente de sus muchas y buenas razones, sabe que combate contra el peor enemigo, que no esStalin sino la moda y los intereses creados. Este es un libro que hará bien leído porRajoy y por su ministro, para entender que no todo es lucro ni mucho menos; pero aún más beneficios se derivarían de que lo leyesen nuestros profesores de humanidades de hoy y de mañana, verdaderos depositarios de un tesoro colectivo que no puede perderse y que casi no tienen ya jesuitas que lo preserven.

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